Bruce Nauman fracasa mejor
El artista protagoniza una retrospectiva impecable, la más completa hasta la fecha, en la Punta della Dogana de Venecia, que reúne trabajos míticos y nuevas producciones
Los cuerpos yacen inmóviles en el suelo de una de las salas de la exposición de Bruce Nauman en la Punta della Dogana, en Venecia. Se accede a ella tras pasar por una habitación aparentemente vacía donde suena el piano de For Beginners, una obra de 2010 cuyo sonido de pronto se para y luego revive, sin previo aviso. Jugando con la expectativa, la de que el sonido esté suturado al espacio, Nauman produce un sobresalto. ...
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Los cuerpos yacen inmóviles en el suelo de una de las salas de la exposición de Bruce Nauman en la Punta della Dogana, en Venecia. Se accede a ella tras pasar por una habitación aparentemente vacía donde suena el piano de For Beginners, una obra de 2010 cuyo sonido de pronto se para y luego revive, sin previo aviso. Jugando con la expectativa, la de que el sonido esté suturado al espacio, Nauman produce un sobresalto. El error siempre acecha. Lo vemos en esos cuerpos tumbados, que no parecen principiantes. Como el sonido, se estiran y se encogen, a veces de pie y otras sentados en el suelo. Están aparentemente quietos un tiempo, inmersos en esa ficción interior que solo intuimos.
Un tercer cuerpo entra cuando menos lo esperas. Viste unos tejanos y una camiseta blanca, igual que los otros dos performers, atuendo habitual de Nauman desde sus primeras poses ante la cámara. Se apoya sobre otra pared que pronto vemos con una mancha imprecisa propia del uso, de haber pasado una y otra vez por ella. Culmina la pieza Untitled, tres acciones de 1969 recreadas aquí para hablar del infinito espacio que encierran las esquinas. De tocar pero, sobre todo, de ser tocado, un espacio de apertura mental donde Nauman siempre transita de ida y vuelta, y donde nos embulle.
Ese rastro de la pared bien podría resumir la carrera de este artista que se define como investigador. Siempre prefirió alejarse del mundo del arte y desde los setenta fijó su residencia en un rancho en Nuevo México, donde además de preguntarse qué es el arte, se dedica a criar caballos. Todo está ahí, en un hombre inventando formas para transmitir la emoción de estar vivo. Él opera desde la retaguardia, desde la quietud de su granja, para habitar un “espacio de acción” que en realidad no está en el espacio sino en el tiempo. De esa vivencia temporal a través del cuerpo, definida como suceso, es de donde surgen sus espacios, que están marcados por el aura de la acción sostenida. Parece una adivinanza y algo hay de eso en su trabajo, presentado aquí de manera muy completa y con un montaje impecable. La puerta cerrándose que no era una puerta cerrándose. Una especie de cierre que entrega una prolongación del suspense. Esa es la clave para leerlo junto a los pensamientos de Wittgenstein, un filósofo del lenguaje muy importante para él. Dice: “La solución del problema de la vida se trasluce en la desaparición de este problema”. Otra esquina sin salida en manos de Nauman.
Esta en apariencia paradójica “solución” a la búsqueda de un posible sentido recorre toda su obra. En la exposición se apoya en la idea de su Contrapposto Studies, que da título a la muestra. Ese movimiento oscilante de caderas. Ese balanceo. Ahí está todo. El artista revela cómo las experiencias mutables del tiempo, el espacio, el movimiento y el lenguaje suponen una base para entender nuestro lugar en el mundo. Dejarse caer en un rincón, afinar un violín, rodear un cuadrado o caminar de una pared a otra no son más que acciones cuyos sentidos se ocultan al espectador. Nauman atrae al espectador hacia el rastro de la pregunta por el sentido de todo eso, una pregunta que desde el siglo XX se ha vuelto sospechosa. Lo absurdo de un mundo aparentemente sin sentido promueve el contrasentido del artista, un lenguaje que escapa a la lógica de nuestra comunicación y que, al hacerlo, hace que resurja el sentido cabal. Cortocircuito aquí, aunque da igual. Nauman prueba otra vez. Camina a diario por el taller en busca de un nuevo lenguaje, de una nueva imagen, de un movimiento que no sea en vano. “Fracasar otra vez. Fracasar mejor”, decía Beckett.
Todo eso que camina una y otra vez es la idea de desaparición. El asunto es saber qué desaparece. ¿Será uno de sus jinetes imposible de montar de su rancho? Era Nauman puntilloso en el empleo del lenguaje, por eso siempre insiste. Desde 2015, ha retomado su Walk with Contrapposto, de 1968. Lo sigue haciendo con los brazos detrás de la cabeza, pero ahora prescindiendo de la arquitectura oprimente. En Contrapposto Split (2017), que ocupa el corazón de esta exposición, se exhibe una versión tomada en tres dimensiones que permite al espectador contemplar al artista y su entorno con implacable nitidez. La imagen se ve perturbada por un corte en el centro que separa en el tiempo el movimiento de las dos mitades del cuerpo.
El contrapposto, que en las artes escénicas fue hasta el Barroco un ideal de belleza estática, se convierte de golpe en su contrario. No es solo el andar dificultoso de un señor mayor lo que irrita aquí, incrementado por el ruido de sus botas al rozar el suelo, sino ese cuerpo roto que roza por momentos el fracaso de un largo experimento. Un gran traspiés, como quien sube unas escaleras a oscuras y, cuando piensa que hay otro escalón y da el paso, resulta que ya había llegado al final y le da cierta risa. O cuando bajas las escaleras esperando tener que dar un paso más, pero el caso es que has llegado al final. Como si sintieras un sobresalto y cierta confusión. Como una voz sin espacio, que tanto se materializa en sus pasillos y corredores, expuestos aquí también magistralmente. Con esa sensación deja esta exposición. Ha habido otras retrospectivas de Nauman en los últimos años, varias de ellas realmente importantes, aunque esta en Venecia alcanza un mensaje de una consistencia clara, hasta hoy sorprendente y que no desfallece.
‘Bruce Nauman: Contrapposto Studies’. Punta della Dogana. Venecia. Hasta el 27 de noviembre de 2022.
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