“¡Qué fulminante el cuándo!”

Estos días de lluvia y ceremonias de interior (como las llamaba Cortázar) he organizado sin proponérmelo mi personal “semana negra”

Janet Leigh, en la escena de la ducha en 'Psicosis'GETTY IMAGES

1. Ducha

Resulta fascinante el modo en que la realidad —y los años— van cambiando las reacciones de nuestra sensibilidad ante actos triviales y cotidianos. Antes, cada vez que tomaba una ducha, especialmente si el agua salía con fuerza y yo también la usaba simbólicamente para lavar de paso alguna suciedad no estrictamente física (la conciencia, me refiero), me venía a la cabeza, como un fogonazo de frescor y angustia, la ducha letal que toma Marion Crane (Janet Leigh) en Psicosis, y que Hitch­cock r...

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1. Ducha

Resulta fascinante el modo en que la realidad —y los años— van cambiando las reacciones de nuestra sensibilidad ante actos triviales y cotidianos. Antes, cada vez que tomaba una ducha, especialmente si el agua salía con fuerza y yo también la usaba simbólicamente para lavar de paso alguna suciedad no estrictamente física (la conciencia, me refiero), me venía a la cabeza, como un fogonazo de frescor y angustia, la ducha letal que toma Marion Crane (Janet Leigh) en Psicosis, y que Hitch­cock resolvió en una célebre escena de 45 magistrales segundos con 78 tomas y 53 cortes, revolucionando así el modo en que Hollywood mostraba el crimen cinematográfico y, de paso, la extrema violencia ejercida contra la mujer. Ahora, en cambio, lo que me sugiere la ducha cotidiana es el momento, mucho menos espectacular, en que Ulises Lima (trasunto literario del poeta Mario Santiago Papasquiaro), uno de Los detectives salvajes (Bolaño, 1998), lee poesía en la ducha, manteniendo el libro fuera de las cortinillas para que no se moje demasiado. Como soy mitómano, me moría de ganas de imitarlo, pero no me he decidido hasta que se han dado ciertas circunstancias que tienen que ver con nuestro contexto histórico y con el hecho de que tenía repetido el libro que he usado y no me importaba que se echara a perder un ejemplar. Lo del contexto se refiere a los indultos a los políticos sediciosos catalanes, que se presentían desde que, hace tiempo, quien ahora los ha concedido negara toda posibilidad de que pudieran tener lugar (“el acatamiento de la sentencia significa su cumplimiento, reitero, su íntegro cumplimiento”): igual que esos “rinocerontes grises” con que los economistas designan amenazas o peligros que se ven venir, pero frente a los que nadie actúa, durante los últimos tres años la certeza de que los políticos presos terminarían yéndose de rositas se había convertido en mi particu­lar kryptonita, debilitando mi energía y haciéndome proclive a la depresión. Más que nada por el hecho de que nuestra izquierda vergonzantemente antijacobina parece haber dejado sin pestañear el asunto de la defensa de la (siempre reformable) Constitución y de la (problemática) unidad de este país diverso y plurinacional en manos de la derecha rancia y de la extrema derecha fascistoide. En cuanto al libro elegido para mi primera experiencia de lector-en-la-ducha, ha sido un viejo ejemplar de los Poemas humanos, de César Vallejo. No saben lo balsámico y liberador que me ha resultado recitar a voz en grito, mientras el agua de la ducha se estrellaba contra mi piel, aquellos versos inolvidables de ‘Sombrero, abrigo, guantes’: “Importa oler a loco postulando / ¡qué cálida es la nieve, qué fugaz la tortuga, / el cómo qué sencillo, qué fulminante el cuándo!”. En cuanto al libro, ahora está secándose en el tendedero del patio. Y yo, a verlas venir.

2. Crimen amable

Estos días de lluvia y ceremonias de interior (como las llamaba Cortázar) he organizado sin proponérmelo mi personal “semana negra”. Empecé con una buena muestra de ese subgénero que los anglohablantes designan cozy crime. El adjetivo se puede traducir como “acogedor”, “casero”, “amable”, por lo que nadie esperará encontrar en esas lecturas el tipo de thriller tremendo y gore que popularizaron algunos autores escandinavos y que aquí cultiva, por ejemplo y mutatis mutandis, el/la autor/a que se esconde bajo el seudónimo de Carmen Mola. La novela en cuestión es Agatha Raisin y la quiche letal (Salamandra), de M. C. Beaton, uno de los seudónimos de Marion Chesney (1936-2019), una prolífica autora escocesa responsable, entre otro centenar de libros, de la serie Agatha Raisin, cuyas adaptaciones televisivas pueden verse en alguna de las plataformas españolas. La gran Agatha Christie —antecedente de todo cozy crime que se precie— fijó algunas de sus características género definiendo sus propias intrigas como “crímenes discretos de interés doméstico” y, a ser posible, en escenarios rurales o suburbanos. El planteamiento de Agatha Raisin y la quiche letal (primera de la serie) es paradigmático: su protagonista, harta de gestionar su empresa de relaciones públicas, decide dejar Londres y retirarse a una amable población de los Costwolds, en plena campiña inglesa. Para socializar con sus nuevos y reticentes vecinos, decide competir en un concurso de quiches, aunque le resulta más cómodo comprarla hecha y presentarla como suya. Lo que ocurre es que un miembro del jurado la prueba y la palma. Raisin tendrá que investigar qué ha pasado. Intriga suave, entorno más bien cursi, pero muy divertido: para leer tranquilos, con la sonrisa puesta y una sensación cálida y placentera, como la que produce una buena taza de té en invierno.

3. Connelly / Connolly

El escritor Michael Connelly.ASSOCIATED PRESS

Mucho menos ligeras (“ligero” no tiene que ser sinónimo de baja calidad, piensen en Cantando bajo la lluvia) resultan dos novelas de sendos autores de thrillers sobradamente conocidos en España. En Advertencia razonable (Alianza de Novelas), de Michael Connelly, el periodista de investigación Jack McEvoy (un personaje mucho menos interesante que el complejo Harry Bosch, protagonista de la mejor serie de Connelly) se las tiene que ver con un brutal asesino de mujeres (las mata por “decapitación interna”) con cuyos datos genéticos comercia con clientes a través de la internet profunda. Mucho más interesante me ha resultado la larguísima Antigua sangre (Tusquets), de John Connolly, última entrega traducida de la saga del detective Charlie Parker, en la que, como viene siendo habitual, se mezcla la investigación de crímenes oscuros ocurridos en lugares muy lejanos con una fuerte influencia de lo gótico y del terror, y la presencia de esos escalofriantes personajes (Pallida Mors, Quayle) y elementos sobrenaturales que hacen salivar de placer a sus fans. Pero, qué quieren que les diga, yo para sobrenatural ya tengo bastante con los indultos.

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