Julian Cope: “No soportaba el negocio de la música y sentía que la recompensa era escasa”
El exlíder de The Teardrop Explodes se ha convertido en un destacado estudioso de la música. El libro ‘Japrocksampler’, traducido ahora al castellano, recorre el rock nipón entre 1945 y 1980
A finales de los setenta y principios de los ochenta prácticamente cualquier ciudad británica tenía una exuberante escena rock. El punk había dado paso a una nueva generación de grupos en una época abierta a todo, del pop más comercial a la vanguardia más experimental, y a aquellos chavales se les prometió que podían conquistar el mundo. Solo se les exigía tener personalidad para sacar la cabeza en ese ecosistema superpoblado. Algunos lo consiguieron, aunque fuera por 10 minutos. De Liverpool, la ciudad natal de los Beatles, salie...
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A finales de los setenta y principios de los ochenta prácticamente cualquier ciudad británica tenía una exuberante escena rock. El punk había dado paso a una nueva generación de grupos en una época abierta a todo, del pop más comercial a la vanguardia más experimental, y a aquellos chavales se les prometió que podían conquistar el mundo. Solo se les exigía tener personalidad para sacar la cabeza en ese ecosistema superpoblado. Algunos lo consiguieron, aunque fuera por 10 minutos. De Liverpool, la ciudad natal de los Beatles, salieron Frankie Goes To Hollywood, China Crisis, Orchestral Manoeuvres in the Dark o The La’s, pero los más prometedores parecían The Teardrop Explodes, una banda de pop neopsicodélico liderada por Julian Cope, un educado universitario llegado de Tamworth, una pequeña ciudad de clase media a 120 kilómetros de distancia.
Su carisma era grande. Apenas sabían tocar cuando fueron fichados por Zoo Records, el sello de Bill Drummond, un peculiar personaje que años más tarde fundaría The KLF y quemaría un millón de libras. El argumento de Drummond era inapelable: el grupo de Julian Cope tenía el mejor nombre de la ciudad. Fue Cope quien recomendó el fichaje de la banda de un amigo, Ian McCulloch. Se llamaban Echo & The Bunnymen. El nombre no era tan bueno, pensó Drummond, pero sí lo suficiente como para ser parte de Zoo Records.
Imaginen la desquiciada combinación. McCulloch persiguiendo la fama hasta el punto de que se pasaría años diciendo que U2 le robó el estilo y el éxito que le pertenecía. Cope leyendo a William Blake y consumiendo LSD en dosis salvajes. Y Drummond resulta que estaba obsesionado con la magia. Cuentan que un día tuvo la revelación de que si Echo & The Bunnymen tocaban en Islandia al mismo tiempo que The Teardrop Explodes lo hacían en Papúa Nueva Guinea, y él se colocaba en un punto concreto de Liverpool, algo pasaría. Quizás le alcanzaría una poderosa descarga de energía. E intentó convencer a los grupos para que le siguieran el juego. “Sí, quería canalizar el poder en Mathew Street, justo al lado de la estatua de Carl Jung. Ese era su plan. Bill es un tipo interesante”, cuenta Julian Cope por correo electrónico desde Yatesbury, el pequeño pueblo inglés en el que vive, cerca del monumento de Stonehenge. Y continúa. “Aquí en el norte, incluso los católicos han sentido el ardor del rotundo ‘no’ de Lutero a la autoridad del Papa. Por eso, toda autoridad absoluta ha sido cuestionada en estas latitudes. Aquí arriba somos paganos, idólatras”.
¿Se considera él mismo un mago? “Mientras los medios ayudan a aquellos que necesitan tener un público para engordar su ego, creo que los magos realmente exitosos son aquellos cuyas carreras son largas y navegan sigilosamente”. Si Julian Cope no habla como un músico pop es porque hace mucho que superó esa categoría. Su carrera es larga, pero para nada sigilosa. Publica discos, sí, pero también ha escrito una novela, dos guías sobre los monumentos megalíticos de Gran Bretaña y Europa, una recopilación de reseñas de discos, muchos de ellos ignotos, que reescribe la historia del rock, y ensayos sobre el rock alemán y el japonés.
Cope ha renunciado al escenario: “Ahora soy demasiado feo y no quiero defraudar con un comportamiento anticuado
Este último, Japrocksampler (Contra), acaba de ser publicado en castellano 14 años después de su edición en inglés. “Creo que el libro es tan completo como podría serlo cualquier obra que se defina como sampler. Mi traductor japonés consiguió muchas historias que nunca se habían traducido, que le pedí que buscara y que requirieron mucha investigación, con los dos en el ordenador mirando webs de música japonesa underground”, dice.
En el libro, erudito y apasionado, muestra su devoción por bandas tan peculiares como Les Rallizes Dénudés, un grupo fundado en 1967 cuyo líder se ha negado siempre a hacerse fotografías y a grabar en un estudio, por lo que de ellos solo existen discos en directo, la mayoría piratas. Su bajista original fue en 1970 uno de los terroristas miembros del Ejército Rojo Japonés que secuestraron el vuelo 351 de Japan Airlines y lo desviaron a Corea del Norte, donde, de seguir vivo, aún reside. “Cada uno de mis artistas favoritos se sitúa siempre en el filo de la cultura”, afirma Cope.
Pero la clave de Japrocksampler está en su subtítulo: “Cómo el rock le voló la cabeza al Japón de posguerra”. Es la descripción de la completa rendición de aquel país a la cultura occidental. “Después de la II Guerra Mundial”, aclara Cope, “los totalitarios necesitan que se les demuestre la inferioridad de sus posturas. Una vez derrotados, entraron en razón: la democracia también tiene cosas buenas. Alemania y Japón habían actuado tan mal que se vieron obligados a cocacolizarse. Sus tierras estaban inundadas de tropas extranjeras y sus medios de comunicación occidentalizados les decían lo que les tenía que gustar. Creo que la música se volvió especialmente atractiva porque representaba la libertad y, sobre todo, una victoria”.
Resulta curioso que aquel bello y lánguido veinteañero que era Julian Cope se convirtiera en el excéntrico académico que es hoy. Con 63 años, es un melenudo y barbudo elemento vestido de cuero y gorra militar, como un motorista de los setenta. Se cuenta que, durante un tiempo, consumía tanto LSD que iba camino de ser el nuevo Syd Barrett, un mártir lisérgico del rock. “Estaba un poco colgado en aquella época, pero no hubo ningún daño neurológico persistente”, asegura. “Yo era un gilipollas muy tenso antes de tomar sustancias psicodélicas. Después de hacerlo dejé de juzgar a los demás. Me hizo más generoso en mi actitud hacia la gente y la vida”. Ahora, casado y con dos hijas, lo ha dejado. “Hice dos viajes con ácido en mi 50º cumpleaños. Fue genial, hizo su trabajo. Pero ninguno desde entonces”.
Se mueve en los márgenes de la industria. No tiene sello, edita sus discos y programa sus giras. No quiere saber nada del mainstream. The Teardrop Explodes duraron muy poco tiempo, apenas cuatro años, y nunca se han prestado a una de esas vueltas subvencionadas por un caché monstruoso pagado por grandes festivales. “Ahora soy demasiado feo y no querría defraudar al público con un comportamiento anticuado”, justifica Cope, que después del fin del grupo lo intentó en solitario, llegando a acumular un par de éxitos, World Shut Your Mouth y Trampolene, antes de bajarse definitivamente del tren. “No podía soportar el negocio de la música y sentía que la recompensa era demasiado escasa para toda esa comida de pollas corporativa que requería…”.
Japrocksampler
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