¿Y si la Guerra Civil hubiera terminado en tablas?

Luis Prados de la Escosura ha encontrado una fórmula fabulosa (nunca mejor dicho) para meternos en el asunto narrativo probablemente más visitado por la novelística española de las últimas décadas: la Guerra Civil y la posguerra españolas. Lo hace en El muro de Madrid, una novela que no llega a las 200 páginas, pero que dice todo lo que tenía que decirse sobre ese tema, sin repetirse, ofreciendo incluso una solución imaginativa (fabulosa) de fuste en la forma de encararlo. El muro de Madrid está contada desde una tercera persona tan clásica como impecable. Y es ella la que nos conduce por un argumento que nunca sucedió en la realidad.

Prados inventa una España dividida después de la Guerra Civil en dos mitades, una España católica, monárquica y corrupta y otra bajo la batuta de una Administración estalinista. Los ideales representados de cada bando, a un lado y otro de sus fronteras políticas, son la excusa perfecta para hablarnos de nuestro presente. En medio de esta especie de fratricidio ideológico, ya que no físico, surgen personajes representativos de la posguerra: el idealista, el arribista, el corrupto, el resignado y los que quisieran salir corriendo de esas dos Españas. Y entre todos ellos, brillan con luz propia, humana y narrativa, Fermín y Elena. Ellos dibujan una historia de amor, acompañados, a su misma altura moral, por la buena de Loli y el honesto Padilla. Ellos son un milagro de la vida partida en dos. El muro de Madrid. No lo olviden.

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