Abrazos de gitano
Jesús Torres habla sobre la construcción de la identidad individual a través de un soliloquio en el que encarna a un joven español caló y homosexual y a Rukeli, histórico boxeador gitano alemán, campeón de los pesos semipesados
En abril de 1933, recién llegado Hitler al poder, Eric Seelig, campeón alemán de los pesos semipesados, hubo de abandonar su país bajo amenaza de muerte por ser judío. Su título, vacante, lo disputaron Adolf Witt y Johann Wilhelm Trollmann, alias Rukeli, claro ganador del combate, que fue desposeído de su victoria seis días después, en los despachos. A partir de la figura de este púgil gitano, al que el nuevo régimen pronto retiró la licencia (luego lo esterilizó y lo acabó enviando a un c...
En abril de 1933, recién llegado Hitler al poder, Eric Seelig, campeón alemán de los pesos semipesados, hubo de abandonar su país bajo amenaza de muerte por ser judío. Su título, vacante, lo disputaron Adolf Witt y Johann Wilhelm Trollmann, alias Rukeli, claro ganador del combate, que fue desposeído de su victoria seis días después, en los despachos. A partir de la figura de este púgil gitano, al que el nuevo régimen pronto retiró la licencia (luego lo esterilizó y lo acabó enviando a un campo de concentración), Jesús Torres ha escrito y dirigido Puños de harina, ágil soliloquio cuyo tema es la construcción de la identidad individual bajo circunstancias adversas.
Pugilato en 10 asaltos interpretado por el propio autor, Puños de harina alterna la peripecia de Rukeli con la de Saúl, un chavalín caló criado en la España de los años ochenta, criatura de ficción. Hijo y nieto de boxeador, nada amigo de broncas, ingenuo, hipersensible, Saúl protagoniza las escenas impares y entrega el testigo al campeón alemán en las pares, de manera que la historia de ambos avanza en paralelo. Mientras Rukeli afirma su identidad doble, gitana y germana a partes iguales (“soy un alemán que se quedó más tiempo en el horno”, dice sobre el color de su piel), Saúl va descubriendo su identidad homosexual y fraguando su carácter mediante rituales de iniciación sucesivos propiciados por su padre y por las circunstancias.
Ambos relatos se siguen con interés parejo: los lances y desventuras del púgil de cuadrilátero en cuadrilátero (luego de feria en feria y de un campo de concentración a otro), y las andanzas domésticas del gitanillo entre caravanas y coches de choque. Torres es un intérprete veloz, como el juego de piernas de Rukeli, potente como su pegada, que debiera definir con precisión mayor las diferencias entre un personaje y otro: en ocasiones, al principio, cabe la duda sobre cuál de ellos tiene la palabra, pues comparten ambos un amago de risa, parecido a un jadeo, que induce a confusión, más aún cuando Saúl también habla a menudo de boxeo, se pone los guantes y entrena con su padre. Detalles como este no hubieran pasado inadvertidos de tener el actor una dirección externa, que redondease trabajo tan profuso y generoso. La escenografía de Mario Pinilla es sugestiva. En la función del domingo pasado en la sala Mirador de Madrid, la voz llegó en ocasiones con reverberación.
Puños de harina. Texto y dirección: Jesús Torres. Sala Mirador. Madrid. Hasta el 28 de marzo.
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