Las noches azules de Óscar Domínguez
Un nuevo libro aborda la compleja trayectoria artística y el atormentado periplo vital del surrealista más explosivo
1939. La Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar. Óscar Domínguez (La Laguna, 1906 - París, 1957) andaba en París bebiendo borgoña y estrechando veladas con los surrealistas. Junto a Matta, Remedios Varo y Jacques Hérold era uno de los benjamines del grupo. Con André Breton se llevaba diez años y compartía muchas noches locas. Ambos pasaban hambre y eran ninguneados por el mercado del arte. El surrealismo tenía, entonces, mala venta, y en las exposiciones sólo ingresaba ...
1939. La Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar. Óscar Domínguez (La Laguna, 1906 - París, 1957) andaba en París bebiendo borgoña y estrechando veladas con los surrealistas. Junto a Matta, Remedios Varo y Jacques Hérold era uno de los benjamines del grupo. Con André Breton se llevaba diez años y compartía muchas noches locas. Ambos pasaban hambre y eran ninguneados por el mercado del arte. El surrealismo tenía, entonces, mala venta, y en las exposiciones sólo ingresaba Max Ernst. En el estudio, retorcía el pincel en los cuadros, extraordinariamente rápido, como quien limpia los cristales de una ventana de manera ondulante. Pintaba entonces con tonos grises y azules que recordaban la luz galáctica de Tanguy y ya andaba obsesionado con la imagen del Minotauro. Una pintura a la que llamó “redes”, formas geométricas fruto de un automatismo gestual que se cruzaban desordenadamente en una tupida maraña. Así veía el mundo por venir, como aquella Nostalgia of Space (1939) que hoy cuelga en el MoMA.
Aunque eso llegó mucho después. También las ventas millonarias de eses “redes” en Christie’s y Sotheby’s. En aquellos duros años cuarenta, el artista tenía entre manos sus mejores creaciones pero apenas dinero para vivir. Al fallecer su padre, había dejado de recibir la asignación mensual que le enviaba desde Tenerife y tampoco ingresaba nada ya como diseñador gráfico. No tardaron en llegar las falsificación, especialmente de obras de Sisley y Pisarro, que le proporcionaban el poco dinero que tenía. Y no fue el único. Remedios Varó le ayudó con un de Chirico cuando las tropas alemanas asediaban la ciudad. Una vez acabadas, las espolvoreaban con bicarbonato sódico para hacerlas mates, y a volar. Fue el inicio de una tristeza que ya no se quitó jamás. La época en que se alineó públicamente con la República. El episodio de la mítica anécdota con Simone de Beauvoir. El momento en que la fascinación por Picasso pudo hasta con su propia brocha. El auge de Óscar Domíngez y su caída.
Su historia es conocida gracias a la labor historiográfica de Fernando Castro, Julie Legardien, Liliana Cuesta o Pilar Carreño, entre otros, pero es cierto que faltaba un estudio exhaustivo de su actividad expositiva y de su fortuna crítica, de su caché como artista y de su compleja relación con el mercado. En esos detalles pone el foco el historiador del arte José Carlos Guerra Cabrera, que firma un extenso volumen sobre la obra de este artista lleno de anécdotas y datos. No hay detalle que se escape dentro de esta nueva monografía sobre el artista, Óscar Domínguez: obra, contexto y tragedia, que mantiene de principio a fin la misma curiosidad insaciable que tenía el propio artista canario. Para ello, el autor ha rastreado hemerotecas de medio mundo y ha dedicado tres años a una exhaustiva investigación que pone el énfasis en aspectos poco estudiados como el alcance de su participación en el movimiento antifranquista de los artistas españoles de la Escuela de París y la recepción de su muerte en la prensa parisina. Que se suicidó también es conocido, pero no los pormenores de aquel fatídico 1957. Celebró entonces su última exposición, en la Galerie Rive Gauche, la misma que durante la ocupación recibió sus falsificaciones hasta que el propietario descubrió el fraude. La escasa figuración en los cuadros presentados en la exposición llevaron a algunos críticos a decir que Domínguez transitaba por el sendero de la abstracción, que, por otro lado, ya se había impuesto fuertemente en Europa. Lo demás fue un silencio que llevaron al artista a una frustración absoluta. Ni prensa ni ventas.
La fórmula mixta de su pintura, en un escenario polarizado entre la abstracción y la representación, chocaba frontalmente con la indiferencia de la crítica y de los coleccionistas, y en un descenso del interés de los grandes museos y las galerías. Para colmo, su obsesión, siempre tan viva, por alcanzar con su pintura el mismo reconocimiento que Picasso no ayudó a que su depresión se ahogara del todo. La noche del 31 de diciembre puso fin a su vida en el 23 de la rue Campagne-Première. Nunca llegó al réveillon que preparaba en su casa Ninette Lyon, la entonces periodista culinaria de Vogue, hija de la que fuera pareja de Domínguez años atrás, y en la que brindaron por 1958 muchos artistas, como Max Ernst y Man Ray. Paris Journal le dedicó al suicido la primera página. También Libération y Paris-Presse. Un relato que José Carlos Guerra Cabrera narra hasta el detalle, incluyendo incluso el testimonio de cuatro personas que lo conocieron en aquel París azul oscuro.
El nivel de información que engloba este libro seguramente lo convierta en la mayor tesis nunca escrita sobre el pintor que quería ser Picasso. Imposible incluir aquí cada pasaje que recoge, de la manera de ejecutar sus pastiches a el Salon des Indépendents de 1953. Del mecenazgo de Marie-Laure de Noailles a sus ilustraciones para La main à plume. Un acercamiento casi científico que da contexto a su obra, cariño a su vida y valor a su siempre exigua posición dentro de la historia del arte.
Óscar Domínguez: obra, contexto y tragedia
Editorial: AE, 2020.
Formato: tapa blanda, 456 páginas, 36,40 euros.