Una radical desesperanza

En ‘Como la perra’ se catalogan exhaustivamente sombras y dolores de una feminidad reducida a estigma. Pero sin espacio para el claroscuro

Portada de 'Comola perra', de Louise Chennevière.Dosmanos

Se supone que a mí este libro me tendría que gustar. Ese punto de partida que lo coloca entre La filosofía en el tocador, de Sade, y La mujer helada, de Annie Ernaux; ese lugar del cuerpo femenino donde entran en contradicción nuestros aprendizajes —eróticos, vitales, identitarios— y nuestra percepción del malestar, el helor, “la sensación de ser inconsistentes, irreales” me tendría que interesar mucho. Y, de hecho, me interesa hasta que llega un momento en que me siento doblemente in...

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Se supone que a mí este libro me tendría que gustar. Ese punto de partida que lo coloca entre La filosofía en el tocador, de Sade, y La mujer helada, de Annie Ernaux; ese lugar del cuerpo femenino donde entran en contradicción nuestros aprendizajes —eróticos, vitales, identitarios— y nuestra percepción del malestar, el helor, “la sensación de ser inconsistentes, irreales” me tendría que interesar mucho. Y, de hecho, me interesa hasta que llega un momento en que me siento doblemente incómoda. Incómoda porque el libro me sitúa en un espacio que me resulta casi ajeno por la sordidez de sus hipérboles; e incómoda porque, atendiendo a mis prejuicios de lectora ideológicamente sectaria —feminista—, me siento mal por no asentir, sin fisuras, ante la proposición estética de Como la perra. Luego, en una doble pirueta mental, me digo que precisamente ahí está la gracia: en que una lectora como yo, proclive a leer con simpatía unas páginas como estas, busque una justificación para su malestar. Sin embargo, decido ser honesta y trato de comprender con ustedes cuáles son las razones por las que el texto de Chennevière no acaba de encajar conmigo.

En Como la perra cada pequeña historia es una respuesta parcial a la pregunta “¿Qué significa ser una mujer?”. Pero ni en la parcialidad ni en la diversidad queda espacio para el claroscuro. Se catalogan exhaustivamente sombras y dolores de una feminidad reducida a estigma: abuso infantil, aborto, menstruación, esclavitud estética, amor subyugante, lesbianismo triste, anorgasmia, malas relaciones maternofiliales, menopausia, gigolós, autolesiones, anorexia, promiscuidad culpable, obsesión por una manicura perfecta, putas, perras, deseo de ser un hombre, sexo como herida, aburrimiento conyugal, excitación en los actos violentos, comedimiento y modales burgueses, abandono de papá, deseo por el novio de mamá, enfermedades ginecológicas, maltrato, silencio ante la sabiduría de un hombre que te manda callar…

No me molesta la vulneración de las leyes de la verosimilitud por un exceso de desgracia inmanente al hecho de ser mujer. No me preocupa que se quiebre una regla narrativa para ensanchar el ángulo que nos permite enfocar una realidad marcada por la desigualdad y la desventaja. Lo que me inquieta es la falta de luz y del reverso de alegría —aunque sea atenuada— que nos permita abrir una puerta hacia la despatologización afectiva, moral, laboral de la existencia de las mujeres. Esa rendija de oxígeno sin la que no son posibles ni la vindicación ni el cumplimiento del deseo expresado por un personaje de Como la perra: ser “lo suficientemente fuerte para atreverte a todo y que te la sude”.

Aunque eso no signifique ni que todo valga, ni que todo funcione; tampoco en un texto en el que se opera centrífugamente multiplicando voces que solo apuntan en una dirección y que acaban siendo la misma: no una única voz ficcional que suspendería del todo mi capacidad de creer, sino la de la autora. Se quintaesencia el lado malsano de una feminidad aprendida que se construye en el campo semántico de lo “inmundo”, “infecto”, “asqueroso”, la “mugre”, la “suciedad”, “el andén de la existencia”… De estas páginas me interesa su afán de denuncia, pero no termina de gustarme ni su falsa polifonía, ni una desesperanza tan radical y tan férreamente codificada, en un sentido retórico, que empieza a erigirse en estereotipo y lastra sus capacidades performativas. Ahora ustedes deberían dar una oportunidad a una obra acaso valiente. Porque yo puedo equivocarme y el texto tal vez sirve para dar comienzo a una conversación.

COMO LA PERRA

Autora: Louise Chennevière.


Traducción: Marta Nicolás Heredia.


Editorial: Dosmanos, 2020.


Formato: tapa blanda (240 páginas, 18,90 euros).



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