Bach y Hindemith, la tarde de la melancolía

En la conferencia que le dedicó en su bicentenario, el músico alemán explica por qué el compositor barroco terminó abocado al silencio

Paul Hindemith durante un ensayo en Plön (Alemania) en 1932.ullstein bild Dtl. (france press)

Uno hubiera dado lo que fuera por estar aquella tarde en la Bachfest de Hamburgo. Era un 12 de septiembre de 1950. Paul Hindemith pronunciaba una conferencia, pero no se trataba de una disertación al uso. El motivo de ese encuentro era el segundo centenario de la muerte de Bach. Memorar, evocar, pero también propiciar el acercarse sin prejuicios ni exaltaciones a una figura tan deslumbrante y única como la de Bach. Hinde­mith podía hacerlo del modo más legítimo, porque él, al igual que su...

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Uno hubiera dado lo que fuera por estar aquella tarde en la Bachfest de Hamburgo. Era un 12 de septiembre de 1950. Paul Hindemith pronunciaba una conferencia, pero no se trataba de una disertación al uso. El motivo de ese encuentro era el segundo centenario de la muerte de Bach. Memorar, evocar, pero también propiciar el acercarse sin prejuicios ni exaltaciones a una figura tan deslumbrante y única como la de Bach. Hinde­mith podía hacerlo del modo más legítimo, porque él, al igual que su música, vivió sin sujeción a los dogmas de su tiempo, y si alguna vez se acercó a ellos lo hizo sin convencimiento. Esta es la razón por la que a este maestro excepcional se le situó en tierra de nadie. Su reacción antirromántica, el desdecirse del expresionismo, el adentrarse en la atonalidad, para después apartarse de los que consideraba caminos cerrados y dirigirse hacia un particular neoclasicismo, le valió la deslegitimación de parte de una intelectualidad seducida por la novedad a costa de lo que fuera. De ahí surgieron, como sabemos, muchos espejismos que han ocupado la reciente historia del arte.

Cuando se piensa en Hindemith es fácil que venga a la memoria Otto Dix, un pintor crucial que pasó por diversos estilos hasta conseguir una pintura moderna y a la vez inteligible. Ambos pertenecieron a la llamada Nueva Objetividad, en la que cupieron muchas cosas, es verdad, pero que, en el caso de Hindemith y Dix, los hermanaba en un realismo cuyo propósito, entre otras cosas, era zafarse del cepo de una subjetividad romántica que lo había invadido todo. No es un azar que la sinfonía Mathis der Maler y la ópera de ese mismo título de Hindemith, cuyo protagonista es el pintor Matthias Grünewald, coincidan en el tiempo con el Tríptico de la guerra, una obra central de Dix inspirada en el imponente Retablo de Isenheim, del mencionado Grünewald, cuyo trazo produce todavía una sacudida en la conciencia.

En un admirable prólogo, Luis Gago sitúa de manera precisa la poética de Hindemith y la vertebración de su música bajo la huella bachiana. La suya no fue una deuda, sino un adscribirse de manera muy consciente a un lenguaje que entiende del infinito, por utilizar una expresión de Leibniz. Aquella charla de 1950, tan audaz en lo musical y llena de sentido común, tuvo, entre muchos, un momento de especial luminosidad. A la pregunta de por qué, en los últimos años, Bach redujo el número de composiciones para refugiarse en su silencio y en la escritura de una música escrita para su propio mundo, Hindemith responde que la causa se debió a lo que llamó la “melancolía de la capacidad”, en contraposición de la “melancolía de la impotencia”, que es la que Nietzsche atribuye a Brahms, pero también a sí mismo como filósofo, en una carta dirigida a Wagner en 1873.

La “melancolía de la capacidad” es la que siente quien ha llegado a una cima inaccesible, única, solo a él reservada. La melancolía que ensombreció a Bach no fue causa de “una disminución senil de su energía creativa”, dice Hindemith. Se trataba de otra cosa, no solo del abatimiento por el paso del tiempo, sino tal vez de una íntima percepción, secreta en lo hondo, de que ya no es posible “ascender más”. Y, en cambio, esa música última y recogida, convertida en puro pensamiento, es de una amplitud y perfección inalcanzables, inteligencia pura. A veces, la melancolía es el pago de un final lúcido. No es casual que en su biblioteca Bach tuviera un libro de Pfeiffer titulado Antimelancholicus. Qué gratitud, pues, ante la edición y traducción de este tesoro de Hindemith.

‘Johan Sebastian Bach. Una herencia obligatoria’.

Autor: Paul Hindemith. Prólogo y traducción de Luis Gago.


Editorial: Tres Hermanas, 2020.


Formato: 72 páginas. 14 euros..


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