Etgar Keret: “La pandemia es casi un regalo para un escritor como yo”
El autor israelí, heredero de la extrañeza de Franz Kafka y el humor de Douglas Adams, acaba de publicar ‘Avería en los confines de la galaxia’
Los relatos de Etgat Keret (Tel Aviv, 53 años) son pequeñas iluminaciones. Los hay que alertan de los peligros de la ficción, como Concentrado de coche, en el que los hijos de la cita del protagonista creen que realmente hay un coche concentrado en lo que parece un raro baúl y no dudan en inundar la casa para tratar de desplegarlo. Los hay que juegan con el absurdo de lo cotidiano para esquivar, aunque nunca del todo, la tristeza, como ocurre en la extrañamente cómica historia del vec...
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Los relatos de Etgat Keret (Tel Aviv, 53 años) son pequeñas iluminaciones. Los hay que alertan de los peligros de la ficción, como Concentrado de coche, en el que los hijos de la cita del protagonista creen que realmente hay un coche concentrado en lo que parece un raro baúl y no dudan en inundar la casa para tratar de desplegarlo. Los hay que juegan con el absurdo de lo cotidiano para esquivar, aunque nunca del todo, la tristeza, como ocurre en la extrañamente cómica historia del vecino volador en ¡No lo haga!. Y hasta cierto toque de realismo mágico, o esa sensación de que todo es posible y lo es hasta en la más cruel de las realidades, que se desprende de piezas como La penúltima vez que fui hombre bala. Y es así porque para él la literatura “es una especie de barón Munchausen evitando hundirse en el pantano tirándose de su propio pelo, es decir, es nuestro intento de no sucumbir a la fuerza gravitacional de la vida, y protestar, y trascenderla usando la imaginación”.
Habla desde su casa, en Tel Aviv. Su conejo Hanzo no está a su lado porque sabe que no está escribiendo. El animal llegó a casa poco después de que muriera su padre —ha inspirado el cuento Conejo por parte de padre—, y que sabe cuando escribe. “Cuando escribo, se pone a mi lado. No sé, debe notar algo en el ambiente, que estoy de alguna forma más relajado. Es fascinante. Y como echo mucho de menos a mi padre, acabo contándole un montón de cosas. Todas las cosas que le contaría a mi padre. Y él, como mi padre al final de su vida, solo me escucha”, dice. Solía escribir en la cocina, pero en el confinamiento arreglaron la casa y convirtieron uno de los dos cuartos de baño en su estudio. “Ni siquiera tiene ventana, pero me encanta”, confiesa. Acaba de publicar una colección de relatos —en la que se incluyen todos los citados— que lleva por título Avería en los confines de la galaxia (Siruela).
No, no los escribió durante el confinamiento, aunque escribió mucho durante el confinamiento. “En los más de 30 años que llevo escribiendo ha habido dos momentos en los que he escrito muchísimo. El primero fue a los 19 años, durante el servicio militar obligatorio. No era feliz. Estaba desesperado. Si tuviera que hacer una corta lista de las cosas que hacen escribir, incluiría: ansiedad, frustración y aburrimiento. Y hubo mucho de eso durante la pandemia. Así que sí, el segundo momento de mi vida en el que más he escrito ha sido durante los confinamientos. El espectáculo global de miedo y esperanza sincronizados fue también realmente inspirador. Como escritor, a veces intento imaginar un cambio en el mundo que pueda hacer cambiar al ser humano, y admito que la pandemia ha sido un excelente golpe de efecto, casi un regalo para un escritor como yo”, expone. Así que ha escrito más durante el confinamiento, pero ¿de dónde vienen los cuentos de la colección? “Tuve un accidente de coche hace cinco años, y ahí empezó todo”, contesta.
El coche quedó para el desguace. Él despertó en el asfalto. Le dolía todo. Estaba cubierto de cristales. “Estaba convencido de que iba a morir”, recuerda que pensó. “Primero me dio pena, no quería morirme, pero a continuación, empecé a pensar en el tráfico en la carretera, en niños cantando en el asiento trasero de algún coche que circulaba, en un perro con la cabeza fuera de la ventanilla, disfrutando del aire, y me dije, ‘Vale, puede que el mundo se acabe, pero solo se acaba para ti, esto no es más que una avería en los confines de la galaxia’. Y hubo algo liberador en eso. Y ese momento extrañamente fascinante previo a la muerte define en buena parte el tono del libro”, confiesa. Si siempre son cuentos es, dice, “por la libertad que me dan”. “Cuando me siento a escribir un cuento no sé lo que va a pasar, y me encanta. Es como estar leyendo un libro. Si sigo es solo para saber qué va a pasar a continuación”, dice.
Kafka lo cambió todo
La extrañeza ante el mundo que está presente en todos sus cuentos es, dice también, inevitable. Porque él mismo entiende cada día menos el mundo. “Como padre no sé cómo explicarles a mi hijo por qué tanta gente en Israel sigue votando a Netanyahu si nos miente cada día, por ejemplo. No puedo explicarle el mundo porque yo tampoco lo entiendo. Buena parte de mis cuentos son sobre gente que cada vez entiende menos la vida y que los protagonistas sean padres solo incrementa la ansiedad que un mundo caótico y críptico puede llegar a generarte”, asegura. “Mis cuentos siempre empiezan con una escena enigmática, o una frase extraña que alguien me ha dicho, y a veces no tienen el efecto esperado, como ocurre en Tod, en el que alguien me pide un cuento para poder acostarse con chicas, lo escribo y el resultado es que en la vida real ese alguien tiene que cambiarse el nombre. Mis cuentos son solo intentos fallidos de cambiar el mundo”, dice.
Recuerda que de adolescente nada le fascinaba más que la física y las matemáticas. Quería ser ingeniero industrial. Pero a los 18 tuvo que unirse al servicio militar obligatorio. Duró tres años. Lo pasó fatal. “Fueron los años más duros de mi vida”, asegura. “Tuve muchos problemas con la autoridad, porque intentaba ser tan libre y divertido como lo había sido hasta entonces, y sobre todo intentaba pensar por mí mismo, pero eso no gustaba nada. Fue durante el primer año allí que leí La metamorfosis y otros cuentos de Franz Kafka y me sentí por completo identificado con el mundo incompetentemente absurdo que retrataba. Había leído a escritores sesudos israelís como Amos Oz o David Grossman, pero no fue hasta que leí a Kafka y vi cómo compartía sus neurosis con el mundo, que me dije que yo también podía hacerlo”, confiesa. Luego llegó Douglas Adams, su escritor favorito. “Con él aprendí que tienes que divertirte cuando escribes”, dice.
Para Keret, “los libros son como historias de amor, porque nunca sabes dónde van a llevarte”. “Uno no espera nada de un libro. Entras en él sin saber cómo saldrás. Lo que ocurra es totalmente impredecible. Y pueden cambiarte como te cambia una historia de amor”, añade. Ha hablado de Ams Oz y David Grossman, ¿en qué momento se encuentra la escena literaria en Israel? “La literatura israelí lo está pasando mal hoy en día, y no por la falta de talento. El problema es que desde marzo no se ha publicado ni un solo nuevo libro, y esto es así por el terrible estado en el que se encuentra actualmente el negocio editorial aquí, y la falta de interés que tiene nuestro gobierno de derechas en nada que signifique echar una mano al mundo de la cultura, teniendo como tiene la coartada perfecta ahora mismo con la pandemia”, contesta.