LIBROS | ENTREVISTA

Leslie Jamison: “Tras el mito del genio autodestructivo hay mucho dolor”

La escritora estadounidense aborda la fuerza del mito del artista maldito y la tortuosa y fructífera relación entre literatura y alcoholismo, en un ensayo que mezcla con sus memorias

La escritora Leslie Jamison, en una imagen de 2017.Beowulf Sheehan

Antes de cumplir los 30 años Leslie Jamison (Washington, 1983) ya había conquistado a la crítica y se había colocado en las listas de libros más vendidos con El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros (Anagrama). En esa antología reunió varios de sus ensayos personales que lindaban con el reportaje, unos escritos en los que de alguna manera tomaba el testigo de la maestra del género, Joan Didion, y con una prosa limpia y exacta atacaba al corazón de cualquier tema que se le pusiera delante. ...

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Antes de cumplir los 30 años Leslie Jamison (Washington, 1983) ya había conquistado a la crítica y se había colocado en las listas de libros más vendidos con El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros (Anagrama). En esa antología reunió varios de sus ensayos personales que lindaban con el reportaje, unos escritos en los que de alguna manera tomaba el testigo de la maestra del género, Joan Didion, y con una prosa limpia y exacta atacaba al corazón de cualquier tema que se le pusiera delante. Jamison ha reivindicado texto tras texto que el sentimiento intenso o el dolor no tienen por qué hacer descarrilar una historia ni disolverla en un tono amarillo sensacional o rosáceo dulce, sino que pueden cargarla de fuerza cuando están bien traídos y contados.

Aguda observadora, licenciada en Harvard y en el legendario taller de escritura de la Universidad de Iowa, su debut novelístico fue con El armario de la ginebra (Sexto Piso). El título y aquella historia protagonizada por una dipsómana no fueron algo fortuito, la joven autora arrastraba desde el final de la adolescencia una autodestructiva adicción al alcohol. En La huella de los días (Anagrama) entra a fondo en esa historia de copas sin fin, de relaciones truncadas y viajes alcohólicamente delirantes. La va hilando con la de grandes creadores machacados por el alcohol o las drogas, explorando la leyenda del artista maldito, y desenterrando centros y métodos de desintoxicación en EE UU, desde Alcóholicos Anónimos hasta la Granja de Narcóticos donde estuvo William Burroughs. Billie Holiday y Amy Winehouse, Raymond Carver, John Cheever o John Barryman pasando por Jean Rhys o Charles Jackson —que escribió aquella alcohólica novela, Días sin huella, que inspira el título de esta traducción al castellano—. Jamison disecciona con esmero la fatal mezcla que ha marcado y dejado a tantos por el camino.

Ella se expone en primera línea en un libro en el que invirtió ocho años y que pasó de ser su tesis doctoral a convertirse en las memorias de su primera juventud. Lleva una década sobria. Desde su apartamento en Brooklyn habla por videoconferencia moviéndose del salón al dormitorio, contestando desde el sofá o desde la cama, mostrándose tan flexible, reflexiva, perspicaz y sutil como en sus escritos. Madre de un bebé y profesora en la Universidad de Columbia, Jamison conserva ese tatuaje en latín en su brazo izquierdo (“soy humana, nada me es ajeno”), y mantiene intacta su inteligente sinceridad.

Pregunta. La huella de los días arrancó como una investigación sobre la relación entre alcoholismo y literatura. ¿Cómo acabó metiendo su biografía?

Respuesta. Pensaba centrarme en cuatro escritores estadounidenses y su relación con distintos centros de desintoxicación. Pero en un momento dado comprendí que lo que más me movía era confesar por qué me interesaba ese tema. Decidí que metería mi historia como la espina dorsal que hilase las 400 páginas.

P. Al contar su historia expone también a otros.

R. En general todo lo que escribes acarrea contar la historia de otra gente, porque no hay ninguna vida que no sea una custodia compartida. Siempre compartes las experiencias. Por eso, aunque no funciona en todas las ocasiones, realmente intento que cuando las personas que están en mi vida se convierten en personajes entren en el proceso. Les doy borradores para que vayan leyendo y luego converso con ellos. Te dicen que recuerdan algo de manera distinta o que es duro que algo vaya a ser público, o que hay un 10% que les incomoda.

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P. ¿Qué hace entonces?

R. Mi pareja en ese tiempo que rememoro en el libro, leyó dos versiones del manuscrito íntegras. Intenté no hacer eso de ‘si quieres leer este libro tan largo en la próxima semana y comentarme algo estás a tiempo’. Quería darle más vida al libro basado en lo que él tenía que decir, y sus recuerdos y opiniones no me constriñeron como una camisa de fuerza, sino que me permitieron aportar una mayor complejidad a la historia, algo a lo que todo escritor debe aspirar. Es más complejo que poner ahí simplemente mis recuerdos.

P. Pero, al final, la escritura no es un proceso democrático, usted decide como autora.

R. Una historia personal no se escribe en consenso, pero puede presentar las distintas versiones. Dos personas no tienen la misma visión de su relación, pero es que incluso una misma persona tiene distintas perspectivas de su vida. Yo a veces me siento de seis maneras diferentes sobre una situación o una persona. Trato de reconocer esto, y por eso a veces el desacuerdo llega a la página. No creo que la congruencia retrate con fidelidad la vida emocional de uno.

P. Escribió sobre adicciones en plena crisis de opiáceos y narra un desafortunado encuentro sexual, pero rechaza asumir el papel de víctima. ¿Por qué?

R. Una de las preguntas que recorre el libro es a qué gente se la ve como moralmente responsable de sus adicciones y a quien como una víctima que merece nuestra comprensión. Era consciente de que, en el contexto estadounidense, al ser una chica joven y blanca, de familia acomodada, yo encajo a la perfección en el tipo que inspira lástima y simpatía, alguien que no es considerada como un signo de decadencia moral. Una mujer afroamericana a finales de los 80 adicta al crack rara vez era vista así, porque en este tema hay una división racial y de género. Del mismo modo, una mujer autodestructiva será juzgada más duramente que un hombre.

P. Su libro salió casi en paralelo al estallido del Metoo, pero narra un episodio de abuso sin calificarlo como tal.

R. Podemos desarrollar un tipo de inmunidad ante historias que ofrecen versiones muy resumidas y en términos muy categóricos. Hice ese relato de tres páginas sobre un encuentro sexual totalmente alcoholizado y fue algo consciente, complejo y muy delicado. Creo que es importante dar detalles por cuestiones artísticas, porque eso aporta una conciencia compleja, y también por motivos éticos. No ayuda a nadie fingir que cuestiones relacionadas con el consentimiento a veces no se vuelven muy complicadas y que es difícil hablar de ello. No sé si lo que sucedió esa noche puede ser considerado como una violación o no y por eso quiero dar la versión larga en lugar de meterlo directamente en esa categoría. Quiero explicar lo que pasó, que hubo momentos en ese encuentro en que no estaba dando mi consentimiento, pero estaba muy, muy borracha, y él también. La literatura te permite recrear cuál era el sonido de ese ventilador que se movía y se detenía según iba y venía la corriente eléctrica y cómo olía el sudor del tipo y qué poemas estaban en mi mesita de noche. Y todo eso rescata la experiencia de categorizaciones.

P. ¿Qué tiene de atractivo el artista maldito?

R. Es como si quisiéramos creer en un universo en el que las vidas que parecen oscuras tienen sentido. Si decimos que en esa oscuridad está la raíz de un arte magnífico o que vamos a esos lugares oscuros para traer algo maravilloso de vuelta, resulta más fácil vivir en un mundo lleno de oscuridad. Hay algo que consuela en esa alquimia.

P. ¿Desmitificó el malditismo?

R. Cuando empecé con el libro quería contrarrestarlo, mostrando que detrás de esa versión mítica de, digamos Carver, sacando sus relatos perfectos de la mente sonada de un alcohólico, también hay un tipo solitario y con sobrepeso que comía cosas horribles solo. Detrás de la mitología del genio autodestructivo hay mucho dolor no romántico y este es el aspecto que tiene. También quería mostrar que la oscuridad no es el único lugar del que se puede extraer la verdad. Y todo estaba mezclado con mi propio proceso de dejar la bebida. Pero llegué a un lugar más complicado porque hay gente autodestructiva que hace y ha hecho gran arte y también otros que no lo son y hacen arte maravilloso.

La huella de los días. Leslie Jamison. Traducción de Rita Da Costa. Anagrama, 2020. 632 páginas. 24,90 euros.

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