En el nombre del padrastro

Con rabia y ternura y un espléndido dibujo de los personajes, Juan Vilá relata magistralmente en ’1980′ la vida de una familia sin épica ni grandes traumas

Escritor Juan Vilá.Jacobo Medrano

Juan Vilá (Madrid, 1972) es licenciado en Filosofía. Trabaja como periodista para diversos medios. Con la editorial Piel de Zapa publicó m, El sí de los perros y El librero asesino de Barcelona. 1980 es su presentación de la mano de una major como la editorial Anagrama. Y a lo largo de toda la lectura no he podido desligarme de Una muchacha muy bella, novela del argentino Juli...

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Juan Vilá (Madrid, 1972) es licenciado en Filosofía. Trabaja como periodista para diversos medios. Con la editorial Piel de Zapa publicó m, El sí de los perros y El librero asesino de Barcelona. 1980 es su presentación de la mano de una major como la editorial Anagrama. Y a lo largo de toda la lectura no he podido desligarme de Una muchacha muy bella, novela del argentino Julián López. Lo cual no es en absoluto un desmérito, ya que la novela de López es una maravilla, libro único y especial, en parte por el uso extremo del lenguaje. En el caso de ésta, el centro de la novela es la madre del protagonista, y en el de Vilá —aunque más repartido el foco coral—, su segundo padre, ese señor de 62 años que, en un momento dado, abandona a mujer e hijos en Barcelona y se va a vivir con una viuda con tres hijos en Madrid.

En ambos brilla el uso de una voz adulta que decide volver a sentir como un niño, hiperbólica y radical, sin los filtros y la lucidez que nos va asignando la vida. Es una mirada de admiración absoluta ante el tótem, el ser mitológico, misterioso, tan incomprensible como cercano, que te da la mano y evita que te pierdas en medio de lo confuso de la niñez o adolescencia. Juan Vilá dota de nervio a esa mirada leal de gratitud infinita hacia ese segundo padre sin cursilería ni psicoanálisis barato, sino a base de silencios masculinos, abnegación exento de drama, vida al mismo tiempo generosa, resentida y gozosa.

Las teclas que toca Vilá suenan todas bien. Los personajes (la abuela y la madre en especial, pero también hermanos y hermanastros) están dibujados espléndidamente. La forma de narrar en una falsa oralidad, anticipando o retrasando información te engancha a sus páginas. Hay ternura y rabia, hay nostalgia y crueldad, y la idea poderosa de que solo cortando nudos y afectos puedes tratar de salvarte en otros. Y, por supuesto, está el tono que no pierde en ningún momento el autor, que da con la velocidad y páginas adecuadas —a mitad del libro, el motor parece griparse, pero el oficio de Vilá viene presto al rescate—.

En el libro de Julián López, el regalo de amor absoluto esconde una tragedia. En el caso de 1980, el escondrijo es la propia narración, en cómo nos construimos. Y lo hacemos con relatos ficticios de antepasados, momentos fundacionales sesgados y recuerdos medio inventados. Con todo ello, creamos una verdad que trata de acomodarse en unos seres desconocidos y cotidianos a los que llamamos familia. La del narrador en 1980 no tiene épica ni grandes traumas. Es un grupo de gente convencional que se quiere, compite, odia, detesta y se necesita. Que permanecen callados o gritándose sin saber muy bien qué les pasa y por qué callan o gritan. Ese tipo de gente que, llegado el caso, se queda a tu lado cuando tienes siete años y estás con 40 de fiebre o que le quita la silla bajo su culo a ese viejo cabrón que es tu abuelo. Ese tipo de gente, ese tipo de familia.

1980

Juan Vilá.
Anagrama, 2020.
168 páginas. 17,90 euros

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