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Amor, un músculo que se ejercita todos los días

Apostar a temprana edad por la formación deportiva de nuestros hijos puede ser una apuesta intimidante, pesada y compleja. Pero cuando el amor, los valores correctos y la pasión deportiva se unen forman una ecuación para toda la vida

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andresr (Getty Images)
Ricardo Pineda

De acuerdo con el consenso neurológico y científico de las últimas décadas, se entiende que los seres humanos, especialmente durante los primeros años de vida en casa al lado de nuestros padres, nos formamos primordialmente de relaciones neuronales en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida: nuestra consciencia, lo que pensamos, sentimos, percibimos o hacemos llega a través de un óptimo funcionamiento cerebral donde radica la capacidad de aprender nuevas cosas todo el tiempo. Esto incluye invariablemente la pasión por un deporte o los valores que serán los pilares desde los cuales veamos la vida.

Imaginemos ese proceso cerebral como reacciones en cadena y pensamientos positivos que nos van llevando más y más lejos. La mayoría de las veces es mamá quien nos ayuda a dar los primeros pasos, a no caernos o si lo hacemos, levantarnos e intentarlo de nuevo. Sin embargo, al interior de la familia de Karla Zaragoza (41 años), madre de tres hijos, la apuesta por una temprana carrera deportiva profesional de uno de ellos, Julián Alcocer (13 años), ha representado un trabajo en conjunto en mancuerna con su marido, quien tuvo la iniciativa de introducir al pequeño Julián al mundo del futbol con tan sólo 4 años de edad.

Karla recuerda con cariño y detalle que la pasión y gusto por el futbol de su marido fue transmitida de forma natural a su hijo, quien desde muy pequeño demostró interés, gusto y entrega por el balónpie de forma constante. El proceso fue dándose de forma paulatina, pero cada vez más serie y demandante.

“Todo empezó en el colegio, en donde tenían equipos representativos y una selección, Julián Alcocer empezó ahí, y a la par lo metimos en una escuela pequeña de futbol. Empezó a gustarle más y más, hasta que hubo un momento en donde un profesor de la escuela nos dijo que era momento de invertir más si queríamos que Julián llegara un poco lejos en cuanto a su nivel y desempeño como atleta”, cuenta Karla Zaragoza.

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Franziska & Tom Werner (Getty Images)

Inversiones, decisiones y motivaciones

Tras unos primeros encuentros en una escuela perteneciente al club del equipo Atlas y con el apoyo del profesor que atinó a compartir el potencial de Julían, quien lo llevó a visorias (pruebas) al club Gallos Blancos, en donde desde la primera recibió al entonces joven talento de 12 años de edad.

Esta evolución natural ha cambiado la dinámica no sólo de Julián como estudiante, niño y profesional deportivo, aprendiendo de forma temprana una disciplina, constancia y valores férreos para su vida personal, sino que ha hilvanado los tiempos y espacios de toda la familia en función a una apuesta importante por su desarrollo. Hoy, la familia completa de Karla Zaragoza es concebida como un equipo que trabaja en función de la vida deportiva de Julián.

Dicha apuesta, nos cuenta Karla, si bien está llena de amor, emoción y correspondencia con el talento de su hijo de ahora 13 años y ocho meses, no ha estado exenta de desvelos, sacrificios e inversiones importantes de tiempo, distancia y recursos por todos los integrantes de la familia.

“Él se encarga de su uniforme y se concentra en su desempeño como estudiante y deportista. Nosotros lo llevamos, lo traemos, le preparamos sus alimentos especiales en horarios especiales, cuando sale de entrenar se dedica a ponerse al corriente de sus tareas, pero también ha tenido que hacer ciertos sacrificios, no ir con nosotros en las vacaciones, llegar tarde o no acudir a fiestas; no sale porque está concentrado en el deporte. Es un proceso bastante largo, en el que tienes que invertir mucho tiempo, especialmente ellos, pero todos colaboramos, hay mucha disciplina. Y Julián es un niño muy disciplinado,

La mamá de Julián recuerda que una de las primeras transformaciones vino en el ámbito escolar, en donde él y su esposo se encontraron con una imperante falta de apoyo a la vida deportiva temprana en muchos colegios. Hasta que encontraron una escuela que le permite entrar a un horario determinado, ir a entrenar, reponer y seguir al corriente con el resto de las tareas.

La buena recepción de Julián como parte de un equipo profesional local fue tan buena, que esto se ha convertido también en un motivante para toda la familia. Y pese a que la pandemia generó una pausa en esta historia, la activación ha vuelto y sigue pasando filtros. Recientemente lo volvieron a llamar y ha permanecido constante en el equipo. Hoy mismo, Julián Alcocer Zapata, de 13 años y ocho meses de edad se encuentra en promoción para entrar a la categoría Sub 14, que es el escaño en donde se le considera como un jugador semiprofesional o fuerzas básicas del equipo.

Karla reconoce que en esta historia llena de amor, apoyo incondicional, esfuerzos y goles, la parte más dura no han sido los entrenamientos en lugares lejanos, los partidos a una hora muy temprana, o los cambios abruptos de entrenamiento o rutina, sino más bien una incertidumbre temprana, en donde el talento de su hijo puede despegar en cualquier momento.

“En casa sabemos que primero está el deporte y luego nos organizamos con todo lo demás, incluso los hermanos, porque luego le toca a su hermana ir a recogerlo cuando nosotros no podemos. Pero como mamá me cuesta soltarlo porque te lo dicen desde el principio, que un día puede venir un equipo desde sus 14 años y llevárselo a otra ciudad. Eso, las visorias, pruebas y partidos van haciendo que el tiempo que pasamos con él sea cada vez menor”, confiesa.

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andresr (Getty Images)

Aprendizaje mutuo

Más allá de la cancha y la preparación física de Julián como joven promesa, el futbol ha sido una presencia valiosa para toda la familia Alcocer Zaragoza. Karla nos cuenta: “El deporte le ayuda mucho a Julián también para su crecimiento personal, a desarrollarse de forma independiente y también con el equipo, a asumir compromisos. Pero yo he aprendido mucho de él también, a incorporar constancia y disciplina a mi vida, pero sobre todo a perseguir el sueño propio. Eso nos ha dado las bases del deporte”, afirma.

Consciente de que esta historia de amor, empuje y el equilibrio de todas las áreas de nuestra vida demanda, Karla Zaragoza, su marido y sus tres hijos hoy apuestan por una luz ligada a la pasión, el trabajo y los procesos evolutivos de un aprendizaje de vida para toda la familia.

Al final del día, Karla reconoce que la mayor satisfacción es ver a Julián jugar, “que está contento y hace lo que le gusta. Sabemos que adaptarnos a la vida de un deportista es parte de su desarrollo”.

Sobre la firma

Ricardo Pineda
Es branded content analyst para El PAÍS México. Periodista, locutor y especialista en contenidos y estrategias digitales. Trabajó en Forbes México, El Financiero, Radio UNAM e Infosel Financiero. Ha colaborado también como columnista sobre temas culturales en diversos medios locales. Es egresado de la UNAM y actualmente vive en Ciudad de México.
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