¿Qué puede enseñar el futbol americano a la maternidad?
Una historia llena de amor, esfuerzo, triunfo y derrota. Cuando mamá es también nuestra entrenadora dentro y fuera de la cancha existen también otras formas de enfrentar los desafíos.
En cierto modo, toda familia es un equipo y cada equipo tiene su propia historia, momento e identidad. Para Mariana Ríos (63 años), mamá de Mariano (38 años) y Cuauhtémoc (43 años), los mejores recuerdos de su vida están asociados al emparrillado, los jerseys, las tribunas, los cascos y los goles de campo.
Conscientes de los beneficios que el deporte puede imprimir en los hijos, y con los ánimos y el amor que llevan a la mayoría de los padres de familia a darles lo mejor a sus hijos para sus vidas, el futbol americano fue el inicio de una historia llena de diversión y canalización de energía, de entrañables postales de triunfos y derrotas para el anecdotario familiar. Pero en 1988, Mariana Ríos y su esposo, ambos amantes del ejercicio y el deporte, no se imaginaban que el deporte surgido profesionalmente en Estados Unidos en 1892 se convertiría en la encarnación del amor y la vida misma.
Todo comenzó en 1988 con el béisbol, cuando a Mariana y a su esposo el deporte les pareció una buena idea que sus hijos, en ese entonces de 5 y 8 años de edad, hicieran algo de ejercicio o practicaran algo deporte. La mamá de Mariano y Cuate, como le dicen de cariño a su hijo mayor, recuerda que a su esposo le gustaba mucho el béisbol y buscaron un equipo en el deportivo Miguel Alemán.
“Íbamos al béisbol a entrenar. Pero un día nos invitó una vecina a que fuéramos a jugar futbol americano al club de Cobras porque el equipo de su hijo no se completaba. Aceptamos y mi hijo (Cuauhtémoc) se quedó, no en la categoría que quería mi vecina, sino en una arriba. Y Mariano entró, pero por su edad era pañoleta todavía (sin equipo ni contacto completo). Les encantó”, recuerda con mucho gusto Mariana Ríos.
El entrenamiento en el béisbol contrastaba con el del futbol americano de forma sensible.El primero requería correr dos o tres vueltas al diamante y esperar a que les tocara batear. En cambio el segundo demandaba un acondicionamiento físico constante, era más dinámico.
Mariana relata entre lágrimas y mucho cariño que ella no sabía nada sobre el deporte número uno de los Estados Unidos, pero que la emoción y alegría que le despertaba el ver a sus hijos disfrutar y apasionarse le invitaba a involucrarse cada vez más. Recuerda que además del deporte, el ambiente y el trato social alrededor del juego se fue convirtiendo en parte esencial de sus vidas. “Me gustaba mucho el hecho de que todos se llevaran bien, estar al pendiente de que no se lastimaran, de viajar con ellos. Muchos papás no acompañaban a sus hijos pero sabían que otros padres sí íbamos y estábamos al pendiente, eso te va dando una confianza y fuerza que va aumentando porque había un papá doctor, otro que sabía vendar, etc. Se fue convirtiendo de a poco en nuestra vida”.
Más allá de la cancha
La pasión por el futbol americano y el béisbol comenzó a llenar el tiempo de la familia Vargas Ríos, llevando vidas deportivas en paralelas hasta que el empalme de horarios y la ralentización de las oportunidades de juego activo en el llamado “rey de los deportes” llevó a ambos hermanos a decantarse por las yardas y las jugadas ofensivas y defensivas.
Mariano y Cuauhtémoc fueron mejorando y destacando en el deporte, creando una comunidad y una personalidad en torno al deporte. Su mamá cuenta a detalle la travesía con especial énfasis. “Llegamos a Cobras y al siguiente año nos invitan a Prepa 9, en Vietnamitas. Subieron de categoría. Llegó un momento en el que a donde fueran (el equipo de Cuauhtémoc) paraban el partido porque eran muy fuertes. Llevaban dos o tres años con Carrera Tennesee (que no les metían un punto en contra), eran el equipo a vencer, incluso les decían La Pandilla Infernal. Era un ambiente muy bonito porque después de los partidos había convivio con los papás y los niños, quienes se volvieron muy fraternales dentro y fuera de la cancha.
Esa armonía y camaradería impregnó las paredes del hogar de la familia Vargas Ríos, quienes de a poco fueron disfrutando más e involucrándose en distintas áreas de operación del equipo. Los papás de Cuate y Mariano estaban en todos los partidos y entrenamientos, se convirtieron en manager, representante de campo, entre otras cosas con tal de estar y disfrutar con los muchachos.
Pero de a poco comenzaron a mezclarse las condiciones, las reglas y los valores extradeportivos para poder generar un balance. “Para ellos la condición era que si bajaban de rendimiento en la escuela dejaban de entrenar. Y también aprendieron del compromiso: les decíamos que si empezaban una temporada la tenían que terminar completa, nada de dejarla a mitad o no ir a los entrenamientos”, cuenta Mariana, quien asegura que eso fue toda una motivación para que sus hijos se esforzaran en casa y en la escuela también, ya que les encantaba el deporte.
Como madre y coach de vida, Mariana Ríos reconoce que si bien otros deportes pueden tener valores y enseñanzas fuera de su propio campo de acción, ella ve enseñanzas muy positivas en el futbol americano que hoy forman parte de la personalidad y el presente de su familia.
“El trabajo en equipo, principalmente. Ser parte de algo desarrolla ciertos hábitos que yo no he visto tanto en otros deportes. Aquí hay una disciplina y una fuerza conjunta que invita a hacer equipo sí o sí, resalta el apoyo y la protección mutua y no ver ni más ni menos al otro. Y además tienes que esforzarte cada vez más para ser mejor. Gracias al deporte yo veo que ellos son más sociables, solidarios y fraternales no sólo con su equipo sino con familia, amigos y compañeros de escuela. Eso te hace tener otra actitud, de que no vas a luchar nada más por ti o por una sola causa, sino que vas a enfrentarte a algo para todos”, apunta la madre de dos jugadores sobresalientes en el futbol americano nacional, quien asegura que si uno enfoca sus objetivos con la disciplina y el entrenamiento adecuados, con la intención de dar todo lo que se puede dar, entonces todo saldrá bien.
Con la pasión y el esmero comenzaron a llegar también las oportunidades, mismas que confiesa Mariana nunca pensó que se convertirían en parte esencial de la vida profesional de sus hijos. También se convertiría en un momento decisivo para que sus hijos dejaran el nido en busca de su desarrollo de forma más independiente.
“Cuando Mariano iba a empezar la prepa y Cuauhtémoc la universidad tocaba subir de categoría, ahí le ofrecen a Cuauhtémoc entrar a los Frailes del Tepeyac. Por solidaridad con su hermano, Mariano se fue junto con él. Después les ofrecieron una beca en el Tecnológico de Toluca y se fueron a vivir en un lugar con varios muchachos en una casa para todos. Lo difícil fue que los extrañaba mucho, a pesar de que venían a verme cada ocho días, pero me fui acostumbrando”, cuenta esta mamá y coach de vida.
De cara a la vida adulta y el paso por momentos cumbre en diversos equipos, incluídos tres años como seleccionado nacional en el caso Mariano, ambos hermanos hoy son dos felices padres de familias, que, como apunta su madre, de una u otra manera nunca pueden estar fuera del futbol americano, un eje fundamental en su formación. Tras su retirada como jugador, Cuauhtémoc ha sido también varias veces entrenador y Mariano, aún jugador profesional, es hoy el padre de un pequeño de 5 años que comienza su primera temporada, continuando una tradición de esfuerzo, amor y enseñanza desde la cancha hacia el mundo y de vuelta.