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“La distancia me ayudó a conocer mejor a mi mamá”

Trabajo, situaciones complejas y decisiones de vida alejan de forma física a algunas madres de sus hijos. Sin embargo, esa misma distancia puede convertirse también en una oportunidad de conocerse y vincularse de forma distinta. Estas tres historias nos hablan de un amor que la lejanía sólo ha hecho más fuerte.

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triloks (Getty Images)
Ricardo Pineda

Uno de los momentos más difíciles y dolorosos se ubica en el momento irremediable en el que los hijos tienen que dejar el nido, como comúnmente se le refiere al hogar, para volar por cuenta propia. Esa experiencia, difícil y necesaria, a veces llega de una forma intempestiva y más temprano a lo esperado, ya sea por un tema de crecimiento y desarrollo, madurez o por alguna situación extrema que orilla a la separación del seno materno. Sin embargo, a veces la distancia y el tiempo de por medio ayudan a querernos mejor y crecer mutuamente desde el reenfoque de los afectos.

Para Maribella Aguilar, ahora también madre de 63 años de edad, la partida de casa fue en cierto modo pronta y necesaria, al vislumbrar un mejor nivel de vida en la ciudad. Ella recuerda lo difícil que fue y cómo su partida, en contra de la opinión de su mamá y la aprobación de su papá, generó cierta distancia e incomodidad con Francisca, su madre.

“Me fui de casa a los 14 años, de Guerrero al entonces Distrito Federal. Al principio el tema fue ríspido de ella hacia mí. Lloraba mucho y la sentía diferente conmigo, un tanto resentida tal vez, aunque nunca me lo externó. Jamás nos dejamos de hablar pero se sentía extraño. Ya cuando nació mi primer hijo en 1977, cinco años después de que me salí de casa, esa relación cambió un poco más”, recuerda Maribella.

Por su parte, para Eduardo Luis Hernández, venezolano afincado en México e hijo de padres divorciados, las distancias intermitentes a nivel local entre la casa paterna y materna debido a las oportunidades de estudio, en cierto modo prepararon el terreno para la partida definitiva del país.

“Me separé de mi mamá y me fui a los once años a casa de mi padre para estudiar en otra escuela. Mi relación con ella siempre ha sido bastante buena. Y en Nirgua (donde estudiaba) yo le hablaba todos los días por teléfono, la comunicación era constante. Y yo rescato mucho eso porque pese a que ya no es así ahora, es algo que nos ayudó a comunicarnos mejor. Yo sentía la relación con ella como la de una amiga”, cuenta Eduardo.

Por otra parte, y también de forma muy temprana, aunque en sentido inverso, la decisión de separación de Francisco de Pablo con su mamá y el resto de su familia fue prematura, fuerte, pero necesaria para su futuro profesional. “Hace poco más de diez años surgió una oportunidad laboral para mi papá y se fueron con mi hermano, quien aún no terminaba la preparatoria, pero yo ya estaba en la universidad y decidí quedarme. Me encargué de solucionar mi estadía, lo cual quizás me mostró más maduro y solucionó ese temor. Se fueron en 2010. Y desde entonces nuestra relación es buena, somos cercanos, yo sé que costó trabajo la separación, pero en ese entonces yo ya estaba inmerso en Internet, así que cuando pudimos hacer el primer chat familiar en 2013, esa comunicación fue aún más constante”, cuenta Francisco.

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FG Trade (Getty Images)

Lo que nos contamos y lo que sentimos

En muchos de los casos en donde existe una relación a distancia con mamá, la evolución en las telecomunicaciones nos ha hecho ser más sintéticos al hablar, o francos tal vez, quizás más prácticos o claros a la hora de contar anécdotas, pero también ha contribuido a expresar y sentir de formas diversas nuestros afectos. Así, los regaños, las lecciones de vida o los recordatorios dan paso a una preocupación por la alimentación, la seguridad y el monitoreo de la vida del otro.

Para Maribella Aguilar, la distancia de más de tres décadas con su madre ha pasado por varios formatos de comunicación y evolución. “Al principio mis padres venían de repente y yo iba también, nos veíamos unas cinco veces al año. En ese entonces no había manera de comunicarse por teléfono, era mediante cartas que tardaban un mes en llegar. Con la llegada de las casetas telefónicas al pueblo comenzamos a hablarnos cada 15 días en promedio y las cartas desaparecieron. Luego, tras el fallecimiento de mi padre a inicios de los noventa por fin tuvimos teléfono acá en la ciudad y hablábamos aún más. Hoy, con internet y el teléfono estamos más en contacto, si no nos vemos nos hablamos o luego le marco diario o hacemos videollamada”, precisa Maribella.

Sin embargo, Eduardo Luis sabe que muchas veces, pese a que las llamadas sean afectuosas, prolongadas y frecuentes, siguen habiendo cosas en el tintero, cosas que antes estaban y puede extrañar que ya no estén presentes, o bien que no se consideran necesarias para la conversación. Confiesa que la distancia también “hace de forma inevitable que se pierda cierto aspecto de la relación que yo creo es necesaria en el día a día, esta continuidad, digamos. Luego las llamadas semanales, al final pueden decir o no decir mucho, entonces hay cosas que quizás no te cuenta porque no te quiere preocupar. Como tú no ves su vida de cerca te puedes perder cosas”, afirma.

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damircudic (Getty Images)

Algo cambia, menos el amor

Pese a que siempre habrá cosas que extrañen de los días con mamá y que en cierto modo ya no regresarán, la distancia ha cultivado también una relación madura y contribuido a ver a la figura materna desde una visión más empática, humana y madura, en donde lo único que se fortalece son los afectos y la preocupación por el bienestar del otro.

Francisco de Pablo cuenta que incluso las discrepancias pueden ser un tanto más armónicas a lo lejos. “Siempre he podido ser abierto con mi mamá, pero conforme soy más adulto lo soy más. Me queda claro que hay cosas que no tenemos en común o en las que no coincidimos, pero también entiendo que eso no nos tiene que distanciar necesariamente”, afirma.

“Lo que disfruto ahora es explorar y profundizar en cosas de antes o la personalidad de ella, sin meterme ni juzgarla mucho. Es un poco entenderla, entrar en sus pensamientos sobre cosas nuevas. Me gusta indagar sobre su perspectiva, y a veces no nos metemos demasiado pero me gusta la idea de que se puede tener ese tipo de conversaciones con ella”, confiesa Eduardo Luis.

Por su parte, Maribella afirma que hoy incluso los roles se han invertido un poco, y que la edad y la salud de su mamá la invitan no sólo a estar más en comunicación con ella, sino a verla de forma física con frecuencia. “Al salirme de la casa entendí más a mi madre como persona, por los tratos que recibía en un régimen patriarcal, me ponía en sus zapatos. Ahora la relación es buena, pero el trato es más dependiente por la edad y la salud, pero eso me ha hecho ubicar y valorar la independencia y responsabilidad para con cada una, aunque sea mi mamá. Cuando sé que está enferma siento que debo estar ahí, la distancia a veces me hace sentir que me quedaré con algo guardado y eso no me gusta. Siento una necesidad mayor de acercamiento, de estar ahí”.

Sobre la firma

Ricardo Pineda
Es branded content analyst para El PAÍS México. Periodista, locutor y especialista en contenidos y estrategias digitales. Trabajó en Forbes México, El Financiero, Radio UNAM e Infosel Financiero. Ha colaborado también como columnista sobre temas culturales en diversos medios locales. Es egresado de la UNAM y actualmente vive en Ciudad de México.

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