Lula, Bukele y la eterna reelección
Los que proponen cambiar todo para reescribir la Historia casi siempre tienen la tentación de quedarse en el sillón, o se quedan
Lula acaba de decir que se siente en condiciones para, en 2026, aspirar por cuarta vez a la presidencia. El mandatario de Brasil, que ha gobernado 10 años y 8 meses de manera descontinua, necesita otra década para lograr que su país se convierta en lo que hasta ahora ha sido una tímida potencia atada a la figura del líder del Partido de los Trabajadores (PT).
El caso de Lula nos recuerda que dejar el poder resulta más difícil que llegar a él. Y eso que Lula tuvo que hacer política durante tres décadas desde la sociedad civil hasta que, finalmente, ganó la presidencia después de intentar llegar a ella cuatro veces, sin contar que estuvo en la cárcel cuando era sindicalista y se oponía a la dictadura (1964-1985). Pero desde que llegó a Planalto (sede del gobierno) ha construido una figura que hoy, más que política, parece mitológica.
No solo es cosa de él. Nayib Bukele también se niega a dejar el poder: quiere gobernar quién sabe hasta cuándo, y por eso acaba de reformar la Constitución. Igual que el brasileño, Bukele es de esos que se creen imprescindibles, así la ley prohíba la reelección indefinida.
Hace poco hemos conocido que a Gustavo Petro también le gustaría volver a la Presidencia de Colombia, aunque se ha negado a decirlo de manera pública. Pero su gente, en los mítines, suele gritar: “reelección, reelección”. Como no puede ser reelegido el próximo año, quiere convocar una Asamblea Constituyente, que es, en definitiva, una apuesta para cambiar las reglas de la reelección. Sí, quiere volver en 2030.
La lista es larga. Para no hablar de los dictadores de los regímenes autoritarios de Nicaragua, Cuba y Venezuela, se puede pensar en Evo Morales, que, aunque se les parece, intentó volver al poder por cuarta vez por el camino institucional, pero fue bloqueado por los tribunales bolivianos en un precedente judicial que ha marcado la política de toda América Latina. En 2024, el Tribunal Constitucional inhabilitó a Morales y dijo que la reelección “no es un derecho humano”, como él, retóricamente, defendía desde las calles de Bolivia, desconociendo las decisiones de la OEA y la Comisión de Venecia sobre este supuesto.
La reelección, sea en el país que sea, no es un derecho humano, pero tiende a ser un fenómeno latinoamericano. No es que solo sea de acá —en Francia, por ejemplo, muchos presidentes se reeligen— pero sí hay casos que en la región se repiten y, cómo no, se vuelven tendencia. Uno puede asociar esta tendencia reeleccionista con el hiperpresidencialismo, con la debilidad de los partidos, con la polarización, y todo esto es cierto. Sin embargo, hay algo más que hace que nos parezca tan atractiva la reelección: el interés por los líderes personalistas. Los proyectos a largo plazo nos aterran, pero no tanto cuando son la propuesta de una persona que quiere hacer historia, como Getúlio Vargas, y promete transformar todo, corregir el sentido de las cosas en un país. Fascinados, hemos caído en esos proyectos: con Rosas o Perón, con Haya de la Torre o Fujimori, con Velasco, con Pérez Jiménez o Chávez.
Los que proponen cambiar todo, y suelen invocar la revolución (la humana, la social, la del orden) para reescribir la Historia, casi siempre tienen la tentación de quedarse en el sillón, o se quedan. En vez de proponer un proyecto que continúe con otro político o, deseablemente, sea liderado por un partido, Lula, como Bukele, han preferido seguir lo que hizo Perón: insistir en el bukelismo o el lulismo, y olvidarse del PT o el partido Nuevas Ideas, plataformas ya vacías de poder.
En la mente del líder personalista no se puede ceder el poder. No se le puede dar, por ejemplo, a Fernando Haddad, el candidato eterno del PT, quien nuevamente ve que el presidente de Brasil, Lula, quiere ser candidato. Otra vez. Otra vez. Otra vez.