Guayaquil se sumerge en la penumbra y ahoga al comercio

El corazón comercial de la ciudad ecuatoriana sufre especialmente los cortes de suministro, a los que suma la inseguridad

Soldados en un puesto de control durante el apagón nacional por mantenimiento en el sistema eléctrico la noche del miércoles, el 18 de septiembre en Guayaquil.Vicente Gaibor Del Pino (REUTERS)

En el corazón de Guayaquil, el aire se impregna del aroma a diésel, mientras el zumbido de los generadores eléctricos se entrelaza con la humedad del ambiente. Los ecos de los buses y los gritos de los vendedores que animan a los transeúntes a entrar en sus locales forman una sinfonía caótica. Esta es la ciudad del comercio, donde sus habitantes se enorgullecen de su espíritu empresarial y su afán por el lucro. Sin embargo, hoy, la mayoría de los almacenes se encuentran sumidos en la penumbra por falta de electricidad.

En la panadería Nacional, los hornos permanecen apagados. Llevan cinco horas sin electricidad, justo en el horario en que más venden pan. Dos empleadas atienden los mostradores y tratan de llenar los espacios vacíos que ha dejado la baja producción debido a los racionamientos. Casi mil panes han quedado sin hornear tras los cortes de electricidad inesperados. “Nos organizamos para dejar el pan en el horno, pero la empresa eléctrica no respetó el horario publicado. Hemos perdido el pan que más vendemos”, lamenta Rux Pérez, una de las trabajadoras del establecimiento.

Soldados patrullan Guayaquil, durante el apagón. Vicente Gaibor Del Pino (REUTERS)

Panaderías, farmacias, ferreterías, locales de ropa, productos orgánicos, chucherías y restaurantes pueblan la manzana alrededor de la calle Luque, un área rebosante de comercio. Miguel Ángel Rumipamba, de 50 años, gastó 600 dólares en un generador para encender un foco que mantiene caliente la carne de cerdo horneada para los sándwiches y una licuadora para preparar batidos. “He perdido un 40% de ingresos en solo un día”, se queja. Con 30 años en el negocio de los alimentos, los últimos cuatro han sido los más duros. “Desde la pandemia, la situación económica ha sido muy difícil, y que nos corten la electricidad es un golpe más a una economía rota”, añade el comerciante, quien migró de la Sierra ecuatoriana a los 14 años para trabajar. Desde entonces, no ha parado. No terminó el colegio y salía a las calles con una carreta vendiendo jugo de naranja con hielo y sándwiches. “Aguantaba los aguaceros, el sol, y recorría el centro soñando con mi propio local”, relata Miguel Ángel. Hoy, un enorme letrero con el nombre Soda Centenario se ha convertido en una leyenda de los desayunos, piqueos típicos costeños y batidos que él llama “levanta muertos”, al mezclar frutas y plantas naturales. “La gente se siente con energía después de tomar uno de los batidos”, asegura.

Mientras limpia los estantes, busca algo que lo mantenga activo en espera de los clientes, que son atendidos casi al instante. “¡Que regrese la luz!”, exclama el hombre, haciendo gracia a los comensales que degustan empanadas algo frías. La algarabía del centro decae por la tarde y termina de morir casi al anochecer. Los comerciantes de la zona, y prácticamente todo Guayaquil, llevan años enfrentando la inseguridad. Tener un negocio es un riesgo en una de las ciudades más peligrosas del país y del mundo. Entre enero y el 19 de agosto se han registrado 1.150 crímenes violentos, y el año aún no ha terminado. Nadie menciona las extorsiones; el silencio, en esas condiciones, salva vidas. El guayaquileño que visita el centro enfrenta el miedo con resiliencia y necesidad.

La incertidumbre sobre cuánto tiempo durarán los apagones los tiene nerviosos. Es la sensación de Carlos, que tiene una pequeña imprenta. “Solo abro el local para que la gente no piense que he cerrado por completo”. Su negocio depende totalmente de la electricidad. “No he podido comprar un generador porque la situación ya es bastante mala y no alcanza para gastos adicionales”, continúa. En la misma calle, la situación es similar. Los locales están a oscuras y sin clientes. “La gente sale menos cuando no hay electricidad, probablemente piensan que no estamos atendiendo o simplemente tienen temor de dejar sus casas”, añade Carlos.

Al lado de su local está el de Ana Paula Suárez, que tiene una óptica. Las dos máquinas oftalmológicas están cubiertas con un forro. “Se supone que la electricidad debía regresar a las 13.00, pero aún no llega”, se lamenta. En un día, solo ha atendido a un cliente que dejó una receta para hacer unos lentes a medida. “Si algún paciente quiere que le hagamos el diagnóstico de sus ojos, tendríamos que hacerlo a la antigua y probablemente no le va a gustar”, añade.

La electricidad volvió a las 15.30. Un grito de alegría resonó como un eco en el centro. Se apagaron los generadores, y regresó el reggaetón y el vallenato a todo volumen. Nadie sabe cuánto tiempo durarán los apagones. Ya ni siquiera miran los horarios publicados por el Gobierno, porque no creen que se cumplirán. El ministro de Energía ofreció una nueva rueda de prensa para comunicar que el lunes por la noche llovió, pero no lo suficiente para aumentar el caudal del embalse de Mazar, que alimenta a dos hidroeléctricas. Además, anunció que el jueves se reunirán para decidir cuántas horas de cortes de electricidad se programarán para la próxima semana. Para este martes, la mayoría del país ya sumaba 12 horas sin luz.

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