Colombia gira a la izquierda
Gustavo Petro vence al populismo de Rodolfo Hernández con la promesa de reducir las desigualdades
Las elecciones del domingo dieron un resultado inédito en la historia de Colombia al votar para la jefatura del Estado a un candidato de izquierdas. El país respaldó con el 50,4% de los votos a Gustavo Petro, de 62 años y antiguo guerrillero del M-19, como futuro presidente frente al 47,3% del ...
Las elecciones del domingo dieron un resultado inédito en la historia de Colombia al votar para la jefatura del Estado a un candidato de izquierdas. El país respaldó con el 50,4% de los votos a Gustavo Petro, de 62 años y antiguo guerrillero del M-19, como futuro presidente frente al 47,3% del populista Rodolfo Hernández, de 77 años. La participación ha sido la más alta de los últimos 20 años, por encima del 58%: el resultado certifica la voluntad de cambio de una sociedad desencantada con sus políticos y estragada por la pobreza y la falta de oportunidades.
En un país donde las élites conservadoras han campado a su antojo durante décadas, este cambio permitirá a Petro, un economista que se ha moderado ostensiblemente en los últimos tiempos, desarrollar una política dirigida a cumplir su promesa de mitigar las desigualdades sociales y sincronizar los motores productivos con la lucha contra el cambio climático. Pero el giro electoral viene también acompañado de señales que el presidente electo no debería obviar. La fundamental es que tendrá que hacerse cargo de una sociedad gravemente fracturada, sin contar con mayoría parlamentaria y habiendo ganado a su oponente por apenas 700.000 votos (1,8% del censo). Para superar esta limitación necesitará cerrar con el resto de fuerzas políticas un gran pacto que permita restañar las heridas causadas por años de guerra, corrupción e inmovilismo.
El mensaje del electorado ha sido diáfano. El malestar social domina el horizonte colombiano. Petro es, en parte, fruto de este hastío, del mismo modo que su derrotado oponente. La candidatura de Rodolfo Hernández, un político machista, imprevisible e imputado en un grave caso de corrupción, ha mostrado en toda su crudeza la profundidad del rechazo a la clase política tradicional. De nada le ha valido al uribismo, que en la primera vuelta derrapó con Federico Gutiérrez, apostar por Hernández. El fracaso de esta estrategia ha puesto en evidencia el agotamiento de este sector y sus derivados como fórmula política. Es una lección que la derecha latinoamericana debería aprender. Como ocurriera en Perú con Keiko Fujimori o en Chile con José Antonio Kast, el recurso de ciertas élites al populismo extremo y a candidaturas de escasísima calidad democrática ha demostrado su inviabilidad y facilitado la emergencia de un nuevo eje de izquierdas.
Empujado por este viento continental, le toca a Petro aprovechar el momento, espantar los espectros que aún anidan en ciertos círculos de los mercados internacionales sobre sus objetivos y cumplir su promesa de un gran acuerdo nacional. A este fin parecieron dirigirse sus primeras palabras como presidente electo: “No es un cambio para vengarnos, no es un cambio para construir más odios, no es un cambio para profundizar el sectarismo en la sociedad colombiana”.
Hace un año, Colombia se vio sacudida por una violenta protesta que dejó decenas de jóvenes muertos. Las causas de aquel seísmo siguen vivas y, a menos que se logre avanzar en el pacto, se corre el peligro de otro estallido. No es una tarea fácil en un país donde el 39% de la población vive en la pobreza, donde aún hay guerrillas y donde el narco mantiene un enorme poder. Tampoco es algo que dependa de un solo hombre. Para lograr esa meta se necesita del concurso de las principales fuerzas políticas, de un esfuerzo general que, como en los grandes momentos de la historia de Colombia, aúne lo mejor de la sociedad. Ese primer paso, si se logra, definirá la presidencia de Petro y el futuro del país.