Laura Garzón: “No hemos aún pensado en lo trascendental que es la paternidad”
La ganadora del premio de poesía María Mercedes Carranza en 2022 publica el poemario ganador: ‘Pan Piedra’, un libro sobre las huellas que deja el abandono del padre
La santísima trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ha sido llamada a juicio, en un tribunal poético que vive en un nuevo libro titulado Pan Piedra. Se trata de un poemario de Laura Andrea Garzón (Bogotá, 30 años) que ganó el año pasado el primer premio de poesía María Mercedes Carranza—un galardón que la ciudad de Bogotá creó en honor a una de las poetas más destacadas del país. En Pan Piedra la divina trinidad es femenina. La componen una amorosa abuela llamada Dioselina, una madre co...
La santísima trinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ha sido llamada a juicio, en un tribunal poético que vive en un nuevo libro titulado Pan Piedra. Se trata de un poemario de Laura Andrea Garzón (Bogotá, 30 años) que ganó el año pasado el primer premio de poesía María Mercedes Carranza—un galardón que la ciudad de Bogotá creó en honor a una de las poetas más destacadas del país. En Pan Piedra la divina trinidad es femenina. La componen una amorosa abuela llamada Dioselina, una madre compleja llamada El Mundo, y una hija llamada La Reina. “La Reina, piensa Dioselina, va a ser la mujer que no salió de la costilla de Adán”, escribe Garzón.
El padre pasará a responder en este tribunal ante La Reina, por su ausencia, y por aquella vez que volvió a aparecer para decir que nunca estuvo listo para tener hijos. Garzón escribe sobre “la violencia que traen los abandonos”, el de su padre y el de muchos otros que no asumieron su rol paterno. La huella que queda, dice Garzón en entrevista con EL PAÍS, “es el temor constante a la pérdida futura, a siempre perder, el miedo a perderlo a él y a las figuras que lo replican”. ¿Le recomendaría el libro a quienes celebrarán el día del padre este domingo? “Sí, para que sepan todas las cosas que no deben hacer”, añade.
Pregunta. Los alimentos son símbolos centrales en este libro: los huevos de la abuela Dioselina, la pizza y los envueltos del padre. ¿Los dramas de la familia están en la cocina?
Respuesta. No sé si están todos en la cocina, pero creo que la comida atraviesa nuestras relaciones de una manera fundamental: a través de ella se comunican emociones que a veces no son fáciles de expresar de manera verbal. Muchas veces cocinar es un acto de amor, pero también está, a veces, la dificultad sobre lo que le das al otro, cómo lo alimentas. Lo que me interesa es ese vínculo entre la comida, alimentar y la familia.
P. ¿Por qué es tan central el pan en este libro?
R. El pan me parece algo muy bogotano. Esta es una ciudad que tiene muchas panaderías y el pan marcó mi vida porque iba mucho con mi abuela a las panaderías del barrio: el pan era el premio, el confort, lo blando. Poner piedra en el título fue contraponer esa blandura con la dificultad que a veces viene de la mano de esos dramas familiares: esta es una historia que se transforma hacia la dureza. Esa contraposición, lo blando y lo duro, está en todo el libro: la pérdida de lo sencillo del inicio, de la germinación, para enfrentarse a la vida, todo el tiempo buscando regresar a lo blando. Yo aprendí a hacer pan en medio de una crisis depresiva, me conectó con algo vital. Sufro de trastorno bipolar y la primera vez que salí de la clínica psiquiátrica fue cuando aprendí a cocinar. La segunda vez, aprendí panadería. Eso me daba vida.
La cocina es el santuario en donde Dioselina le enseña a la niña a darle nombre al mundo'Pan Piedra', Laura Andrea Garzón
P. En el libro hay mucha tensión hacia la figura del padre, tanto el real como el religioso
R. La del padre es una figura difícil para mí, y está atravesada por la religión de una manera fundamental. Yo creo en Dios, pero encontré que creía después de años de dificultad porque esa relación con Dios estaba atravesada por mi papá. Cuando mi papá entró a mi vida, de manera tardía, le gustaba mucho ir a misa, a un tipo de misa muy diferente, en donde cantábamos y bailábamos. Era como una celebración y yo me sentía fuera de lugar. En un momento se apagaba la luz, la gente se arrodillaba a llorar, y yo veía a mi papá llorando, y sentía que él estaba en un performance de sufrimiento. Yo veía antes la religión de forma más solemne, cuando iba a misa con mi abuela, y por eso Dios en el libro está atado a la religiosidad de ella. En la forma masculina de la misa el padre era un niño, un principiante, un padre que juega pero no se ubica en el rol del padre. El padre es la inmadurez, ese no crecer y querer entrar en la vida de la hija de una manera que la marcará siempre en una disfuncionalidad que, como dice el libro, deja huella: “todos los hombres me cocinarán un desayuno mediocre esperando que les agradezca”.
P. ¿Pan Piedra es un libro sobre el abandono del padre y sus consecuencias?
R. Sí, sobre la marca del abandono y cómo eso afecta la relación en el retorno del padre, porque esa huella siempre está ahí debajo. Es el temor constante a la pérdida futura, a siempre perderlo a él y a las figuras que lo replican.
P. La hija se llama La Reina, la abuela se llama Dioselina y la madre se llama El Mundo. ¿Son ellas la nueva santísima trinidad?
R. Sí, quería una santísima trinidad femenina, las tres que son uno, porque esa triada fue fundamental en mi vida. En el libro yo soy la sacrificada, como un Cristo, porque soy la hija del Padre, pero también soy la hija de Dioselina. Ella, mi abuela, es la que me permite vivir la vida. Eso se fractura con la entrada del padre, que desencaja esa trinidad. Por eso “él herirá su cabeza, y ella herirá su calcañar”, [en referencia a una cita de Génesis].
P. Se dice que Colombia es un país de padres ausentes, y hay muchas autoras que han estado explorando la maternidad en sus novelas o poemarios ¿Hay un vacío literario por explorar la paternidad?
R. Sí, yo al menos no he leído lo suficiente sobre la paternidad y por eso me interesaba trabajarlo. Aclaro que aun en la presencia del padre, este puede estar ausente. A la hija, en el libro, le cuesta llamarlo Padre, y cuando lo hace luego dice: “me tragaré mis palabras”. Es un padre que no cuaja, que no termina de ser. Claro, no todo el mundo tiene la misma experiencia. Alguien que leyó el libro me dijo que había agradecido que su papá fuera lo opuesto al que yo escribí. Esa persona pudo aproximarse a la lectura de otra forma, con el libro se conectó a la paternidad que le correspondió. Hablamos de la maternidad como algo formativo pero no pensamos en lo trascendental que es la paternidad. ¡Y lo es! Esas ausencias marcan por completo, y se replican en el marco político, en ese Estado que está ahí pero no cuida.
P. El mismo presidente Gustavo Petro dijo recientemente “yo no lo críe” cuando se quiso alejar de la responsabilidad de lo que hizo su hijo mayor, Nicolás Petro...
R. Sí, eso fue fatal. Y también es una manera de criar: no criar es criar con la ausencia, y con la marca que deja.
P. ¿Por qué el desbalance, culturalmente, entre lo que se le permite al padre y no a la madre?
R. No se les endilgan responsabilidades de la misma manera. Una madre, en la figura católica de la que venimos, es una persona abnegada, sacrificada, la virgen que renuncia a la vida para convertirse en La Madre de Cristo. Ella hubiera podido decir ‘miércoles, no, no quiero ser la elegida’, pero opta por la renuncia. San José es una figura paterna, pero culturalmente no tiene la misma potencia que La Virgen que es la figura del cobijo, de la seguridad, de encomendarse para que todo esté mejor. Ella es, como dice una oración, “abogada nuestra”. Mientras que el padre tiene autoridad y el lujo de tomar decisiones que no necesariamente son correctas. Creo que somos más permisivos con el rol del padre, asumimos que ‘los manes son así’. Estoy en contra de eso. Tiene que haber una educación sentimental para combatir esa permisividad al padre.
Escribo los rostros de Padre superpuestos sobre los rostros, de todos los hombres, de este hombre, que es si todos ellos, siempre el mismo'Pan Piedra', Laura Andrea Garzón
P. ¿Qué opinó su padre al leer este libro?
R. No hablo con mi papá hace años, me pregunto qué pensará si un día lo lee. Mi mamá lo leyó y fue duro para ella, porque en el libro ella no es la del cobijo porque esa es Dioselina, la abuela. La madre es El Mundo, que es hostil a veces, es difícil.
P. ¿Y fue difícil hacer un libro tan biográfico?
R. Fue desgarrador. Cuando uno escribe desde esa dificultad puede desbordarse, pero este no es mi diario. El interés de la poesía tiene que ver con la emocionalidad del mundo íntimo, pero no es exhibicionista, y quiero cuidar mucho el lenguaje. Es un texto muy trabajado, porque yo también quería distancia y que el libro fuera una experiencia estética para el lector. En la poesía puedo desdoblarme en el lenguaje y encontrar un lugar seguro para enunciar eso que a mí me causa dificultad. Pero sí, tuve que enfrentarme con mis demonios. Fue satisfactorio darle forma a ese mundo que me había desbordado y que acá cobraba sentido.
P. ¿Recomendaría este libro a los papás para el Día del Padre?
R. Sí, para que sepan todas las cosas que no deben hacer [Risas]. Me gustaría invitarlos a pensar en cómo sus acciones tienen un efecto que no se queda en el corto plazo, cómo dejan huellas que, si son difíciles, se vuelven heridas. Esas heridas a veces no cicatrizan del todo bien. ¿Cómo marca un padre a una hija mujer? Cada vez que me relaciono con alguien, pienso qué tanto se parece a mi papá, y si detecto cosas parecidas, me alejo. Quiero invitar a los padres a que piensen si quieren que su hija se encuentre con alguien que cometa los errores que ellos cometen. Quiero que se piensen en lo que sus actos van a significar para el futuro.
P. Usted ganó el premio María Mercedes Carranza con este libro en un momento en que se hablaba del machismo en los premios literarios, pero hay muchas mujeres jóvenes poetas en este momento. ¿Sigue siendo misógino el campo de la poesía?
R. Creo que es un campo que ha venido cambiando a fuerza de que nosotras busquemos lugares. Ha sido una batalla, no nos han regalado nada. Veo a una generación de poetas que están más arriba que yo—Fátima Vélez, Tania Ganitsky, María Paz Guerrero—con gran admiración, porque ya han pavimentado un camino nuevo. Después de que publiqué mi primer libro [Doméstico, 2021] me di cuenta que sí hay una comunidad de poetas hombres que se celebran entre ellos y tienen un poco el delirio de poetas malditos: aspiran a la farra y a la juventud infinita. Pero sí hay una nueva comunidad más diversa. Tengo dos amigas poetas —Nicole Alzate y Paula Castillo— que también fueron finalistas del premio María Mercedes Carranza, y creo que en voces como las de ellas está el futuro de la poesía.
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