María Fernanda Cabal: “Si es la voluntad de Dios, seré presidenta de Colombia. Es mi momento”

La senadora de extrema derecha recibe a EL PAÍS en su casa de Bogotá en medio de una frenética campaña para lanzarse a la presidencia en 2026

María Fernanda Cabal en su casa en Bogotá, el 25 de Mayo.NATHALIA ANGARITA

María Fernanda Cabal (Cali, 56 años) dice cosas que ponen los pelos de punta con una normalidad asombrosa. En la distancia corta todo en ella resulta natural. Su presencia ni repele ni incomoda y llega un momento durante la conversación en el que uno entra en su mundo de sentencias sin mesura y corre el riesgo de naturalizarlas. La mujer que mandó al infierno a García Márquez, la que cree que el cambio climático es una farsa, la que considera que ...

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María Fernanda Cabal (Cali, 56 años) dice cosas que ponen los pelos de punta con una normalidad asombrosa. En la distancia corta todo en ella resulta natural. Su presencia ni repele ni incomoda y llega un momento durante la conversación en el que uno entra en su mundo de sentencias sin mesura y corre el riesgo de naturalizarlas. La mujer que mandó al infierno a García Márquez, la que cree que el cambio climático es una farsa, la que considera que Álvaro Uribe en realidad tiene un corazón liberal de izquierdas o que las humanidades crean fanáticos de ideas estúpidas, se ha crecido en la era Petro. La hoy senadora está convencida de que ha llegado su momento y de que, Dios mediante, puede ser la próxima presidenta de Colombia.

Aquel día que mandó a Gabriel García Márquez al infierno, Cabal era una novata en la política. Acababa de llegar de la mano del Centro Democrático con un puesto que Uribe le ofreció primero a su esposo, el poderoso ganadero José Félix Lafaurie. Era el año 2014 y en la presidencia estaba Juan Manuel Santos, convertido ya en enemigo de Uribe. Cabal acabó de cabeza de lista a la Cámara de Bogotá porque nadie más quería presentarse. Nadie, ni el propio líder del partido, daba un peso por esa candidatura. Siendo una desconocida, fue la lista más votada. Su nombre pasó poco tiempo en las sombras, enseguida se convirtió en una máquina de titulares de prensa. Ella lo recuerda ahora y se muere de risa: “Nos fue espectacular, ahí arrancamos en el Congreso y me meten en todos los pedos del mundo...”. Se refiere a la prensa, aunque ella también puso de su parte.

El de Gabo fue solo el primero. El Nobel acababa de morir y a Cabal le pasaron una foto del escritor con Fidel Castro, al que aún le quedaban un par de años de vida. Le pareció una buena idea tuitear: “Pronto estarán juntos en el infierno”. Sus palabras produjeron un terremoto, no solo en el país del autor. Tuvo que pedir disculpas, pero la polémica le sirvió para descubrir el que ahora considera su mayor valor.

En los meses siguientes empezó a cruzarse a gente por la calle que la había votado por decir en público lo que ellos no se atrevían. Se dio cuenta de que una “provinciana de derechas” como ella tenía el poder de descubrir a odiadores ocultos. Sus seguidores, explica, son esos que la miran y piensan: “esta es una valiente, qué vieja tan berraca”. Esa ha sido su receta estos 10 años, decir todo lo que se le pasa por la cabeza sin filtros. Y lo que piensa incluye todos los clichés propios de la ultraderecha actual, también el de que la ultraderecha y la extrema derecha no existen.

—Entonces, ¿cómo se define?

—Yo soy normal.

Desde su punto vista, América Latina está atravesando una noche oscura, plagada de gobiernos comunistas que ganaron por culpa de la cobardía de la derecha tradicional. Incluida Colombia, a la que ve viviendo “una pesadilla pasajera” con Gustavo Petro en la presidencia. A los dos gobiernos anteriores, al de Juan Manuel Santos y al de Iván Duque, dos presidentes puestos a dedo por su adorado Álvaro Uribe, los denosta por progresistas. Piensa que Uribe se equivocó con los dos.

A Santos lo considera perverso, ambicioso, el prototipo de la maldad. Con Duque es más benévola. Piensa que es un hombre naturalmente bueno que se fue muy joven a Washington, “la capital de los mamertos, y se quedó con todo el frenesí: [George] Soros, el cambio climático y todas estas ideas reprogres”. Ella representa lo que considera las verdaderas esencias de la derecha: la autoridad, la mano dura, el amor por las fuerzas armadas, el antifeminismo, el no al aborto o al matrimonio homosexual. Quiere ser algo así como una Margaret Thatcher colombiana.

Esta mañana de tormenta bogotana, Cabal está de buen humor. Baja las escaleras de su apartamento lleno de retratos y fotos familiares. Antes de sentarse a contar su vida le pide a sus colaboradores que se acuerden de ingresar mil dólares para patrocinar a un niño que está en la liga infantil del Deportivo Cali y su familia no tiene dinero para llevarlo a un torneo a España. Dice mil dólares y no se le mueve ni una ceja, con esa tranquilidad con la que hablan de dinero quienes han sido ricos toda la vida —aunque hay que reconocerle que no todos los ricos dan dinero—.

La senadora es la pequeña de tres hermanas de una familia de clase alta de Cali, muy conservadora incluso para ella, así que es difícil de imaginar. Su madre era artista y una mujer rígida. Su padre, en cambio, era liberal y un fanático de la ópera y del América. Al hacerse mayor de edad, se fue Bogotá a estudiar Ciencias Políticas. Allí conoció a Lafaurie, 11 años mayor, un hombre bien relacionado que llevaba ya tiempo moviéndose en los círculos de poder capitalinos.

María Fernanda Cabal.NATHALIA ANGARITA

Cabal podría haberse pasado los días en el gimnasio y el restaurante del Club El Nogal con lo que ella llama, con cierto desprecio, la “élite revolucionaria bogotana”, pero piensa que se deprimiría. Antes de su aventura política, creó una empresa exitosa que hoy manejan sus hijos y lideró varios proyectos sociales. Recibe a EL PAÍS con el tiempo medido, justo antes de almorzar con un “gringo” que es un “gran admirador” y de tomar un avión para recorrer el país. Hace apenas unos días regresó de España, donde participó en la campaña de Vox, el partido de ultraderecha que puso de moda el mantra de la “derechita cobarde” para referirse a los partidos tradicionales conservadores. Cabal, una desconocida en Madrid, se ganó un hueco en los medios de comunicación con algunas de sus frases mitineras: “Los imbéciles votan y nos ponen en riesgo a todos”, la izquierda crea “ansiedades tempranas” en los niños o “a las mujeres nos volvieron enemigas de los hombres; nos volvieron antifemeninas, quieren que salgamos desnudas y espantosas”.

La hoy senadora no se parece en nada a esos políticos que en las entrevista tratan de no decir nada. A los que se les pregunta si tienen aspiraciones presidenciales y recurren a clásicos como que estarán donde el partido quiera que estén o que lo importante es que al país le vaya bien y no el papel de uno. Cabal no es como ellos. Se imagina un futuro cercano con José Antonio Kast en la presidencia de Chile, Javier Milei en la de Argentina y ella en la de Colombia. “Y a Trump en Estados Unidos”, añade. Ve a todas las cabezas visibles de la derecha más radical y populista reinando en América en los próximos años. Ella se está preparando para intentarlo en 2026.

En Colombia, la derecha le ha dejado un hueco enorme que trata de llenar multiplicando su presencia. Es la voz opositora al Gobierno de izquierdas de Petro que más se escucha. Los partidos conservadores se quedaron noqueados en las elecciones de 2022, donde no alcanzaron ni la segunda vuelta, y ahora carecen de un líder claro. Ella está aprovechando esa debilidad. “No voy a decir que uno no genere celos en los propios, porque eso es natural. Yo cito mucho a Churchill cuando me preguntan por los enemigos de otros partidos, esos son adversarios, mis enemigos están en mi partido”.

Contra todo pronóstico, el matrimonio que forman ella y Lafaurie ha recuperado visibilidad con el Gobierno Petro. Hace unos meses, uno de los primeros movimientos del presidente los dejó fuera de juego. Petro aún estaba dando sus primeros pasos en el Gobierno y tuvo una idea que debió de parecerle brillante. Iba a proponerle a Lafaurie, presidente de la asociación ganadera, participar en la reforma agraria. Firmar un acuerdo juntos, estrecharse la mano y posar ante las cámaras. Cabal directamente dijo que no, José Félix decía que sí y, como no se ponían de acuerdo, decidieron llamar a su jefe político. Uribe lo tuvo claro: era buena idea colaborar con el presidente.

—Es que Uribe es mucho más demócrata de lo que la gente cree. Como le digo yo, y a él le da la risa, tiene un corazoncito mamerto. Es liberal de origen, pero liberal de esos que van más a la izquierda que al centro.

No fue el único acercamiento. Petro también invitó a Lafaurie a formar parte de la delegación del Gobierno en la negociación de paz con el ELN, la última guerrilla de la región. Parecía que el presidente de izquierdas lo quería de aliado, con ese ánimo suyo de acercarse a los diferentes con el que arrancó el mandato. El ganadero aceptó, Uribe mediante, pero Cabal fue rotunda: “Lo del ELN me parece completamente absurdo porque son sociópatas. ¿Qué puedes conversar con un sociópata? Pero yo no puedo suplantarlo a él, es diferente a mí en muchas cosas aunque tenemos afinidad ideológica. Él está viendo que esta es una oportunidad de estar, de saber qué pasa con el país, cómo piensan. Ahí puede contribuir. Pero a mí me afecta en mi imagen presidencial porque tengo seguidores que no perdonan”.

Sus seguidores aún no está claro cuántos son ni el poder electoral que podrían tener, pero son cada vez más visibles apoyados en el eco ultraderechista que crece en otros países latinoamericanos, incluido el fenómeno Bukele en El Salvador. Cabal fue la primera que empezó a mostrar su admiración por el salvadoreño en Colombia. De él le gusta su mano dura, su autoritarismo, que ve necesario en una situación de violencia como la que atravesó El Salvador. “Sí se pasa, pero amerita lo que hace. Aunque creo que tiene que llegar un momento en el que tiene que haber un equilibrio, porque si no habrá dictadura pura y dura”.

Cabal piensa que Colombia tiene una necesidad de autoridad que ella propone recuperar “peleando” con las fuerzas armadas. Quiere volver al país que dejó Uribe después de sus dos mandatos. “Con él empezamos a creer, nos volvió sensibles con lo que ya no nos gustaba, como el himno nacional. La gente empezó a usar las pulseras de Colombia. Nos enseñó a querer un país del que todo el mundo decía me voy a largar ya. Volvimos a querer al Ejército y a la Policía”. El expresidente, en sus horas más bajas y acorralado por la justicia, sigue siendo uno de sus referentes y se enciende de ira por lo que considera una persecución política para acabar con él y su legado.

La filosofía de la senadora es que la vida es demasiado corta para tomársela tan en serio, por eso las críticas le dan igual. Se ríe de que la llamen racista por su insistencia en criticar a la vicepresidenta Francia Márquez, y señala a su colaborador Andrés Arcos, negro y víctima de la guerrilla, como prueba de que no lo es. “Yo no tengo problemas de discriminación. He trabajado con gays, no porque los escoja, porque llegan y no los voy a sacar porque sean gays. Lo que no me gusta es el activismo que termina siendo depredador, no me gusta que adoctrinen a los niños. Me parece un nivel de esquizofrenia superior”.

Estas palabras las dice con una naturalidad que impresiona mientras bebe una cocacola zero. ”La gente que no me conoce cree que soy una neurótica histérica, pero tengo un humor que a veces me hace quedarme callada porque me meto en líos”. Con todo lo que habla, es difícil imaginar lo que calla. La conversación se alarga y se pone nerviosa porque no quiere llegar tarde, aunque disfruta recordando sus frases más polémicas. Camino del ascensor y a modo de despedida lanza la última: “Cómo aquella vez que dije: ¡estudien, vagos!”, dirigido a los jóvenes de las protestas en el 2021. Se la escucha reírse cuando las puertas se cierran. Le gusta provocar y observar lo que sus palabras provocan en los demás. La fórmula no es nueva. La usó con éxito Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil. Ella se postula para entrar en ese club.

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