Dos jóvenes de la primera línea: un año y medio detenidos, absueltos por falta de pruebas
Jeison Hernández y Jesús David Mora consiguen demostrar su inocencia y, después de un año y medio, vuelven a ser libres
Jeison Hernández se pone las manos en la cintura, cierra los ojos y eleva la cara al cielo. “Uy, hace cuánto no sentía un rayito de sol”, dice aliviado. Salió de la cárcel hace menos de 48 horas. Estuvo detenido un año y medio. Al principio en su casa y después en el pabellón de máxima seguridad de La Picota. Le acusaban de cuatro delitos que, sumados, lo habrían tenido encerrado el doble de lo que ha vivido. Tiene 25 años. Le señalaban de secuestro, tortura, hurto y daño a bien ajeno, pero él decía que lo único que había hecho era protestar. La justicia le dio la razón. A él y a otros tres jó...
Jeison Hernández se pone las manos en la cintura, cierra los ojos y eleva la cara al cielo. “Uy, hace cuánto no sentía un rayito de sol”, dice aliviado. Salió de la cárcel hace menos de 48 horas. Estuvo detenido un año y medio. Al principio en su casa y después en el pabellón de máxima seguridad de La Picota. Le acusaban de cuatro delitos que, sumados, lo habrían tenido encerrado el doble de lo que ha vivido. Tiene 25 años. Le señalaban de secuestro, tortura, hurto y daño a bien ajeno, pero él decía que lo único que había hecho era protestar. La justicia le dio la razón. A él y a otros tres jóvenes que fueron capturados en el mismo operativo, una jueza los absolvió por falta de pruebas. La Fiscalía los acusaba de supuestos delitos cometidos durante el estallido social de 2021.
Jeison y Jesús David Mora, dos de los cuatro que recobraron su libertad esta semana, se vuelven a ver esta mañana en persona después de casi dos años encontrándose virtualmente en las audiencias de su proceso. “Yo lo veo más delgado”, dice Jesús sobre Jeison, que se queja de la comida de la cárcel. “El café era más agua que café, el pollo no sabía a nada”. Jesús la pasó mejor durante el tiempo que estuvo detenido porque tuvo medida domiciliaria. Cuenta que aprovechó el encierro para hacer unos cursos por internet sobre derecho y dice que, contrario a su compañero, comió mucho. Ambos eran parte de Soacha Resiste, un grupo de jóvenes que, como en otras ciudades, se organizaron en primeras líneas para enfrentar la represión de la policía durante las protestas del año pasado.
“Yo me metí a la primera línea con el ánimo de organizar y de enseñar. La idea era tener claro por qué se salía a protestar, que no se trataba de pelear por pelear”, dice Jeison, el que más habla. La primera vez que se unió a una manifestación fue el 28 de febrero de 2021, cuando el malestar ciudadano hacia el Gobierno de Iván Duque se extendía por todo el país en marchas. “Estábamos cansados, todo empezó por la reforma tributaria, pero en realidad eran muchas más cosas”. A Jeison le gustó estar en la calle. Hoy que ha vuelto a pasar por el puente del Arco, donde se reunía con los otros muchachos del pueblo durante el estallido social, dice que la intención siempre fue reclamar justicia, pero reconoce que hubo violencia, sobre todo cuando aparecía el escuadrón antimotines para dispersarlos.
“Ni siquiera usábamos capucha, no nos tapábamos la cara, no buscábamos una confrontación. A nosotros solo nos interesaba proteger la marcha y las actividades culturales que hacíamos”, dice. Durante más de un año estuvieron atrapados en una historia que, aunque sabían que no era cierta, temían que los dejara encerrados para siempre. De todos los delitos que se les señalaba solo había una víctima: un policía que decía haber sido secuestrado, torturado y golpeado por ellos. La verdad ―cuenta Jeison― es que era un policía que se había infiltrado en la marcha y que, tras ser descubierto, fue retenido por la multitud, en la que sobresalían Jeison y Jesús David. Las imágenes del momento en que lo rodean quedaron registradas en una transmisión en directo de Instagram. El video fue la pista que le sirvió a la Policía para buscarlos, pero también la prueba de su inocencia. “Si yo no hago ese video tal vez no me capturan, pero si yo no hago ese video y me capturan no habría tenido una prueba para defenderme”, dice Jeison.
La madrugada del 16 de julio, un escuadrón de operaciones especiales de la Policía y miembros del Gaula (la unidad antisecuestro), 16 hombres en total, forzaron la puerta de la casa de Jeison mientras todos dormían. El estruendo de las armas golpeando la puerta de metal y el sonido de las botas en el piso los despertó con el corazón a mil. “Primero encañonan a mi hermana y a mi sobrinita de siete años. Luego entran a mi cuarto y yo ‘uy qué pasó, todo bien, bajen eso (las armas) que esta es mi familia”. Los hombres le pedían a gritos su identificación y su teléfono. “Apenas me identifican, escucho que uno dice ‘ya tenemos al objetivo número tres’ y me ponen las esposas”, cuenta.
Lo sacaron de su casa cuando empezaba a amanecer. “Mi miedo era que me mataran”, dice Jeison. Se vive con ese miedo cuando se es un joven de Soacha. Allí fue donde, en 2008, varios jóvenes fueron desaparecidos y asesinados en supuestos enfrentamientos con el Ejército en Norte de Santander. Esos homicidios sirvieron al Estado por varios años para sumar en las cifras de logros militares ante supuestos guerrilleros. “Un amigo mío fue un falso positivo”, cuenta. Siempre ha pensado que en esa historia no ha habido justicia. “Muchas familias perdieron a sus hijos, son más de las que se dicen”.
Jesús David Mora, de 25 años, también creció en Soacha y cree que la injusticia de la que fueron víctimas corresponde a la narrativa que se ha creado en torno a los jóvenes de barrio populares y pobres. “Uno se vuelve objetivo militar”, dice. “Ojalá este país entendiera que peleamos porque necesitamos trabajo, necesitamos estudio, porque nos faltan oportunidades”.
El respaldo de la Procuraduría al caso de los jóvenes de Soacha fue clave para que hoy sea un precedente muy importante sobre la criminalización a la protesta social. Las conclusiones de la jueza, que no reconoció como pruebas lo que presentó la Fiscalía, hicieron énfasis en la protección a la protesta y denunciaron las exacerbadas imputaciones y acusaciones. “Yo estaba tranquilo, yo no había hecho nada y estaba seguro de mi inocencia”, asegura Jeison, ahora sentado en la sala de su casa. A su lado, Héctor Hernández, su papá, un hombre menudo y moreno, lo escucha y asiente a cada cosa que dice. Él también volvió a la libertad.
Durante el proceso, las familias se sentían condenadas. Algunos medios de comunicación hablaban de sus hijos como si fueran parte de un grupo subversivo y el Estado, en lugar de escucharlos, los señalaba. La Corporación Primera Línea Jurídica de Colombia apareció para ayudarlos y logró demostrar que los cuatro jóvenes capturados en operativos simultáneos no habían cometido los delitos que se les imputaba. “Es un precedente para la justicia colombiana en el marco de la defensa al derecho fundamental a la protesta social”, celebraban los abogados tras la audiencia en la que consiguieron la libertad de los cuatro de Soacha.
Es una de las primeras victorias legales de los jóvenes detenidos en el marco del estallido social y no es gracias al Gobierno. “Eso sí, que quede claro que nosotros no salimos ni por indulto ni por amnistía, nosotros salimos porque los abogados lograron demostrar la inocencia y porque la jueza analizo bien el caso”, dice Jeison, ahora que espera que todo haya pasado.
Jesús recuerda que también lo capturaron en la madrugada. “Yo estaba mi cuarto y mi mamá en el de ella. Casi tumban la puerta, pero alcancé a abrir y lo mismo que con Jeison, le apuntaban a todo lo que se moviera, yo les decían que bajaran las armas, que yo estaba desarmado, pero hasta al pug le apuntaban”. Su perro y su mamá se quedaron en la casa y a Jesús se lo llevaron en una camioneta. “Era el mismo carro con el que nos hacían seguimientos, yo pensaba que me iban a desaparecer”. Ambos cuentan que durante los meses de las protestas, antes de la detención, sentían que los perseguían. Veían carros sospechosos rodeando sus casas y recibían mensajes intimidantes a sus correos. Lo de los panfletos todavía sigue. La última semana recibieron amenazas supuestamente de las Águilas Negras.
Ninguno quiere pensar en tener que dejar otra vez su barrio y menos ahora que creen que su caso puede servirle a otros. “Es una emoción y una felicidad enorme porque yo sé que esto le va a abrir las puertas a muchos presos políticos en Colombia. Se pudo demostrar que protestar en Colombia no es delito”, asegura Jeison.
Todavía les queda una audiencia, en la que esperan que la Fiscalía no apele la decisión de la jueza porque no quieren perder más tiempo. Durante los meses que estuvieron detenidos extrañaron estar con sus familias y ver en vivo a su equipo de fútbol. Ambos son hinchas de Millonarios y en su reencuentro ambos llevan el escudo en sus camisetas. “Hoy a las ocho hay partido. Nos jugamos la clasificación contra el Medellín y allá voy a estar. Imposible estar en libertad y no ir al estadio”, decía Jeison en la mañana del miércoles.
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