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El peso del negocio, la casa y los tres niños: la vida de Jessica Ruiz desde que su esposo fue detenido por el ICE

Se presume que entre las casi 60.0000 personas bajo custodia migratoria la mayoría son hombres, lo cual complica la vida para muchas mujeres, quienes deben lidiar solas con lo que antes era compartido

Jessica Ruiz
Carla Gloria Colomé

La confesión del cliente llegó días después de que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) cargara con su esposo. “Te voy a decir la verdad”, le anunció el cliente. “Nadie te quiere dar camiones porque todos saben que Tony está detenido y tienen miedo a que te quedes con el dinero de lo que hacemos y no nos pagues”. Las cosas han cambiado últimamente: ahora es ella, Jessica Ruiz, una mujer de 35 años, quien está al frente del negocio familiar de camiones de carga All Coast Express, encargado de transportar de California a Miami todos los vegetales que luego compran los locales en los mercados de la cadena Publix, o consumen los vacacionistas en los cruceros que parten del Sur de la Florida, o que se sirven en las muchas escuelas del condado.

Una mañana, a Jessica le llegó otra noticia aplastante de parte de su mejor cliente. “Me dijo: lo siento, entiendo la situación, pero prefiero seguir cuando Tony salga”. Otro le dejó saber que le daría “un voto de confianza”, pero solo si le hacía un pago rápido. Jessica accedió. “Necesitaba que confiara en mí, en el buen trabajo que voy a hacer”. En un negocio destinado a hombres fuertes, capaces de pasar varios días en carretera, lidiar con la falta de sueño, las transacciones y los dólares, Jessica es casi una extraña. “En la industria de los camiones, desgraciadamente nosotras las mujeres tenemos el cartel de que no podemos, no somos bien vistas, creen que no lo vamos a hacer bien. Este, supuestamente, es un trabajo para hombres”.

Además de atender a los tres hijos de ambos, trabajar en una compañía de exportación de autos y llevar sus estudios de Psicología, ahora Jessica también lidia con lo que siempre le correspondió a su pareja Antonio Lopetegui. “En el negocio, él era una pieza fundamental”, dice. Se encargaba de coordinar a los choferes, verificar rutas, comunicarse con los clientes, supervisar los camiones y darles mantenimiento. “Es un trabajo muy estresante. Verme así, al frente de una compañía donde no sabía ni hacer una cita para recoger unos espárragos, ha sido frustrante. A veces siento que la cabeza no me da más”, admite Jessica. “Ahora todo ha recaído sobre mí. Soy yo quien debe organizar las rutas, hablar con los brokers, resolver problemas mecánicos, manejar la contabilidad y mantener la empresa a flote para sostener a la familia”.

Jessica Ruiz y Antonio Lopetegui, en una fotografía cedida por la familia. Antonio Lopetegui es un migrante cubano que fue deportado y separado de su familia.

La sospecha de los clientes llegó el día en que el medio local Miami Herald publicó en julio la lista de más de 700 personas detenidas o en camino a ser enviadas al centro de detención de inmigrantes Alligator Alcatraz, que levantaron en el Estado de Florida en solo ocho días, y que tiene un plazo dos meses para cerrar tras el fallo de la jueza Kathleen Williams y las tantas acusaciones de condiciones inhumanas y violaciones medioambientales. Enseguida la gente empezó a buscar a sus familiares y conocidos en la lista. Y a Antonio, de quien no sabían hace días, lo encontraron entre tantos nombres. Era el detenido número 664, que llegó el 10 de julio a Alcatraz.

Siete días antes, Jessica lo acompañó a una cita en la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional de Miami. “Es muy triste ir con una persona y virar sola”, dice ella. Sin ningún tipo de explicación, le comunicaron que lo iban a dejar en detención. Era esa la misma oficina a la que ambos iban, año tras año, buscando que las autoridades le dieran una respuesta definitiva al problema en el que Antonio se vio envuelto cuando tenía 21 años.

Había llegado a Estados Unidos junto a sus padres en 2005, como beneficiarios de la lotería de visas. Con 16 años, Antonio ya estaba trabajando para la cadena McDonald’s o en labores de plomería. El incidente que lo persigue hasta hoy sucedió en 2008, cuando fue acusado de dos delitos, por el robo de un total de 1.018 dólares de una tarjeta de crédito. Nunca fue a la cárcel. “El juez lo vio tan inmaduro, tan niño, que le dio tres meses de probatoria y lo mandó a hacer obras comunitarias”, cuenta Jessica. A los seis meses, el juez ya estaba satisfecho y su caso había cerrado.

Tres años después, Antonio conoció a Jessica. Él tenía 25 años, ella 21. En el 2014 planearon un viaje a Cuba, querían llevarle a la familia al primero de sus hijos, de apenas un año. A su regreso de la isla, a él lo detuvo CBP en el aeropuerto de Miami y le notificaron que tenía un caso pendiente con inmigración. “Así nos enteramos de que debía pedir un perdón a inmigración por el delito que cometió”.

Desde entonces, asistieron cada año a las mismas oficinas de CBP. “Siempre nos decían que en tres meses nos iba a llegar algo, que se iba a resolver todo, y de tres meses en tres meses nos pasamos once años esperando. Hasta el sol de hoy”, asegura Jessica. En todo este tiempo han contratado a seis abogados y ninguno pudo ayudarlos a regularizar su situación. En medio de las detenciones y deportaciones que lleva a cabo la administración de Donald Trump, buscaron un último abogado que les indicara cómo proceder. Se presentaron ante CBP. Queriendo jugar limpio ante las autoridades, Antonio terminó en manos del ICE y Jessica con el peso de la casa, de los niños y del negocio.

Aunque no existe una cifra oficial de cuántos hombres y mujeres ha detenido la administración republicana en medio de su cruzada antiinmigrante, se presume que sean muchos más los hombres entre las casi 60.0000 personas bajo custodia del ICE. El consulado mexicano en Los Ángeles, por ejemplo, reveló que el 85% de los detenidos en esa ciudad son hombres. La vida se complica entonces para muchas mujeres, quienes son las que sostienen ahora el peso que antes era compartido.

“Siento que tanto sobre mis hombros me va a pasar factura”, asegura Jessica, quien ha perdido unos 22 kilos (50 libras) en poco más de un mes. “No solo es el cansancio físico, sino el desgaste mental de enfrentar sola los problemas que antes resolvíamos en pareja, o que él resolvía porque era su trabajo. Siento mucho su ausencia, sobre todo en cada decisión, en cada noche de desvelo. Más nunca he sabido lo que es dormir una noche completa. Es duro despertarme y ver que el otro lado de la cama sigue vacío”.

Jessica Ruiz y Antonio Lopetegui posan junto a sus hijos en una fotografía cedida por la familia. Antonio Lopetegui es un migrante cubano que fue deportado y separado de su familia.

Ahora Jessica es, a la vez, quien limpia la piscina de la casa de Homestead, echa aire a las gomas del auto y se encarga de los tres niños. Se levanta por las mañana, los prepara, los acerca a la escuela, los recoge y los lleva a pelar si hace falta. “El niño más grande regresó de la escuela y me dijo: ‘mami, ya la vida de nosotros no es igual, falta mi papá’”, cuenta la madre. “Antonio siempre fue mi complemento perfecto. Él es más alegre, más conversador, yo soy más seria. Nos repartíamos todo. Un día él iba al mercado, otro día yo, y así. Ahora me ha tocado ser madre y padre al mismo tiempo. Guiar, corregir, consolar y dar seguridad aun cuando yo me siento con el corazón roto”.

Pero lo peor ha sido explicarles a los niños cómo es que su papá no está. Informarles que no va a llegar a dormir, o por qué no estuvo este 14 de agosto en el primer día de escuela. Incluso decirles desde antes por qué era que su papá nunca pudo salir del país a un viaje, o no se pudo ir en el crucero de Disney que les encanta. “Los niños no saben nada del problema. Siempre les decíamos que su papá no podía viajar por trabajo, o porque no había llegado el pasaporte”.

Hace unos días, que fue el cumpleaños de Jessica, Antonio le pidió a su mamá que comprara flores, un pastel y una postal. “Él siempre preparaba el desayuno todos los años, compraba globos para que los niños me los dieran”. Pero esta vez recibió una llamada del Centro de Detención del condado de Glades, donde Antonio está ahora, esperando su cita ante el juez el próximo 11 de septiembre. “Me dijo: Jessi, esto es muy duro, nunca pensé pasar por lo que estoy pasando y yo creo que no me lo merezco”.

Dice Jessica que Antonio siempre se enfocó en criar a sus hijos de manera tal que no cometan “el mismo error que él cometió hace 16 años”. Juntos, van casi cada mes a hacer donaciones al Hospital de Investigación Infantil St. Jude, o a las iglesias de Miami, o preparan comida para repartir a las personas sin hogar, o donan materiales en las escuelas. “Estamos tratando de que sean niños buenos, que sepan del sacrificio de las cosas, que no cometan errores como lo pudo cometer su papá”, asegura. “Pero si cometemos un error, ¿no tenemos derecho a segundas oportunidades? Estamos tratando de hacer las cosas bien y no nos dejan”.

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Sobre la firma

Carla Gloria Colomé
Periodista cubana en Nueva York. En EL PAÍS cubre Cuba y comunidades hispanas en EE UU. Fundadora de la revista 'El Estornudo' y ganadora del Premio Mario Vargas Llosa de Periodismo Joven. Estudió en la Universidad de La Habana, con maestrías en Comunicación en la UNAM y en Periodismo Bilingüe en la Craig Newmark Graduate School of Journalism.
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