Hollywood, un barrio que huye del estereotipo y se vuelca con las víctimas de los incendios de Los Ángeles

Situado arriba y ligeramente a la izquierda, Hollywood es el corazón de Los Ángeles. Lo que buscan los turistas, la gran foto de la ciudad, pero es también gracias a lo que esta inmensa urbe se ha convertido en lo que es. La industria del cine sienta aquí sus bases, aunque luego sus platós estén distribuidos por terrenos más lejanos (y más baratos). Empresas como Paramount o Netflix tienen aquí sus oficinas, sean estas históricas o construidas hace apenas unos años. El propio Hollywood se vio levemente amenazado en la noche del miércoles por un fuego llamado Sunset que puso en alerta al barrio. Vació sus tiendas de souvenirs, el Teatro Chino, el Dolby y a parte de sus 70.000 residentes, la mayoría de ellos hispanos y de clase media que viven de alquiler en apartamentos, al contrario que buena parte de la ciudad, que prefiere las casas. Hollywood es a menudo un lugar de paso para muchos que buscan cumplir el sueño del cine. Pero eso no quiere decir que sea el superficial rincón que reflejan las películas.

Estos días, su comunidad ha demostrado que está unida ante la catástrofe del fuego, que deja ya 25 muertos y miles de viviendas perdidas. Los premios de cine más próximos se han retrasado, y hasta los Oscar ha pospuesto el anuncio de sus nominaciones. Warner y Disney han donado 15 millones de dólares; Amazon y Netflix, 10; Sony, cinco. Pero este es un barrio de contrastes. Aquí no viven los famosos, sino gente normal a la que le duelen sus vecinos. El centenario Hollywood Bowl —el teatro al aire libre sede veraniega de la filarmónica, pero también de populares conciertos, símbolo de la ciudad y del barrio— cambió las letras en las que anuncia sus espectáculos para demostrar su cariño a la ciudad. La biblioteca pública del barrio, situada en Sunset Boulevard, se ha quedado prácticamente sin mascarillas; el siempre seco bibliotecario las entrega de una a una y casi a escondidas. Hollywood busca cómo ayudar, pero, muchas veces, también busca ayuda.

El teatro en el que Jimmy Kimmel, uno de los más célebres cómicos de la televisión estadounidense, graba a diario su programa también demuestra la implicación con los incendios. Han colgado una gran carpa sobre su puerta dando las gracias a sus servicios de emergencia: “Os queremos, y a Los Ángeles”. Además, por idea de una de las productoras, sus trabajadores se han organizado —y muy bien organizados, con carpas y un cátering de sándwiches— para recoger agua, sobre todo, pero también comida no perecedera como latas de conservas y barritas de cereales, así como para mascotas y bebés, artículos de higiene, pañales y toallitas. Han habilitado el párking trasero del teatro para eso. Estarán toda la semana, desde la diez de la mañana a las seis de la tarde.

Los coches llegan sin cesar, los conductores paran unos instantes, vacían sus maleteros y el equipo de voluntarios clasifica los suministros en segundos. Daniel Duque, de 30 años, vive un par de calles más allá, pero llega con su Mercedes cargado de botellas de agua. “Solo han sido 90 dólares. Tengo 500 más para gastar, ahora volveré”, explica. Ha hecho un llamamiento en redes y sus amigos le han pasado dinero online para comprar más; también ha puesto carteles en el portal y sus vecinos le han cedido mucha ropa, aunque cuenta que va a ir a comprar “calcetines y bóxers” porque se están pidiendo mucho.

De hecho, unas horas antes, una mujer iba pidiendo algún sostén en el aparcamiento de la organización de magos más famosa de Los Ángeles. El célebre Magic Castle es un restaurante y club privado (con su propia academia de magos) fundado en 1963 por una familia apasionada de la magia. Cada tarde ofrecen cenas y espectáculos para sus magos y los invitados de estos —nadie puede entrar si no es por cortesía de un miembro del club—, pero por la mañana, el martes, se llenaba de centenares de bolsas de ropa, comida para perros, y también, de nuevo, barritas de cereal y botellas de agua. Hervé Levy no es mago, pero desde hace cuatro años es el administrador del célebre club, y uno de los responsables de poner patas arriba este famoso castillo. “Lo hemos organizado en apenas 72 horas”, explica Levy. “Llevamos con la logística montada desde las cuatro de la mañana”.

Cuando anunciaron en sus redes la iniciativa, empezaron a recibir donaciones sin parar; de hecho, les han desbordado, a él y a los 150 voluntarios que han trabajado toda la mañana. Lo que sobre, que es bastante, lo llevarán a otros centros de distribución y, la ropa, a almacenes. Eso si no se animan a repetir la experiencia en los próximos días, debido al gran éxito. Gente de todo el barrio ha venido a informarse y a donar; el responsable de un edificio de viviendas próximo se acerca a saludarle y le pasa su tarjeta, pidiéndole que cuente con él y sus vecinos para la siguiente vez.

Los incendios se están dejando notar en la vida de Hollywood. En los últimos días, hay menos actividad en el Paseo de la Fama, que no es más que el trozo de Hollywood Boulevard que discurre entre las avenidas de La Brea y Gower, solo 2,3 kilómetros con 2.799 estrellas rosas, pero que copa buena parte de la vida turística de la ciudad. El pasado miércoles y el jueves fueron sus peores días, con comercios cerrados por temor al incendio cercano, pero desde entonces no han terminado de remontar. Las cafeterías están medio vacías, los taquilleros de los cines se aburren y los dependientes de una conocida tienda de lencería lo reconocen: “Sí, está bien tranquilo, demasiado”.

Ni las rebajas al 60% animan a los clientes. Nuria y Pedro son dos españoles que pasean por el centro comercial del Paseo de la Fama —estupendas vistas al cartel de Hollywood— con sus flamantes gorras de los Lakers. Han llegado hasta aquí por el congreso anual de la empresa que trabajan, que estaba planificado desde septiembre y no se ha cancelado. “Nos quedamos lejos, pero hemos preguntado en el hotel y nos dijeron que se podría venir, que está tranquilo... y sí”, afirman, pensando que iban a ver llamaradas y bomberos, algo que solo divisaron, y muy a lo lejos, desde Venice. “Pero parece que se ha cerrado la ciudad para nosotros, la verdad”, se sorprenden.

Por eso, estos días, algunos han decidido reconvertirse. Además de tienda y restaurante, el famoso Hard Rock Café es ahora un centro de distribución de comidas para servicios de emergencias. Uno de sus encargados, que prefiere no dar su nombre, explica que eso significa que bomberos, policías y demás pueden acudir a comer gratis enseñando su carnet profesional. “Un sándwich o una hamburguesa, y una bebida”, aclara. Las barritas de cereales están muy bien, pero la gente necesita comida caliente, aunque no están muy llenos, al estar lejos de los dos focos más fuertes, Eaton y Palisades. También están recogiendo donaciones en el almacén, que envían a World Central Kitchen, la organización benéfica de José Andrés, que está sobre el terreno. Y ya se preparan para un gran concierto que, aseguran, se celebrará los próximos días en la ciudad, donde van a colaborar. Está previsto para el día 30, y parece que el recinto se está quedando pequeño de la cantidad de estrellas que quieren colaborar. Al más puro estilo de Hollywood.