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Columna

La pesadilla de un mundo sin dolor ni guerras

La nueva serie de Vince Gilligan, ‘Pluribus’, retrata el mundo de hoy, pero también las utopías del ayer y las que vendrán

Se está escribiendo mucho sobre Pluribus, la última genialidad de Vince Gilligan, y más se va a escribir conforme se retuerza una trama que me cuesta anticipar. En este periódico, tanto Paloma Rando como Laura Fernández han subrayado que la metáfora de la humanidad infectada por un virus que unifica a todos los individuos ...

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Se está escribiendo mucho sobre Pluribus, la última genialidad de Vince Gilligan, y más se va a escribir conforme se retuerza una trama que me cuesta anticipar. En este periódico, tanto Paloma Rando como Laura Fernández han subrayado que la metáfora de la humanidad infectada por un virus que unifica a todos los individuos en una sola conciencia contiene una crítica al pensamiento único y a los consensos ilusorios de las redes sociales. Rando habló también de la misantropía de quien se resiste a participar. Solo desde esa perspectiva, la serie es riquísima.

A mí me inquieta también una idea derivada de esto: el imperativo de la felicidad. Aunque parece un rasgo del mundo contemporáneo, extirpar el sufrimiento de la vida está detrás de todas las utopías políticas y de los sistemas filosóficos. La humanidad unificada de Pluribus es la sociedad perfecta soñada desde la República de Platón, sin conflicto ni desacuerdo, y con una intolerancia tan radical al dolor que la menor expresión de hostilidad la pone en peligro: cada vez que Carol, la humana desconectada, se enfada con ellos, reaccionan enfermando.

La perfección social conduce a la idiotez. Carol es escritora de novelas románticas basura, de cuya calidad infame es sobradamente consciente. Cuando les pregunta si les gustan, los humanos unificados responden que les encantan, y ponen sus libros al nivel de Hamlet. La unificación de mentes anula el criterio, que solo puede expresarse en la discusión.

Carol perturba la armonía universal. Es egoísta, impulsiva, derrochona, un poco borrachuza, sarcástica y con mala uva. Representa todo aquello que el buenismo político censura. Pero, sobre todo, no elude el sufrimiento. Sabe que el dolor es una parte importante de la vida. Sobreponerse a él y atravesar el duelo son experiencias fundamentales que no desea anular, y eso la hace diferente: en un mundo que ha decidido eliminar el dolor, quien lo afronta es un extraterrestre, alguien a quien expurgar.

Las utopías políticas devienen pesadillas en este delirio anestésico, en esa ilusión por borrar del horizonte vital el conflicto y las maneras de encauzarlo sin violencia, como la ironía, el humor cruel, el arte o la política parlamentaria. Ahí está la grandeza y la flaqueza de la democracia, que es la gestión de un mundo imperfecto que asume su imperfección y solo aspira a gestionar el conflicto para hacerlo civilizado, sin conducirnos a un paraíso infernal de sonrisas. Pluribus retrata el mundo de hoy, pero también las utopías del ayer y las que vendrán.

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