Un hombre, su pierna y sus silencios: Isco Alarcón
Su esposa, la actriz Sara Sálamo, recoge su proceso de recuperación en un documental, ‘En silencio’, donde todo va de menos a más
Hay un hombre en la pantalla. Está solo y no habla, ni siquiera consigo mismo. Solo resopla, quizá farfulla, y suda, mientras se mueve como puede entre salas de rehabilitación y gimnasios. De repente aparece un primer plano de su pierna, en la que hay una cicatriz enorme. Le untan bien de Betadine, como si fuera la mantequilla en el pan. Empiezan las pruebas y las resonancias y las inyecciones de anestesia para que el sistema aguante, no solo él mismo. Capitalismo en dosis de jeringuilla.
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Hay un hombre en la pantalla. Está solo y no habla, ni siquiera consigo mismo. Solo resopla, quizá farfulla, y suda, mientras se mueve como puede entre salas de rehabilitación y gimnasios. De repente aparece un primer plano de su pierna, en la que hay una cicatriz enorme. Le untan bien de Betadine, como si fuera la mantequilla en el pan. Empiezan las pruebas y las resonancias y las inyecciones de anestesia para que el sistema aguante, no solo él mismo. Capitalismo en dosis de jeringuilla.
Francisco Alarcón Suárez, Isco, está pasando por ese calvario por el que pasan los deportistas cuando una lesión lo aparta por más tiempo del que quisieron todos. Su club, el Real Betis Balompié, él mismo y la afición. Su esposa, la actriz Sara Sálamo, lo recoge en un documental, En silencio, donde todo va de menos a más.
Isco no habla al principio, pero lo hará. Como se curará esa pierna y volverá a jugar y a marcar goles, recogerá premios, discutirá con su mujer y se reirán juntos en un ascensor, bromeará con sus hijos cuando Luis de la Fuente no le llame para jugar con la selección. Aunque sabemos que lo hará. Y en medio, una música que va dando ritmo y acabará sonando a himno de esos que se cantan a pleno pulmón, como si te fuera la vida en ello. También un corte de pelo y un acento que oscila, malagueño puro cuando está en entorno seguro, y un poquito mesetario cuando aparecen los micrófonos.
Sálamo ha querido hacer el retrato de un hombre que cobra millones pero que es mortal y un poco pa’ dentro. Para combatir esa cosa tan manida de que el salario y el oficio te obligan a no poder quejarte. No es un documental de esos para engordar el ego del protagonista, —“Soy un crack”, suelen decir ellos mismos, “es un crack”, confirman todas y cada una de las personas de su entorno— y demostrarnos la vidorra que lleva. Es el proceso de un hombre que lleva las procesiones recogiditas y hace lo que puede para disimularlo. Es una mirada limpia la de ella, en la que protege a los hijos y el lugar en el que viven todos. El único hueco a la ostentación son las iniciales de la beisbolera de Carolina Herrera que luce en el pecho. No hay entrevistas ni discursos. Es la historia de un hombre, su pierna y sus silencios. Y una mujer que enfoca.