‘Pubertat’ no es ‘Adolescencia’: Leticia Dolera no da por perdidos a los menores agresores
La directora, guionista y actriz estrena serie coral sobre una agresión sexual en grupo en una ‘colla castellera’
A Leticia Dolera (Barcelona, 43 años) no le molesta que a su nueva serie la comparen con Adolescencia, pero pone distancia entre ambos proyectos. “Yo no quería dar a los adolescentes por perdidos en un tema tan sensible. Este proyecto tiene un carácter transformador que no busca estigmatizar ni sentenciar a los menores”, aclara en un hotel de Barcelona a pocos días del estreno de Pubertat, la serie de seis episodios, producida por Max y 3Cat, que se estrenó este miércoles en HBO Max a capítulo semanal disponible en la versión original en catalán con subtítulos y doblada al castellano. “Esta serie habla de chavales y de familias, pero también de la gran familia que somos como sociedad. Y de los tabús y heridas que transmitimos de generación en generación”, añade.
La creadora catalana intuye que es inevitable conectar los paralelismos entre el fenómeno británico de Netflix sobre los estragos de la rabia masculina adolescente y la serie coral que interpreta, dirige y ha coescrito con Almudena Monzú. Si algo une a estas dos ficciones es enfrentarse a un reto tan incómodo como urgente: inspeccionar la brecha relacional entre chicos y chicas en una sociedad que se considera igualitaria sin olvidar los vacíos de comunicación entre padres y esos críos que se sienten más adultos de lo que son por lo que aprendieron mirando a sus pantallas.
Acompañada en el reparto por Xavi Sáez, Betsy Túrnez, Biel Durán, Anna Alarcón, Pep Munné, Jean Cruz o Vicky Peña y un reparto con adolescentes (Aina Martínez, Ot Serra, Nael Gamell) entre los que se incluye Carla Quílez (La maternal); en Pubertat, Dolera es Júlia Esparver, una socióloga y activista feminista, madre de Roger (Bruno Bistuer Farré), un chaval de 13 años sensible e introspectivo. El chico acabará siendo acusado, junto a su primo y otro amigo, de una agresión sexual en grupo a una compañera y amiga íntima de la colla castellera de la que todos forman parte. Esa denuncia lo explotará todo: ¿Cómo acaba un crío de 13 años convertido en agresor sexual? ¿De quién es la culpa: de los niños o de sus padres? ¿Cómo afecta a la vida de la víctima si esta confiaba en esos mejores amigos convertidos en agresores?
“En la serie no solo hablamos de chavales y de los adultos en su relación con sus hijos, también trata de enfrentarlos a su propia sexualidad, sin importar la edad. Esto no va de buenos y malos, sino de mostrar los grises y la complejidad al atravesar una sexualidad que nos atraviesa desde niños”, apunta la creadora. Aunque lleva cuatro años trabajando en la serie, la semilla de Pubertat llegó hace siete, antes de rodar la segunda temporada de Vida perfecta, cuando las noticias de las denuncias sobre agresiones sexuales en grupo entre menores asaltaron los medios. “No dejaba de preguntarme por qué nos estábamos encontrando con estos casos. ¿Cómo era posible que en pleno estallido del Me Too y del movimiento feminista, cuando todas hablábamos del consentimiento y del deseo, pasara esto? ¿Por qué no éramos capaces de encontrarnos como sociedad?”, cuestiona.
Es en ese choque donde su serie explora nuevos territorios más allá de los de Adolescencia. Si la serie de Stephen Graham mostraba el horror fatalista frente a un crimen que era más excepción que regla, Pubertat se adentra en un territorio más común pero no menos complejo: la zona gris del sexo, el umbral entre qué es abuso y consentimiento. ¿Qué hacemos cuando lo que ha pasado puede que no sea delito, pero ese comportamiento genera heridas?”, se pregunta Dolera. De ahí la importancia de la metáfora del castell y el uso de la colla castellera como escenario aglutinador de todas las realidades sociales y económicas. La torre humana no solo implica confiar en quien tienes arriba y abajo porque si no lo haces, el castell se desmorona. Las collas castelleras también son espacios transversales de clase y origen. En Pubertat, los tres acusados y la víctima comparten colla y pertenecen a familias con realidades muy distintas. A todas no les afectará igual la denuncia.
“Se dice que una colla castellera es el lugar donde el obrero puede pisar al patrón, porque en la pinya puedes tener al patrón y tú como obrero estar en el tronc. En una colla todo el mundo lleva la misma ropa, es intergeneracional y ambos sexos conviven. Por eso me parece tan interesante. Además, una colla es un espacio de encuentro. Debes estar, tienes que verte y reunirte con otras personas. Una colla crea comunidad”.
Huir de la trinchera ideológica aislacionista con la que se enriquecen los creadores de contenido de las redes es otra de las temáticas de la serie. “Las redes lo han convertido todo en cosas de chicos o de chicas, la machoesfera está maleducando a los jóvenes y ha instaurado esa idea de que el consenso es de débiles. No estoy de acuerdo, los móviles nos han arrebatado el sentimiento de pertenencia, nos han convertido al individualismo, pero debemos encontrarnos para entendernos”, cuenta. Pubertat muestra de forma realista los procesos de la justicia restaurativa, un enfoque alternativo al sistema penal tradicional que se centra en el daño causado por un delito y en las necesidades de todas las partes involucradas: víctimas, ofensores y comunidad. En 2024, Catalunya recibió un total de 2.246 solicitudes de justicia restaurativa, de las cuales 64% se resolvieron con éxito, según datos de la Direcció General d’Execució Penal a la Comunitat i de Justícia Juvenil, quienes gestionan estas solicitudes. “Toda cultura es política y construye imaginario social. Yo necesitaba hablar de esta problemática desde la ficción, pero desde un lugar de esperanza y de posibilidades, no fatalista. Creo profundamente en la capacidad transformadora del ser humano, sobre todo si lo hacemos en colectividad”, argumenta.
Si un hermano tuyo comete un abuso, tú no dejas de quererle, las emociones no funcionan así, tienes que vivir con esa contradicción
Todas estas posibilidades se plantean frente a la complejidad emocional de asumir que la persona que quieres sea un agresor sexual. “Cuando una persona comete una agresión, eso no se convierte en su identidad. Sigue siendo padre, hijo, amigo y eso, aunque no lo queramos ver, sigue pasando. Si un hermano tuyo comete un abuso, tú no dejas de quererle, las emociones no funcionan así, tienes que vivir con esa contradicción que viene a decir: ‘Le quiero, pero mira lo que ha hecho’”.
Tras reflexionar sobre la crisis en la treintena y las trampas de la heteronormatividad en Requisitos para ser una persona normal (2015) y acercarse a la maternidad en el tránsito a la cuarentena con la serie Vida perfecta, la autora del libro Morder la manzana ha querido salir del yo que caracterizó a las series feministas de la década pasada por una visión de conjunto. ¿Lo ha hecho movida, también, por el desgaste mediático hacia su persona? No lo ve así. “Cuando tomas una decisión de qué historia quieres contar, yo nunca lo hago pensando en qué pensarán los demás de mí. Al final, el motor lo encuentras cuando hablas de algo que te inquieta, cuando buscas respuestas a esas preguntas que persisten en tu cabeza”.