Las dos Españas frente a la tele
En tiempos de sobreactuación y un estado de permanente cabreo —en redes y pareciera que fuera de ellas— hay espectadores que buscamos la calma, el refugio de siempre en las franjas horarias en las que nos han cobijado
Contaba Natalia Marcos el 29 de junio cómo se preparaba la televisión para el verano. “Son meses de poco consumo televisivo y en los que las cadenas prefieren optar por programas baratos, enlatados, grabados meses antes en algunos casos o que incluso llevan tiempo guardados en el cajón. Otras veces es el momento que los canales aprovechan para echar a rodar formatos que pueden asentarse luego en la programación otoñal”, escribía.
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Contaba Natalia Marcos el 29 de junio cómo se preparaba la televisión para el verano. “Son meses de poco consumo televisivo y en los que las cadenas prefieren optar por programas baratos, enlatados, grabados meses antes en algunos casos o que incluso llevan tiempo guardados en el cajón. Otras veces es el momento que los canales aprovechan para echar a rodar formatos que pueden asentarse luego en la programación otoñal”, escribía.
Han pasado varias semanas desde entonces y mediados de agosto es una fecha casi tan buena como otra cualquiera para llegar a algunas conclusiones.
Hay una España que quiere lo fresquito, no por novedoso, sino por reivindicar un cierto derecho a la desconexión del drama. Su dosis de Pasapalabra y Cifras y letras, el pueblo de turno en El Grand Prix del verano. Esos programas de siempre con los presentadores de siempre o con los sustitutos, y qué más da si son reposiciones, aunque las viéramos en su momento. Porque en tiempos de sobreactuación y un estado de permanente cabreo —en redes y pareciera que fuera de ellas— hay espectadores que buscamos la calma, el refugio de siempre en las franjas horarias en las que nos han cobijado durante el resto del año, algo que nos provoque una sonrisa, que nos emocione.
Sabiendo que lejos queda ya esa televisión que aprovechó el verano para estrenar programas como Bellezas al agua, Desde Palma con amor, Megatrix o Caliente. Y que si se repusieran, yo volvería a ellos como abeja al panal, como me quedo ahora pegada a la pantalla con una de las novedades de esta temporada a la que está respaldando la audiencia, Dog House. Y porque quiero que a Chenoa le vaya siempre bien en la vida.
Pero España es también ese país que está diciéndole a las cadenas que quiere información, adrenalina a 40 grados a la sombra. Hay más tertulias y tertulianos que nunca, directos y dúplex sin solución de continuidad estamos diciendo que sí, que queremos más, que nada es suficiente. Incendios y guerras y portavoces de cualquier partido asomando a la pantalla con su melanina pidiendo una tregua. Exministros diciendo lo que hay que hacer, nuevas caras pidiendo quedarse en septiembre, peleítas tuiteras que no arreglan nada pero entretienen, echarle la culpa de todo a los políticos. Dos dígitos al día o casi. Espectadores que fibrilan en la Virgen de Agosto tanto como a mediados de enero.
O quizá no haya dos Españas y haya un solo tipo de espectador. Yo, mismamente.