La estela de David Lynch
En 1990 hasta en la ‘Súper Pop’ que traía mi hermana mayor a casa había un artículo destacado con “todas las claves para saber quién mató a Laura Palmer”
A mi vecino de columna y calle, Carlos Boyero, le parece que David Lynch ha sido “el director más amado por los modernos” y, qué porras, tiene razón. Supongo que eso me convierte en moderna.
No creo que Boyero leyera la Súper Pop en 1990 (ni en ningún otro año). Yo tampoco. Tenía nueve años y no era nada moderna, entre otras cosas, porque tenía nueve años. Alguien (alguna amiga de mi hermana, cinco años mayor que yo), tenía la ...
A mi vecino de columna y calle, Carlos Boyero, le parece que David Lynch ha sido “el director más amado por los modernos” y, qué porras, tiene razón. Supongo que eso me convierte en moderna.
No creo que Boyero leyera la Súper Pop en 1990 (ni en ningún otro año). Yo tampoco. Tenía nueve años y no era nada moderna, entre otras cosas, porque tenía nueve años. Alguien (alguna amiga de mi hermana, cinco años mayor que yo), tenía la Súper Pop, que era la revista de mayores, y venía con un artículo destacado con algo así como “todas las claves para saber quién mató a Laura Palmer”. Para ubicar, ese mes fueron número 1 en Los 40 Principales: Cómplices (con Los tejados), Bon Jovi (Blaze of Glory), INXS (Suicide Blonde), y Roxette (It Must Have Been Love, que hasta tuvo versión en español, producida por el mismo señor que nos trajo al padre Abraham y los pitufos). El año 1990 queda tan lejos que ni nos habíamos vuelto modernos en España. Lo más rompedor que habíamos catado los críos era Instituto Degrassi (y no mento La bola de cristal porque hasta A mediodía, alegría, todos los programas de niños tenían algo de iconoclastas). ¿Nostalgia? No. Realidad.
Una revista que vivía de espolear los amores imposibles regalaba un mapa de relaciones y claves de aquella serie de prestigio de cuyo director nada sabían sus lectores. Dice la señora Sabadú (mi madre) que ella no me habría dejado ver algo como Twin Peaks, pero lo vi. Los niños también veíamos Twin Peaks. Recuerdo a Lelan Palmer llorar con el retrato de Laura en las manos, y comentarle a mi padre que ese señor estaba enamorado de su hija. La bronca que me cayó. Pero yo tenía razón. No porque supiera nada de las sendas más oscuras de la vida, sino porque David Lynch transmitía sin necesidad de explicar nada. A Lynch —como a tantos genios— los manuales de guion no le servían de nada. Pero esos mismos saltos sin red, a otro que sea crea Lynch, le hacen terminar estampado contra el suelo.
Twin Peaks (como toda la obra de Lynch) no buscaba ser entendida; invitaba a transitar por sus imágenes usando la intuición para descifrar esos enigmas que a partir de ahora nadie nos planteara. Nada sabía de esto yo en 1990. Qué lejos queda ese año. El mundo que era entonces pasó dejando sedimento, que no mar. Por el contrario, la estela de Lynch es ya imborrable.