Larry David: el último ‘boy scout’ de HBO
La era del prestigio de la televisión por cable y de las series protagonizadas por hombres difíciles está muerta y enterrada, pero David ha sobrevivido a todo
Puede ser una contradicción exaltar una serie cuyo título original invita a quien lo lee a moderar su entusiasmo. En España, Curb Your Enthusiasm se llama Larry David, el nombre de su creador, protagonista y personaje. ¿Dónde están las fronteras entre los tres? Debería importarnos poco. Larry David: Curb Your Enthusiasm fue el título del falso documental de una hora de duración que él escribió y protagonizó en 1999. Por aquel entonces David debía su fama...
Puede ser una contradicción exaltar una serie cuyo título original invita a quien lo lee a moderar su entusiasmo. En España, Curb Your Enthusiasm se llama Larry David, el nombre de su creador, protagonista y personaje. ¿Dónde están las fronteras entre los tres? Debería importarnos poco. Larry David: Curb Your Enthusiasm fue el título del falso documental de una hora de duración que él escribió y protagonizó en 1999. Por aquel entonces David debía su fama a haber sido el cocreador de Seinfeld junto a Jerry Seinfeld. La serie que iba sobre nada —ese fue su famoso argumento de venta— había terminado un año antes, pero David se había desvinculado de ella en 1996. Quería volver a sus orígenes como cómico de stand up, pero en su camino se cruzó la idea de hacer un falso documental y utilizó esa misma vicisitud profesional como premisa para aquel especial. Ahí ya estaban su esposa Cheryl (interpretada por Cheryl Hines) y su manager, Jeff Greene (Jeff Garlin), así como un buen puñado de cameos de celebridades. Se habían sentado las bases de lo que 12 meses después sería la primera temporada de su serie.
En octubre de 2000 se empezó a emitir Curb Your Enthusiasm. Era el comienzo de los años dorados de las series de televisión por cable que inauguró HBO: Los Soprano llevaba una temporada en emisión, Sexo en Nueva York, dos; a A dos metros bajo tierra le faltaba un año para empezar a emitirse y a The Wire, dos. Mad Men y Breaking Bad no solo no existían, sino que la cadena que las acogió, AMC, ni siquiera producía series. La televisión comenzó a ganar un prestigio cultural que se le había negado desde el esnobismo —ya existían grandes series en la televisión generalista— y que se cimentó sobre todo en la libertad de la que hacía gala el cable para poder abordar personajes, conflictos y situaciones, principalmente relacionados con el sexo, la violencia y la ambigüedad moral, que la televisión en abierto no permitía.
Aunque la mayor violencia de Curb Your Enthusiasm es la de los decibelios con la que a veces se gritan sus personajes, Larry David fue pionero en gozar de esa libertad y en transitarla desde la comedia, algo infrecuente —del prestigio cultural que se le había negado a la televisión aún se seguía y se sigue proscribiendo a las comedias—. Una comedia televisiva incómoda, a veces ruin, y también precursora en ello —faltaba un año para que se estrenara The Office en Reino Unido—. Y lo hizo desde el principio: la trama de su primer episodio, en la que una arruga en sus pantalones le hacía temer que alguien pueda confundirla con una erección, como así sucedía después, no habría sido bien recibida en la televisión en abierto. En el último capítulo de esa primera temporada, Larry acompañaba a una exnovia a una terapia en grupo para víctimas de abusos sexuales en el seno familiar y acababa fingiendo haber sufrido abusos por parte de un tío suyo para poder permanecer en la reunión. David ha contado que esta trama se le ocurrió para Seinfeld, pero Jerry Seinfeld le hizo desecharla por no emitible en la NBC.
Veinticuatro años después de su estreno, Curb Your Enthusiasm afronta su decimosegunda y última temporada. Pocos creen a Larry David cuando afirma que la serie no continuará tras esta tanda de episodios. Primero, porque no es ni mucho menos la primera vez que amenaza con su final. Segundo, porque la serie ha sufrido tres grandes parones (tres años entre su sexta y séptima temporada, seis entre la octava y la novena, y otros tres entre la novena y la décima). Y, sobre todo, porque sus seguidores no queremos que se acabe. Cuando, durante el estreno de esta última, un reportero le preguntó por qué habríamos de creerle ahora, él zanjó: “Sí, lo dije antes, pero no tenía 76 años cuando lo dije”. Los mismos que tenía el recientemente fallecido Richard Lewis, amigo inseparable de Larry David, fuera y dentro de la pantalla —nació tres días antes que él y en el mismo hospital—.
La era televisiva de los hombres difíciles, como la bautizó el periodista Brett Martin en el libro más canónico sobre esos años, es historia. La irrupción y hegemonía de las plataformas, el auge de la ya zanjada peak tv, la caída del prestigio del cable, fruto de las maniobras empresariales de los gigantes de la comunicación... Esos factores y otros muchos han provocado que a HBO, como diría aquel, hoy ya no la reconozca ni la madre que la parió. Pero Larry David, el hombre más difícil de todos ellos, el único que existe fuera de la pantalla, ha sobrevivido a todo. Incluso a aquel capítulo en el que durante una cena un concursante de Survivor se encaraba con un superviviente del Holocausto tratando de demostrarle que su hazaña televisiva había sido más dura que pasar por un campo de concentración. O a su favorito, Pollo palestino, que termina con Larry en mitad de una protesta entre judíos y palestinos debatiéndose entre unirse a los suyos o al lado palestino, donde se encuentra su última amante. Una serie milagrosa, que incluso ha sido capaz de salvar a un hombre de entrar en prisión: Juan Catalán pudo demostrar que no cometió un asesinato del que se le acusaba al acreditar que formaba parte del público que salía en una escena de un episodio de Curb Your Enthusiasm que se grabó durante un partido de los Dodgers, historia que se cuenta en el documental Long Shot.
Puede que el secreto de Curb Your Enthusiasm, aparte del enorme talento e ingenio de su creador, es que en la época donde más se presume de incorrección política y se la considera un valor per se, para él nunca ha sido un fin, sino un medio para la carcajada. Un pacto de 24 años con el espectador adulto, que va a ver mezquindades cotidianas, reconocibles a pesar de la hipérbole y el enredo, y va a disfrutar con ellas porque entenderá que su único fin es hacer reír. ¡Como si fuera poco! Disculpen, a veces el entusiasmo es imposible de moderar.
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