‘Rick y Morty’ han vuelto, y en plena forma
El despido fulminante de Justin Roiland, uno de los creadores y voz de los protagonistas de la serie, pasa desapercibido en una séptima temporada que recupera el envidiable y brillante ‘punch’ perdido en la sexta
Ocurre, con Rick y Morty (HBO Max), la descacharrante serie de animación obra de Justin Roiland y Dan Harmon, como con el universo. Que se expande hasta el infinito, y más allá, y que sólo aparenta haber tenido un principio, y no poder tener ningún final. Lo dijo el propio Roiland antes de ser despedido fulminantemente a principios de este año tras una gravísima acusación de violencia doméstica —con lesiones y retención contra la voluntad por medio de amenazas—, lo que dejó los 70 capít...
Ocurre, con Rick y Morty (HBO Max), la descacharrante serie de animación obra de Justin Roiland y Dan Harmon, como con el universo. Que se expande hasta el infinito, y más allá, y que sólo aparenta haber tenido un principio, y no poder tener ningún final. Lo dijo el propio Roiland antes de ser despedido fulminantemente a principios de este año tras una gravísima acusación de violencia doméstica —con lesiones y retención contra la voluntad por medio de amenazas—, lo que dejó los 70 capítulos pendientes —tal es el grado de seguridad de HBO en las aventuras del científico “más listo de la galaxia”, y su torpe e incorregible nieto—, en manos de su socio, Harmon. Y, no teman, todo sigue intacto. O, se diría, mejor que intacto. Porque el amago de dotar a la temporada de una trama a modo de hilo conductor —como hizo estrepitosamente mal Chris Chibnall con Doctor Who, lo que no deja de parecer un guiño de los infinitos guiños de Rick Morty—, es, afortunadamente, historia.
Aunque también es historia Roiland. Y eso quiere decir que Rick y Morty no suenan a Rick y Morty, porque el cocreador era también el doblador de los personajes. Pero todo debe cambiar para que nada cambie, como reza la máxima de un universo cercano, pero antagónico, el de Marvel. Y algo así ocurre en la séptima temporada de Rick y Morty. Y no sólo porque las voces elegidas sean otras, las de dos actores no muy conocidos —Ian Cardoni, que en su haber cuenta apenas con algunos telefilmes y una película, The Challenge, con las hermanas Olsen, y Harry Belden (¿Navidad otra vez?)—, sino porque el pequeño terremoto ha devuelto a la serie a algún tipo de casilla de salida. Una en la que reina el episodio cerrado —autoconclusivo— y en el que se recupera una frescura que, aunque no había llegado a perderse, sí había sufrido alguna que otra interferencia en la pasada temporada.
Un corrosivo homenaje
El antológico primer episodio de esta séptima temporada lo deja bien claro. El protagonista es el Profesor Pantalones de Popó —también conocido como señor Ojete Sucio—, en un momento vitalmente abismal. Le ha dejado su mujer, no ha vuelto a ver su hijo, está hecho unos zorros, y bebe más de la cuenta, a solas y a oscuras en un rincón de la casa de los Smith. Sí, el personaje que nació —entre otras cosas— para romper la cuarta pared está por completo roto, ¿y no está eso diciendo algo de la propia serie, o de lo que quedó de ella después del golpe a Roiland? Que Rick y Morty se hagan a un lado por un momento para rendir un corrosivamente sarcástico homenaje a los amigos —hay una pandilla desastrosamente perfecta saliendo de marcha en un equivalente a un Jo, qué noche escatológico y loser—, apunta en ese sentido. Que el propio Roiland fuese la voz también del hundido Profesor Pantalones de Popó parece corroborarlo.
La condición de objeto mutante siempre del todo imprevisible de cada capítulo sigue intacta. Es, de hecho, el buque insignia de las aventuras de Rick Sánchez —ese interminable universo de universos, esa muñeca rusa intergaláctica, ese espacio-tiempo multiplicado hasta el infinito—, sostenido o propulsado por todo aquello que ya hemos visto pero nunca así. Porque todo en Rick y Morty es también homenaje, guiño, nutritiva resurrección de otras ficciones. Un universo que se devora a sí mismo para reconstruirse sin descanso, como un monstruo de incontables cabezas, o de variadísimas versiones, tantas como tienen los protagonistas, que son a la vez el mundo en el que están y todas sus posibilidades, y que eleva lo pulp a artefacto metaficcional, y obra colectiva, algo que crece en todas direcciones y en todas a la vez.
Que existan infinitos Ricks —e infinitas familias Smith, infinitos Morty, Jerry, Beth y Summer— no sólo garantiza la longevidad de la serie —que ojalá siga los pasos de la también imprevisible, de tramas capaces de mutar hasta el delirio, Los Simpson—, sino que explora sin descanso todo aquello que la ficción promete y que la ciencia ficción consigue: que cualquier cosa sea posible. Como por ejemplo, que Rick y su yerno, el tontorrón Jerry, crucen mentes y cerebros —en uno de los capítulos de esta nueva temporada, un clásico instantáneo— y acaben volviéndose inseparables porque están hechos de pedazos del otro, y se caen por fin bien, de hecho, se adoran, no pueden vivir el uno sin el otro, porque son gemelos de mente. Su capacidad para explorar cada personaje como si fuera un universo en sí mismo, y uno decidido a colisionar con aquello que más teme en cada momento, es especialmente admirable.
La pregunta no es tanto si en esta temporada —porque de eso va, o de eso finge que va: su rebelión está en los detalles jugosamente macarras— Rick dará por fin con Rick Prime, la versión de sí mismo que mató a su mujer y a su hija —el antagonista principal de la serie—, como de qué forma van todos ellos —versiones incluidas— a volver a combinarse entre sí para seguir expandiéndose. No pretende Rick y Morty reflejar el mundo, y lo hace irremediablemente, buscando una salida a cualquier —a todo— aspecto de la realidad que se cruce en su camino. El hecho de que el enemigo final de Rick sea él mismo, sea, en realidad, una versión de sí mismo muy concreta, dice mucho sobre lo que las posibilidades pueden hacerle a un personaje, o a cualquiera de nosotros: aniquilarnos, o convertirnos en aquello que jamás seremos, o en aquello que creímos ser y nunca, en realidad, fuimos.
Sí, Rick busca algún tipo de redención, ¿y no lo hace la especie a la que pertenece? Porque todo pudo ser distinto, y no lo fue, pero querríamos que aún pudiera serlo. Y puede que el camino que tenga por recorrer Dan Harmon ya no sea tan largo —porque nada es fácil cuando debes ocuparte solo de algo que creaste con tu mejor amigo— pero, a juzgar por lo bien parado que ha salido de este primer asalto —en el que recupera el envidiable y brillante punch perdido en la sexta temporada—, no tendría por qué serlo. Después de todo, el mundo tiene cada día más razones para empuñar una pistola de portales y empezar a arreglarse a sí mismo como si fuese un lisérgico desaguisado más de los gamberrísimos, los entrañablemente vulgares (y geniales) Rick y Morty.
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