¿Por qué ya nadie quiere hablar de su libro?

Ejercer de mitómano en el presente es complicadísimo, cuando no imposible. No pasa un día sin que alguna estrella aproveche la visibilidad que le da su trabajo para sentar cátedra sobre asuntos peregrinos que nada tienen que ver con él

Gloria Swanson, en la película 'El crepúsculo de los dioses'.

Escuché una vez que el aire misterioso e inaccesible de cierta estrella se debía a que era ligeramente sorda. Para ocultarlo, fuera de la pantalla hablaba poco y guardaba las distancias, lo que además de incrementar su atractivo le permitió librarse del desgaste que provoca la exposición en los medios. En el viejo Hollywood sabían bien lo importante que era proteger a las estrellas de sí mismas, evitar que su verdadera personalidad emergiese tras el perfecto empaquetado que les proporcionaban y arruinase el producto. Un ejército de agentes y publicistas se afanaba en construir celebridades hip...

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Escuché una vez que el aire misterioso e inaccesible de cierta estrella se debía a que era ligeramente sorda. Para ocultarlo, fuera de la pantalla hablaba poco y guardaba las distancias, lo que además de incrementar su atractivo le permitió librarse del desgaste que provoca la exposición en los medios. En el viejo Hollywood sabían bien lo importante que era proteger a las estrellas de sí mismas, evitar que su verdadera personalidad emergiese tras el perfecto empaquetado que les proporcionaban y arruinase el producto. Un ejército de agentes y publicistas se afanaba en construir celebridades hipoalergénicas de PH neutro, ofreciendo biografías almibaradas y entrevistas prolijas en lo frívolo y parcas en lo controvertido. Nos contaban su comida favorita y hasta su horóscopo azteca, pero desconocíamos si eran anabaptistas, trotskistas o terraplanistas. Lo hacían para preservar a sus gallinas de los huevos de oro y de paso nos permitían mantener la ilusión de admirar a las personas correctas.

Un efecto secundario de la multiplicidad de pantallas y la inmediatez de las redes sociales es que ejercer de mitómano en el presente es complicadísimo, cuando no imposible. No pasa un día sin que alguna estrella aproveche la visibilidad que le da su trabajo para sentar cátedra sobre asuntos peregrinos, ya sea el imperialismo, el feminismo o la libertad, que ya nunca es la de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío, que anhelaba Cernuda, sino la de beber cerveza o soltar improperios a señoras. Nadie quiere hablar de su libro como hace 30 años exigía airadísimo Umbral. La noticia ya no son sus discos o estrenos, sino sus opiniones.

Ante las entrevistas impostadas de antaño podíamos sospechar que aquellos ídolos eran ligeramente anodinos. Hoy la incontinencia verbal de las estrellas nos disipa todas las sospechas y nos deja sólo certezas.

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