Instrucciones para evitar un beso
Es normal preguntar al dueño de un perro si se le puede tocar, pero nadie se cuestiona si procede besar a alguien a quien acabas de conocer. Se da por sentado. Y quien la rechaza es mirado con suspicacia
Mucho se temió que la pandemia significase el fin del contacto físico. No suponía una tragedia para todos. Los que teníamos presente la distancia de seguridad antes de que el término se volviese cotidiano disfrutamos los viajes solitarios en ascensor como un vuelo en business; el espacio personal dejó de ser un reino que había que conquistar diariamente y nadie profanaba nuestras mejillas. Fue desvanecerse la alarma y retornar la orgía de ósculos y achuchones.
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Mucho se temió que la pandemia significase el fin del contacto físico. No suponía una tragedia para todos. Los que teníamos presente la distancia de seguridad antes de que el término se volviese cotidiano disfrutamos los viajes solitarios en ascensor como un vuelo en business; el espacio personal dejó de ser un reino que había que conquistar diariamente y nadie profanaba nuestras mejillas. Fue desvanecerse la alarma y retornar la orgía de ósculos y achuchones.
Cortázar dio instrucciones para llorar, cantar y hasta matar hormigas en Roma, pero no nos adiestró en el arte de esquivar besos, no hay tutoriales para defenderse de una microagresión bendecida socialmente a la que somos condenados desde el nacimiento. Con la edad he aprendido a contrarrestarlos con movimientos que lograrían el aplauso de Houdini, pero siempre hay profesionales que recurren a una técnica infalible: te asen del antebrazo acercándote a su cuerpo a lo John Wayne en El hombre tranquilo, excepto porque no estáis viviendo un apasionado romance en Irlanda.
Detecto ese amago de defensa especialmente en mujeres, somos más proclives a sufrirlos y siempre sin aviso previo, lo que no deja de resultar alarmante. Es normal preguntar al dueño de un perro si se le puede tocar, pero nadie cuestiona si procede besar a alguien a quien acabas de conocer. Se da por sentado que todos aceptamos de buen grado la cercanía de los extraños y quien la rechaza es mirado con suspicacia. Pensé en ello al ver a las jugadoras de la selección recibiendo sus medallas, antes incluso del incidente sobre el que se ha dicho todo. Me preguntaba si alguna estaría viviendo el infierno que supondría para mí, estoy segura: la defensa del espacio personal no tiene colores, ideología, sexo ni edad, sólo la certeza de que estamos condenados al fracaso.
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