Dejó escrito Susan Sontag que llegaría un momento en el que la exposición constante a imágenes trágicas nos haría insensible a las mismas. También dejó escrito Elías Canetti que un verdugo de la Revolución Francesa presumía de lo poco que tardaba en sesgar cabezas. Dejaron escrito los Esplendor Geométrico aquello de la muerte a escala industrial. Tanta gente...
Dejó escrito Susan Sontag que llegaría un momento en el que la exposición constante a imágenes trágicas nos haría insensible a las mismas. También dejó escrito Elías Canetti que un verdugo de la Revolución Francesa presumía de lo poco que tardaba en sesgar cabezas. Dejaron escrito los Esplendor Geométrico aquello de la muerte a escala industrial. Tanta gente ha dejado escrito que la muerte es tan común que no tiene importancia.
Se ha viralizado una foto (una de tantas) en la que una chica posa sexy y coqueta en las vías del tren que llevaban al campo de concentración de Auschwitz. La influencer Elena Tablada tuvo el desatino de subir una fotografía de ella embarazada en el monumento a las víctimas del holocausto con el hashtag “baby in the oven” (bebé en el horno). Ni el homenaje carnavalesco al Holocausto hecho en El Chaparral en 2020 tuvo tan mala fortuna. La cultura de la imagen nos da acceso a todo pero no nos enseña nada, o al menos no aprendemos nada. Unas vías como las de Auschwitz llevaban a Treblinka, y a través de ellas Claude Lanzmann nos llevaba a la Shoah. Un sueño nos conducía, de la mano de Rod Serling, a la pesadilla de un ex capitán de las SS en Dachau. Unos ratones de trazo grueso nos llevaban, de manera deshumanizada, al mismo Auschwitz donde la mamarracha anónima que les comento posaba ufana.
Se ha narrado el horror, y se ha explicado su dimensión, pero el elemento desestabilizador ha sido nuestro ego, nuestra imagen. ¿Como ha podido ser? ¿Cómo hemos perdido la capacidad de escuchar y de mirar? No lo sé, pero ojalá encontráramos la clave para dejar de mirarnos a través de la cámara y pudiéramos mirar de nuevo al otro.
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