‘Pasapalabra’ busca a su próxima gran estrella
El programa más visto de la televisión organizó un ‘casting’ presencial en el Museo Thyssen, por el que pasaron centenares de aspirantes que sueñan con ser el ganador del próximo bote millonario
Algo se cuece en el Thyssen. Faltan unos pocos minutos del miércoles 15 de junio para que lleguen las 10.00 y el museo abra sus puertas, pero a diferencia de otros días, dos colas rodean el edificio. En la puerta principal, una fila de turistas espera para ver las colecciones de arte, con un ambiente relajado. Pero la atmósfera es muy distinta al otro lado de la manzana. Por la parte trasera, una veintena de personas dicta sus datos mientras esperan a que les llamen. Las sensaciones recuerdan a selectividad. “Esto es mucho peor”, se oye. En unos momentos, se enfrentarán al casting de ...
Algo se cuece en el Thyssen. Faltan unos pocos minutos del miércoles 15 de junio para que lleguen las 10.00 y el museo abra sus puertas, pero a diferencia de otros días, dos colas rodean el edificio. En la puerta principal, una fila de turistas espera para ver las colecciones de arte, con un ambiente relajado. Pero la atmósfera es muy distinta al otro lado de la manzana. Por la parte trasera, una veintena de personas dicta sus datos mientras esperan a que les llamen. Las sensaciones recuerdan a selectividad. “Esto es mucho peor”, se oye. En unos momentos, se enfrentarán al casting de Pasapalabra, el primero presencial desde la pandemia, en el que el programa busca a su nueva estrella.
Más de un centenar de personas pasarán a lo largo del día por el proceso seleccionador. Entre ellas, gente de todas las edades y con perfiles muy diferenciados: profesores de universidad, estudiantes, autónomos, administrativos, intérpretes… Todos ellos fieles seguidores del programa, que se emite entre semana de 20.00 a 21.00 en Antena 3, y aficionados a los roscos. Algunos confiesan incluso que se presentan solo porque la experiencia es lo más parecido a concursar en él. Otros porque querían ver a Roberto Leal, presentador desde 2020, que para decepción de algunos no apareció por el museo. Quien recibe a los aspirantes, en la quinta y última planta del Thyssen, es un jurado compuesto por siete personas, entre las que se encuentra el equipo de casting, Felipe Pérez, productor ejecutivo de Pasapalabra, o Lucía Sesma, lingüista del programa.
La primera en cruzar el umbral de la puerta es Maite Francisco, de Valencia. Tiene 52 años, es auxiliar de enfermería; ha venido hasta la capital solo para hacer la prueba y se marcha una vez la acabe. Hace 12 años que lo intentó por primera vez, por medio del otro tipo de casting que hay, el telefónico. Entonces quedó eliminada en la segunda fase, pero ahora, tras varios meses preparándose, ha decidido probar suerte otra vez. “He estado entrenando, aunque todavía no me veo preparada porque siempre pienso que nunca es suficiente. Pero he querido aprovechar la oportunidad con el casting abierto. De la otra manera, tienes que pasar un test telefónico y esperar a que vayan a tu ciudad”, explica momentos antes del examen. Francisco, al igual que muchos de sus compañeros de fila, ha pasado estos meses practicando con roscos, la prueba emblema de Pasapalabra. Confiesa que, aunque acierta “la mayoría”, nunca ha completado uno entero, porque “siempre hay dos o tres que son las superdifíciles: el apellido del escritor de esto o el nombre del autor de lo otro”.
El rosco, que en el día a día suele ser su principal pasatiempo, será esta mañana su obstáculo hacia el plató. A varios metros de altura de las obras que componen la colección del Thyssen, y con los primeros 24 aspirantes ya sentados y preparados para el cuestionario, la coordinadora de la prueba, Montse Ramos, explica cómo será el examen. “Vais a tener que rellenar dos roscos del programa. Vais a tener 10 minutos y podéis distribuir el tiempo como queráis. Una vez que corrijamos los roscos pasaréis a una prueba de cámara”. El objetivo es identificar tanto el conocimiento de los candidatos como su respuesta en la pantalla. “Siempre se va a premiar el nivel intelectual, pero no nos tenemos que olvidar de que es un programa de tele”, aclara.
Con los 10 minutos ya cumplidos, los aspirantes abandonan la sala e intercambian opiniones sobre los roscos en el pasillo. Coinciden en que el segundo era mucho más difícil que el primero, tal y como lo habían diseñado los guionistas. Y también en que una de las difíciles estaba en la letra M, que rezaba “soldado de una milicia privilegiada de los sultanes de Egipto”. Buscan en el diccionario y comprueban que era mameluco, para alegría de unos y lamento de otros. Entre la incertidumbre, les genera un momento de alivio la visita de Paz Herrera, concursante que en 2014 se llevó un bote de 1.310.000 euros. Mientras tanto, el equipo de casting corrige roscos tan rápido como pueden. Están de acuerdo en que el nivel es bueno, pero por encima de todos destaca el único folio al que no han tenido que hacer ni un tachón. Ella se marchará a casa sin saber que ha logrado un 25 de 25 en ambos roscos; aunque había soñado que se quedaba en blanco y le salía fatal.
Es profesora de arte, de dibujo y de chino. Se llama Ana María Morales, ha ido desde Las Rozas, y además es su cumpleaños. Tiene 59, pero antes de ir a comer con la familia para celebrarlo, acude a la prueba acompañada de su hija menor, Silvia, de 25 años. Ella también ha hecho los dos roscos para poder estar dentro con su madre, pero se prepara para opositar y no está interesada en que la seleccionen. “A ella le encanta estudiar y que le pregunten cosas. Va a pasar seguramente”, cuenta mientras que, en la habitación de al lado, su madre se enfrenta a la segunda fase. Frente a las cámaras, Morales se presenta como una persona curiosa, y destaca que nunca ha estado en ningún programa. Dice que se lo ha pasado muy bien, pero que no recuerda ni que se había apuntado. “Tuvo que ser hace unos meses”, aclara tras haber terminado su exposición, “por motivos de trabajo solo puedo ver el programa los viernes, así que debió ser una de estas veces que me salió bien el rosco”.
Con lo más difícil ya hecho, ahora solo toca esperar una llamada. Ante la incertidumbre de los candidatos, desde el programa aclaran que “podría ser en tres semanas o en seis meses, depende de muchas cosas”. Ahora tienen que filtrar entre todos las opciones que han cosechado para dar con los mejores perfiles. Que puedan manejar tanto en el rosco como el ritmo de la televisión, algo imprescindible para ganarse el cariño de los espectadores.
Además, para Pasapalabra, que es el espacio no informativo más visto de la televisión, el nivel de dificultad de las preguntas es otra de las claves. “Intentamos que tenga variedad en las temáticas, que sea entretenido y que en casa se disfrute”, cuenta Sesma, lingüista del programa desde 2011. “Pero sobre todo, aparte de que nuestros concursantes lo hagan muy bien, que la gente luego en casa pueda jugar, eso es lo fundamental. Que lo estén viendo, contestando en voz alta y lo disfruten. Eso es también lo que buscamos”. Pérez, su productor ejecutivo, destaca que están “en un gran momento” aupados por el espectador “que está siendo muy fiel”. Y ahora, en la era digital, “apoyados también por las redes sociales”, siente que tras 23 años de emisión, “Pasapalabra es infinito”.
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