Los bulos no se difunden solos
Por más que se desmientan y se pruebe su falsedad, las mentiras persistirán en la memoria
Cuando contamos los bulos como un fenómeno espontáneo exculpamos a las personas que los difunden. Detrás de cada mentira hay un mentiroso, y detrás de cada retuit hay una miseria moral con nombre, apellidos y DNI que no se siente responsable del daño que provoca. Tal vez sea difícil remontarse al origen de un bulo (aunque hay Teseos pacientes que siguen el hilo hasta encontrar el principio), pero es sencillo dar con los agentes propagadores.
Será difícil saber quién fue el miserable que montó un vídeo falso en el que parecía que ...
Cuando contamos los bulos como un fenómeno espontáneo exculpamos a las personas que los difunden. Detrás de cada mentira hay un mentiroso, y detrás de cada retuit hay una miseria moral con nombre, apellidos y DNI que no se siente responsable del daño que provoca. Tal vez sea difícil remontarse al origen de un bulo (aunque hay Teseos pacientes que siguen el hilo hasta encontrar el principio), pero es sencillo dar con los agentes propagadores.
Será difícil saber quién fue el miserable que montó un vídeo falso en el que parecía que el cómico David Broncano se reía en La resistencia de la niña atropellada en un colegio de Madrid, pero es fácil constatar que sin el entusiasmo difamatorio de Hermann Tersch o Juan Carlos Girauta habría tenido muchísimos menos espectadores, por eso es justo nombrarles, para que no parezca que la difusión fue un fenómeno mecánico, sino que respondió a la voluntad de adultos dueños de sí mismos.
Todos los que hemos sido víctimas de algún bulo sabemos que es inútil luchar contra ellos. Por más que se desmientan y se pruebe su falsedad, persistirán en la memoria de los predispuestos a creerlos. ¿No le van aún a veces a Ricky Martin con el cuento de la mermelada? Pero una cosa es resignarse al chaparrón y otra aceptarlo como si detrás del bulo no hubiera una maldad consciente y humanísima.
Cada vez que un probo ciudadano, padre ejemplar y amigo de sus amigos, divulga un bulo sobre alguien, hace del mundo un sitio más mezquino. Como los caminos de la autoexculpación son inescrutables, podrá seguir creyéndose bueno y justo. Incluso si luego lo lamenta, dirá que solo seguía la corriente, como el jurado que condenó a Dolores Vázquez. De vez en cuando alguien debería recordarles que nadie les obligó, que fueron ellos, libres y conscientes, quienes escupieron al prójimo.
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