La comedia talibán
La imagen del presentador Mirwais Haidari Hadqoost rodeado de radicales armados provoca escalofríos. Aunque es digna de los Monty Phyton, aquí hay pavores irreductibles
Lo he visto muchas veces, por si me distancio a fuerza de repeticiones y consigo reírme, pero no hay manera: me quedo en el escalofrío, aunque la escena es pura comedia, sacada de un episodio de los Monty Python. No me río porque la carcajada necesita un poquito de ficción si no quiere ser mera crueldad, la risa del villano que se divierte torturando. Aquí no hay asideros, todo es demasiado real, hiperreal en el sentido que quería el surrealismo: una realidad tan estilizada y forzada en su rea...
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Lo he visto muchas veces, por si me distancio a fuerza de repeticiones y consigo reírme, pero no hay manera: me quedo en el escalofrío, aunque la escena es pura comedia, sacada de un episodio de los Monty Python. No me río porque la carcajada necesita un poquito de ficción si no quiere ser mera crueldad, la risa del villano que se divierte torturando. Aquí no hay asideros, todo es demasiado real, hiperreal en el sentido que quería el surrealismo: una realidad tan estilizada y forzada en su realismo que rompe los moldes de lo verosímil.
Mirwais Haidari Hadqoost presenta un programa de debate político en Afghan TV, una de las cadenas privadas que crearon un espejismo de democracia en el país en estos 20 años. Un periodista de la BBC capturó su última emisión y la colgó en internet: Mirwais, afeitado, con gafas y corbata, aparece rodeado por un montón de talibanes con rifles. Mantiene el tipo con flema victoriana, como si recibiera a un grupo de sires en un club de Londres. Estos señores han venido a debatir, dice, a explicar su proyecto político. No se fijen en sus armas ni en sus miradas asesinas, superen el prejuicio.
Es una escena objetivamente cómica, ideal para una lección de comedia, pero no tiene más lectura que la trágica, lo que niega aquello de que la comedia es igual a tragedia más tiempo: no creo que la imagen divierta dentro de 30 años, pero a Chaplin ya le hacía gracia Hitler en 1939, sin que su parodia banalizase el terror. El tiempo es un factor irrelevante. Tampoco importa el punto de vista (las cosas no son divertidas o tristes en sí mismas, sino según cómo se cuenten). No da risa porque hay pavores irreductibles. Por más que se caricaturicen a sí mismos, no levantan ni una sonrisa cansada.
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