Columna

Por un pueblo sin crímenes y donde las cosas sean lo que parecen

Antes de metabolizar la tele sublime necesito desintoxicarme de las basurillas británicas con las que me he estado malnutriendo

Ya sé que ahora toca ver The Crown (cuarta temporada en Netflix, el acontecimiento catódico de lo que queda de año), pero me voy a dar unas columnas de respiro para asimilar el trauma que me supone ver a Gillian Anderson transformada en Iron Lady con un pelo cardado que no cabe ni en el pantallón de mil pulgadas donde la disfruto y ante el cual le dejo mis oraciones. Quién me iba a decir que me enamoraría de Margaret Thatcher.

Antes de metabolizar la tele sublime necesito desintoxicarme de las basurillas británicas con l...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Ya sé que ahora toca ver The Crown (cuarta temporada en Netflix, el acontecimiento catódico de lo que queda de año), pero me voy a dar unas columnas de respiro para asimilar el trauma que me supone ver a Gillian Anderson transformada en Iron Lady con un pelo cardado que no cabe ni en el pantallón de mil pulgadas donde la disfruto y ante el cual le dejo mis oraciones. Quién me iba a decir que me enamoraría de Margaret Thatcher.

Antes de metabolizar la tele sublime necesito desintoxicarme de las basurillas británicas con las que me he estado malnutriendo. Si no me limpio el paladar, no disfrutaré de nada bueno, y como el primer paso para acabar con el pecado es confesarlo, aquí consigno que llevo tiempo empapuzándome de series británicas de crímenes rurales. Son casi todas iguales, en dos variantes: el pueblo puede ser costero e ideal (es el modelo Broadchurch) o interior y deprimente (modelo Happy Valley). Lo demás no cambia: un cadáver (ojalá una moza o un niño, que acongojan más), una policía carismática y un pueblo donde nadie es lo que parece y blablablá. Les doy títulos: Flesh and Blood, El incendio, The Sister, The Bay, Hinterland, Represalias, Deep Water o Glue. Hay cien más, las producen como quien tira pintas de ale en el pub, y dejan la misma sensación gaseosa.

Si la mitad de esas historias fueran reales, la tasa de homicidios del Reino Unido sería más alta que la de Caracas. Entiendo el morbo y el imaginario del pueblo con secretos terribles tras las contraventanas, pero, en mi empacho, agradecería una serie sobre un pueblo que sí es lo que parece y donde sus vecinos frustran los intentos de unos guionistas de la BBC de buscar el lado oscuro de sus vidas.

Ya he confesado, ya puedo ver The Crown.

Sobre la firma

Más información

Archivado En