Columna

Condenados a aguantarnos

Ni siquiera la exconsellera de cultura de Cataluña puede soñar con su patria monolingüe y se tiene que conformar con esa mezcla bastarda que hablamos los plebeyos

Mariàngela Vilallonga.Quique García

Mariàngela Vilallonga fue hasta septiembre una consellera de Cultura de la Generalitat de Cataluña que habría pasado sin pena ni gloria (como corresponde a cualquier conseller de Cultura), de no ser porque un día puso TV3 y descubrió con escándalo que había personajes de ficción y entrevistados que hablaban castellano sin que nadie se lo afease. Abroncó por ello al director de la corporación y, tras cesar en su cargo, replicó aquella bronca en directo en la propia tele, en una entrevista donde la entrevistadora, Cristina Puig, exhibió una templanza y una dignidad insólitas, en un país donde lo...

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Mariàngela Vilallonga fue hasta septiembre una consellera de Cultura de la Generalitat de Cataluña que habría pasado sin pena ni gloria (como corresponde a cualquier conseller de Cultura), de no ser porque un día puso TV3 y descubrió con escándalo que había personajes de ficción y entrevistados que hablaban castellano sin que nadie se lo afease. Abroncó por ello al director de la corporación y, tras cesar en su cargo, replicó aquella bronca en directo en la propia tele, en una entrevista donde la entrevistadora, Cristina Puig, exhibió una templanza y una dignidad insólitas, en un país donde los políticos se pasean a caballo por las televisiones públicas.

¿Qué pensará Vilallonga de Moscow Noir (Filmin), una serie sin patria que transcurre en Moscú y se habla en sueco, ruso e inglés sin que a los actores se les mueva el flequillo? Tal vez le parezca bien, porque el nacionalismo aprueba el plurilingüismo de los demás. A mí, más que el hecho de que cada cual se exprese como le salga de la laringe, me impresiona la vocación apátrida de los protagonistas. La serie pinta Rusia como un Salvaje Este al que brokers-buscadores de oro acuden por el dinero y para borrar su pasado. A su libérrimo modo, son exiliados, y su fuga da la medida de nuestra peste: nosotros, a diferencia de ellos, no tenemos escapatoria. Ante las guerras y las catástrofes, las personas pueden refugiarse en otro sitio, pero cuando la catástrofe contagia todo el mundo, no queda patria, real ni imaginaria, a la que pedir auxilio. No hay Rusia donde inventarse otra vida. Ni siquiera Mariàngela Vilallonga puede soñar con su patria monolingüe y se tiene que conformar con esa mezcla bastarda que hablamos los plebeyos. Está condenada a aguantarnos, como los demás la aguantamos a ella: con mascarilla y distancia, claro, pero imponiéndonos mutuamente la presencia.

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