Si ves la tele el viernes, te diré quién eres
Los espectadores de viernes miran la pantalla, pero ninguno mira del todo lo que pasa dentro
Llega el viernes por la noche. Y, aunque agosto disuelve todos los patrones que rigen el año, el viernes sigue presente con su propia bandera, con sus fronteras y sus habitantes. Entre las cosas de viernes, como la pizza a domicilio y los pies encima de la mesa, están el telespectador de los viernes por la noche, un autóctono de este momento que no se vuelve a repetir.
Los viernes por la noche tienen unos telespectadores fieles. Es un hombre de treinta y cuatro años que ha dejado de salir por miedo a seguir haciendo el ridículo en los bares y, en otra ciudad de España, otro hombre de la...
Llega el viernes por la noche. Y, aunque agosto disuelve todos los patrones que rigen el año, el viernes sigue presente con su propia bandera, con sus fronteras y sus habitantes. Entre las cosas de viernes, como la pizza a domicilio y los pies encima de la mesa, están el telespectador de los viernes por la noche, un autóctono de este momento que no se vuelve a repetir.
Los viernes por la noche tienen unos telespectadores fieles. Es un hombre de treinta y cuatro años que ha dejado de salir por miedo a seguir haciendo el ridículo en los bares y, en otra ciudad de España, otro hombre de la misma edad con las mismas razones, pero que quizá sí salga el sábado a cenar y después los mismos bares no le parezcan tan mala idea. Es un matrimonio de barrio residencial, con las ventanas abiertas a la brisa de la urbanización y el parqué recién acuchillado, esperando a que llegue su hijo adolescente con los ojos cocidos. Es una pareja de novios recientes que han dejado atrás a todo el mundo, que han anulado la diferencia entre días de la semana, que no quieren acordarse de antaño cuando también era viernes y andaban camino a una cita con desesperación, con la ardiente necesidad de que alguien les salvara de más viernes de soltería, es decir, de soledad. Este telespectador de viernes universal es también una persona vestida sexy que se ha quedado súbitamente sin plan o una persona generación zeta que se revuelca en la cama abrazando el ordenador como se abraza un peluche. Somos usted y yo en algunos de los casos anteriores.
Los espectadores de viernes miran la pantalla, pero ninguno mira del todo lo que pasa dentro, ni el programa de famosos transformados en otros famosos, ni el coloquio de Versión Española sobre esa película de los noventa que no vio nadie, ni el debate en Telecinco sobre la reconstrucción de abdominales de una famosa mujer rubia, ni el peliculón apocalíptico troceado por la publicidad en doce partes, ni el documental pirata sobre la doctrina del shock. Los viernes se mira la televisión sin ver mucho lo que se mira, solo dejando que esa noche nos resguarde, nos calme o se pase, según cada uno.
Observando quiénes son (quiénes somos) los telespectadores de cada día de la semana, observamos cómo son (cómo somos) toda la semana. Estos espectadores de viernes por la noche, cansados, refugiados, expectantes, se acaban con el día, se extinguen. Llegado el sábado no serán los mismos, si acaso serán otro telespectador en el mismo cuerpo, con otras pulsiones y otra onda. Serán los espectadores relajados, entregados y somnolientos del sábado a las cuatro de la tarde. Y serán otros el domingo por la noche, un espectador-persona que empieza a mirar la semana que llega de frente, que se fulmina la cena en cuatro bocados, que lo último que quiere es ser el telespectador del lunes al desayuno que le tocará ser mañana.
Alberto Otto es autor de Un chalet en la Gran Vía (Terranova).