La verdadera vida de Stieg Larsson
Periodista y activista antifascista, el autor de ‘Millennium’ llevó una intensa vida hasta su muerte a los 50 años. El documental 'Stieg Larsson: el hombre que jugó con fuego' recupera su faceta menos conocida
En el escritorio del ordenador de Stieg Larsson había una carpeta en la que ponía “urgente”. En ella estaba todo el contenido de la computadora, no había nada más en otra parte, para él todo era perentorio. Contada por uno de sus compañeros en la revista Expo, esta anécdota ilustra la verdadera cara de Larsson (1954-2004), un hombre que antes de escribir la trilogía Millennium había sido por encima de todo un periodista comprometido, un monje de la verdad, un hombre con una misión: denunciar y frenar el auge de l...
En el escritorio del ordenador de Stieg Larsson había una carpeta en la que ponía “urgente”. En ella estaba todo el contenido de la computadora, no había nada más en otra parte, para él todo era perentorio. Contada por uno de sus compañeros en la revista Expo, esta anécdota ilustra la verdadera cara de Larsson (1954-2004), un hombre que antes de escribir la trilogía Millennium había sido por encima de todo un periodista comprometido, un monje de la verdad, un hombre con una misión: denunciar y frenar el auge de la extrema derecha en Suecia y el resto de Europa.
“Maldita sea, ¿Por qué no bajó el ritmo? Nunca he conocido a nadie que trabajara tanto como él. Y entonces, murió”, cuenta su pareja Eva Gabrielsson en Stieg Larsson: el hombre que jugó con fuego, documental de cuatro episodios disponible en Filmin. La serie, dirigida por Henrik Georgsson (El puente o Wallander), toma como punto de partida el libro Stieg Larsson. El legado (Jan Stocklassa, Roca) y se adentra en los años de lucha de Larsson, en sus obsesiones, en su capacidad casi infinita de trabajo hasta el final, cuando un infarto de miocardio lo mató en unas escaleras en Estocolmo, un 9 de noviembre de 2004. Sus novelas estaban inéditas cuando murió.
Larsson fue un niño que “nació viejo”, siempre serio, con sus cuadernos, sus libros y sus fanzines. Luego se hizo un adulto peculiar, tímido pero decidido, que sabía usar a su favor su apariencia tranquila, un pionero en el estudio del auge de los nazis en la parte más próspera de Europa. Nadie sabía más que él. “Era muy meticuloso, como un catálogo de biblioteca, lleno de detalles”, cuenta Emmy, una de las fundadoras de la revista Expo en 1995. A través de esta publicación, Larsson, que por entonces trabajaba de diseñador en la agencia TT, destapó las redes que la extrema derecha había tejido en su país, relacionó a los fantoches de los tambores y las esvásticas con gente a priori respetable, investigó y expuso sus fuentes de financiación, su connivencia con el sistema, jugó con fuego. Dormir poco, comer mal, beber toneladas de café y fumarse dos paquetes diarios de Malboro. Ese era el régimen con el que Larsson soportaba infinitas horas de trabajo. El documental no es una oda sin matices al autor de Millennium y sus compañeros de batalla reconocen que esa faceta suya les resultaba “agotadora”. Cuando llegaron las amenazas de muerte, los boicots y atentados, cuando Larsson — que no tenía nada a su nombre ni se había casado con Eva para no constar en ningún registro público— les enseñó a abrir sobres bomba y a saber si los seguían muchos se bajaron del tren. “Era demasiado para ellos”, resume Gabrielsson.
1986 es un momento crucial en la historia de Suecia y también en la vida de Larsson. El asesinato del primer ministro Olof Palme conmocionó al país y dio lugar a uno de los crímenes más fascinantes y peor llevados de la historia. La fiscalía sueca lo dio por resuelto el pasado 10 de junio, pero el caso deja tantos interrogantes que esta noticia no resta un ápice de interés a la parte más apasionante del documental. Alejado de cualquier teoría de la conspiración, Larsson relacionó con rigor a la extrema derecha sueca con los servicios secretos sudafricanos — que odiaban a Palme por su activismo contra el apartheid— y estableció la teoría más sólida sobre la autoría. “Ahora sabemos que pocas semanas después del crimen Larsson estaba muy cerca de la verdad. Con el tiempo y el dinero que habría tenido tras el éxito de su trilogía habría llegado a descubrirlo”, aventuraba Stocklassa a EL PAÍS en 2019. Ahí aparece Craig Wiiliamson, soldado de fortuna, espía implacable, asesino despiadado, un tipo que merece un libro él solo. También agentes huidos a Chipre, conexiones internacionales con la Liga Anticomunista Mundial y otros ingredientes de película.
Las escenas históricas, como en otros momentos de los cuatro episodios, están ilustradas con imágenes de archivo pertinentes y bien editadas que el documental mezcla con habilidad con los testimonios de amigos y compañeros y detalles de la biografía del escritor, como su infancia en una granja, donde escuchaba durante horas a los leñadores discutir sobre política, o sus primeros escarceos con la literatura. Ya en 1967 escribió una larguísima novela policial juvenil y en los años setenta novelas de ciencia ficción “de proporciones épicas”, según sus amigos, libros que acababan en la hoguera porque no alcanzaban los niveles de exigencia de su autor. Un cuento escrito en 2002 fue el germen de todo lo que vino después. Cuesta creer que tuviera tiempo libre, pero es ahí cuando, en dos años escasos creó a Lisbeth Salander y escribió los tres libros que cambiarían la novela negra contemporánea. Al periodista más riguroso de su generación lo consumía no poder resolver los casos, no dar forma definitiva a una realidad que se le escapaba por mucho que trabajara, no hacer justicia. La ficción le permitió llenar todos esos huecos. Luego llegó el éxito, más de 100 millones de libros vendidos, adaptaciones… Lástima que no llegara verlo.