Columna

Las estatuas agradecen el vandalismo

Creen los iconoclastas que los monumentos son lugares de recuerdo, cuando lo son de olvido. La 2 tiene un programa que cumple la función de las estatuas. Se llama 'Imprescindibles', tal vez con ironía triste

Una estatua de Voltaire, cubierta de pintura roja durante una protesta en París, el 22 de junio.Thierry Chesnot (GETTY)

La estatuofobia que recorre Occidente se debe a un malentendido: creen los iconoclastas que los monumentos son lugares de recuerdo y homenaje, cuando lo son de olvido. Para la mayoría de los personajes históricos, la posteridad tiene forma de mierda de paloma. Bustos y esculturas de cuerpo entero y ecuestres se van erosionando y oxidando en sus glorietas sin que los ayuntamientos se acuerden de pasarles ni un plumero de lustro en lustro.

En La 2 tienen un programa que cumple la función de las estatuas. Se llama Imprescindibles, tal vez con ironía triste, pues si el CIS pr...

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La estatuofobia que recorre Occidente se debe a un malentendido: creen los iconoclastas que los monumentos son lugares de recuerdo y homenaje, cuando lo son de olvido. Para la mayoría de los personajes históricos, la posteridad tiene forma de mierda de paloma. Bustos y esculturas de cuerpo entero y ecuestres se van erosionando y oxidando en sus glorietas sin que los ayuntamientos se acuerden de pasarles ni un plumero de lustro en lustro.

En La 2 tienen un programa que cumple la función de las estatuas. Se llama Imprescindibles, tal vez con ironía triste, pues si el CIS preguntase a los españoles, pocas cosas considerarían más prescindibles que los homenajes a las figuras muertas de la cultura en el canal menos imprescindible de una RTVE que se defiende a diario de quienes la consideran prescindible. La posteridad también es que cuenten tu vida en La 2 por imperativo del BOE, sin que casi nadie deje de ver El hormiguero por ti.

El último libro de David Walliams (que para los adultos es el malhadado hacedor de la censurada Little Britain, pero para millones de niños es el mejor escritor de novelas infantiles del mundo) se ambienta en el año 2120, y se abre con un plano del Londres del futuro, en cuyo centro se levanta una estatua enorme del propio David Walliams. Los niños se carcajean cuando descubren el chiste, porque saben, como el autor, que pocos deseos hay más ridículos que el de perdurar en mármol.

Por eso, lo mejor que les puede pasar a todos estos próceres es que los vándalos los rescaten de su olvido mediante el derribo. Algunos llevan siglos acumulando excrementos de paloma. Si existe una vida ultraterrena, contemplarán agradecidos que alguien se acuerde de que existieron. Ya era hora, pensarán, de que nos saquen en el Telediario en vez de en Imprescindibles.

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