Un héroe griego para un mundo que no cree en héroes
No soy el ‘target’ de ‘El último baile’, el documental sobre Michael Jordan. Y, sin embargo, qué bien me lo he pasado viéndolo
Me interesa el deporte lo mismo que a Donald Trump gestionar bien la pandemia. Vive Dios que no lo practico, y que me aspen si sé quién ganó la última Liga. Si un torturador me obligase a ver un partido de cualquier cosa, delataría a mis compinches de inmediato. Quiero decir con esto que no soy el target de El último baile, el documental de ESPN para Netflix sobre Michael Jordan. Y, sin embargo, qué bien me lo he pasado viéndolo.
Puedo ser insensible a las pasiones...
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Me interesa el deporte lo mismo que a Donald Trump gestionar bien la pandemia. Vive Dios que no lo practico, y que me aspen si sé quién ganó la última Liga. Si un torturador me obligase a ver un partido de cualquier cosa, delataría a mis compinches de inmediato. Quiero decir con esto que no soy el target de El último baile, el documental de ESPN para Netflix sobre Michael Jordan. Y, sin embargo, qué bien me lo he pasado viéndolo.
Puedo ser insensible a las pasiones deportivas, pero reconozco una buena historia y un buen personaje, y el Michael Jordan que retrata esta serie es un héroe griego que parece esculpido en mármol. Es difícil percibir su humanidad (si por humanidad se entiende, como entiendo yo, las cosicas sucias de la vida, lo feo, lo egoísta y lo mezquinillo), sepultada tras un telón de atributos divinos. Es hipnótico verlo emerger como ídolo, y cualquiera comprende que millones de personas lo contemplasen deslumbradas.
Acomodados en una sociedad descreída, Michael Jordan parece un personaje de ficción muy inverosímil. Nadie es perfecto, nos repetimos, y celebramos la imperfección y las contradicciones, como paso necesario para celebrar nuestra propia mediocridad. Todo el mundo puede hacer lo que se proponga, dice la autoayuda. Nadie es mejor que nadie, insisten, como si no viéramos a diario a muchos que son mejores que nosotros.
Pero llega un héroe mitológico como Jordan y nos noquea con su perfección sobrehumana. Nos recuerda que los seres excepcionales existen, que la belleza, la fuerza y el talento pueden desbordar la más alucinada de las expectativas. Y solo un envidioso podrido en su bilis podría alegar algo en contra. Los demás, desde nuestra imperfección humanísima, disfrutamos del brillo del héroe como se disfruta de una gran obra de arte: admirándola con los ojos muy abiertos.