Diario de un televidente del coronavirus

En la semana de mayor consumo de televisión en la historia, los caóticos programas en directo se han convertido en nuestra conexión con el exterior

Una imagen del programa matinal de Ana Rosa Quintana de este lunes.

El primer día laborable en estado de alarma, la televisión amaneció con normalidad en la forma (informativos, todos presentados por mujeres). El fondo era otra cosa: solo se hablaba del virus. Claro. El único descanso fue para la predicción metereológica, por inercia y por si acaso, pero Silvia Laplana contó en La 1 que iba a nevar en Castilla-Leon y a hacer sol en Andalucía como quien sabe que a la mayoría de los espectadores eso les daría igual. Amas de casa, estudiantes e ingenieros, se sentaron ...

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El primer día laborable en estado de alarma, la televisión amaneció con normalidad en la forma (informativos, todos presentados por mujeres). El fondo era otra cosa: solo se hablaba del virus. Claro. El único descanso fue para la predicción metereológica, por inercia y por si acaso, pero Silvia Laplana contó en La 1 que iba a nevar en Castilla-Leon y a hacer sol en Andalucía como quien sabe que a la mayoría de los espectadores eso les daría igual. Amas de casa, estudiantes e ingenieros, se sentaron ante la misma programación por primera vez en décadas. Desde este lunes la televisión vuelve a tener la relevancia, sentido y función social de tiempos más simples: vuelve a ser, y más que nunca, la ventana al mundo que nos une como comunidad.

Las otras ventanas que nos unen, las físicas, que ahora son un palco para aplaudir a la sanidad pública, fueron la noticia de la mañana. Parece que la especie humana necesita creer en sí misma. El individuo solo sigue teniendo valor en la sección que se ha quedado más vacía, los deportes: Antena 3 la rellenó con stories de Instagram de futbolistas como Ezequiel Garay, quien ha dado positivo en Covid-19 pero levanta el pulgar con optimismo. La crisis del coronavirus hace que todo se vea diferente, incluida la televisión. Especialmente la televisión.

Ana Rosa Quintana abrió su matinal cerrando filas con la narrativa épica del discurso que Pedro Sánchez había dado la noche anterior: “El enemigo es invisible. Debemos refugiarnos en las trincheras de nuestros hogares”. Pero en esta guerra al menos tenemos teles y en ese terreno Quintana es la presidenta de la nación. Durante la tertulia corrigió a sus colaboradores cada vez que alguno intentaba aprovechar la coyuntura para presumir de “yo ya dije que iba a pasar esto” (“bueno, pero ahora estamos donde estamos”, repetía) o para criticar a Podemos. Según ella ahora es el momento de ir todos a una. Inda se quedaba perplejo.

En La Sexta, Alfonso Arús conectaba con El Sevilla, que desde su confinamiento le recomendó que leyese a Plutarco. Susana Griso abrió Espejo público con un “minuto y resultado” de enfermos y muertos. Nacho Abad informaba que Atocha estaba vacía mientras un guarda de seguridad le expulsaba. Atocha quedó, efectivamente, vacía de verdad.

Todos los presentadores expresaron su estupor por dedicar dedicar mucho menos tiempo del que les habría gustado a comentar el comunicado de Felipe VI. Hasta el presentador del Telediario 24 horas de TVE, Álex Barreiro, introdujo la noticia diciendo “y ahora una información que, en cualquier otra circunstancia, habría tenido mucha más repercusión”. En Sálvame especularon sobre, en caso de que el rey emérito acabase en la cárcel, quién iría a los vis a vis. Kiko Matamoros recordó que este sigue siendo un programa del corazón: “A Corinna le dio 65 millones pero a Marta Gayá solo dos millones, a la pobre le ha tocado la pedrea”.

Esta televisión viva, impredecible e imprescindible compartió parrilla con programas enlatados como La ruleta de la suerte. Ese concurso, que siempre ha parecido una distopía, ahora directamente retrata una civilización que ya no existe: alegre, despreocupada, tocona. La pista del primer panel es “Provoca tensión” y la resolución es “Pedir vacaciones en tu trabajo nuevo”. Y tanto. Quién sabe, si el mundo se acabase, si los programas grabados de La ruleta de la suerte siguieran emitiéndose. Lo primero que escucharían los extraterrestres al aterrizar sería a Iguana Tango.

Mientras el informativo de Telecinco se nutría de stories sobre el heroísmo anónimo (chinos repartiendo mascarillas, pizzeros llevándoles cena gratis al personal sanitario, taxistas zaragozanos cobrando un euro a los jubilados), Risto Mejide presentaba Todo es mentira desde su casa. En el plató, sus colaboradores estaban sentados en torno a un plasma con la imagen de Mejide y el fondo (su biblioteca) difuminado, como para que no sepamos qué libros tiene, lo que nos obliga a especular que la mayoría son de Dan Brown. Mejide criticó a los que intentan explotar la crisis para su conveniencia ideológica, sobre todo a quienes les acusan en Twitter de reírse del coronavirus. Luego pusieron un vídeo de Isabel Díaz-Ayuso tosiendo durante una entrevista el domingo en Telemadrid y excusándose en que tenía alergia (horas después daría positivo). Elsa Ruiz exclamó “sí, sí, alergia... ¡al coronavirus!”. No es reírse del coronavirus, es reírse con el coronavirus.

Sálvame se tomó en serio su inmensa repercusión entre el demográfico más afectado por el virus: la tercera edad. Dos médicos y un epidemiólogo insistieron en las medidas de prevención y Alonso Caparrós explicó cómo funciona la curva de contagio y respondió a las preguntas del pueblo (la segunda fue “¿Puedo bajar a por tabaco?”: vivimos en la versión más entretenida del universo). Finalmente el médico Jesús Candel entró en directo desde su casa. Candel ha tenido mucho éxito en redes sociales gracias a la elocuencia con las que instruye a la ciudadanía. Pero el lunes acabó gritándole a Jorge Javier Vázquez que no debería haber nadie en ese plató, a los colaboradores que estaban desinformando y a España entera que “nuestro presidente es un mierda y el ministro del Interior es otro mierda”. Vázquez le avisó de que, aunque valoraba mucho su intervención y comprendía su agotamiento físico y emocional, se estaba pasando de la raya. Candel reaccionó como tantas otras personas: aclarando que él no ve Telecinco. “Yo no quería salir y mi madre me ha convencido” se justificó.

A las 17:04 todos los canales emitieron la rueda de prensa en la que Grande Marlaska anunciaba la restricción en las fronteras terrestres. En Antena 3, mientras tanto, Anabel Alonso se mostraba entusiasmada en Amar es para siempre con la idea de organizar una reunión de vecinos. Sirva eso para recordarnos que al menos el virus nos está ahorrando las reuniones de vecinos.

Jorge Javier Vázquez conectó con Lydia Lozano, que ya se encuentra mucho mejor, y se enteró en directo de que es paciente de riesgo por los cuatro stents que le pusieron en el cerebro tras su ictus del año pasado. “Un momento ¡yo no debería estar aquí!” exclamaba. En cada plano general los colaboradores parecían estar sentados más y más lejos de Vázquez, quien se despidió mandando un saludo a los Aznar Botella “que están pasando la cuarentena en Marbella”. Con tres millones de espectadores, Sálvame fue el programa no informativo más visto del día.

En Telecinco hasta los anuncios son emocionantes. Los próximos comensales de Ven a cenar conmigo serán Bibiana Fernández, Víctor Sandoval, Carmen Borrego y El Dioni. ¿Y si la cuarentena los pilló cenando y llevan confinados juntos desde entonces? ¿Y si la especie humana se extinguiese y la única esperanza de repoblación fuesen los concursantes de Supervivientes?

First Dates resulta otra postal de la civilización anterior, donde los desconocidos se abrazan, Carlos Sobera posa su mano sobre la espalda de sus invitadas y las impertinencias (“¿33 años? Pues pareces mayor”) se tiran a menos de un metro de distancia. Una concursante, Henar confesó que iba “con Vox a muerte” como si se tratase de un equipo de fútbol. Un compañero, Salvador, le dio la sorpresa de contarle que fue el candidato de Vox en Calpe y chocaron las manos. Cada uno liga con lo que tiene. Al final él quiso una segunda cita, pero ella no. Entonces ninguno de los dos sabía que todas las relaciones incipientes del mundo estaban a punto de quedarse en pausa indefinida.

En un mundo distinto, el mayor evento televisivo del lunes habría sido el final de Vivir sin permiso. Al menos sirvió para envidiar esos paisajes gallegos, esa cocina enorme con un patio aún más grande y, en definitiva, esa plena movilidad de la que disfrutan sus personajes. Que Coronado salga por televisión, algo que da la sensación de llevar ocurriendo ininterrumpidamente desde Periodistas en 1998, siempre ha reconfortado a la nación porque significa que todo está como tiene que estar. Que Luis Zahera le suplique “vámonos a casa” y Coronado no se mueva de la playa resulta hoy casi poético. Normal que no se quiera levantar de la arena. Quién pudiera darse un paseo por la playa. O por cualquier lugar. Por el momento la luz del sol solo entra por el televisor.


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