El pueblo que abre sus puertas a los menores extranjeros

Purchena, un municipio almeriense de 1.631 habitantes, es ejemplo de la acogida de niños y niñas migrantes, que han revitalizado el día a día de sus vecinos

Alrededor del brasero de una mesa camilla, Carmen Pintor y Joaquina Sánchez se calientan del frío del exterior. El día es gris y el viento arrecia. Son las cinco de la tarde y Joaquina está a punto de abrir la peluquería que regenta en Purchena, pueblo almeriense de 1.631 habitantes a 96 kilómetros de la capital. “Estamos encantadas”, dicen las mujeres que rondan los 50. “Los zagales son muy bonicos”, insisten. “Mira, como él”, afirman mientras un joven cruza la puerta del establecimiento. Él es Omar, un chico de 17 años que lleva unos días de prácticas en el negocio. “Me gusta aprender, puede...

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Alrededor del brasero de una mesa camilla, Carmen Pintor y Joaquina Sánchez se calientan del frío del exterior. El día es gris y el viento arrecia. Son las cinco de la tarde y Joaquina está a punto de abrir la peluquería que regenta en Purchena, pueblo almeriense de 1.631 habitantes a 96 kilómetros de la capital. “Estamos encantadas”, dicen las mujeres que rondan los 50. “Los zagales son muy bonicos”, insisten. “Mira, como él”, afirman mientras un joven cruza la puerta del establecimiento. Él es Omar, un chico de 17 años que lleva unos días de prácticas en el negocio. “Me gusta aprender, puede ser mi futuro”, explica. Antes de Omar, allí se formó Adid, a quien las vecinas adoraban por su forma de lavar el pelo. Los dos son de Marruecos. Y residen en el centro de menores Los Cármenes junto a otro medio centenar de jóvenes, la mayoría extranjeros, que han revitalizado el municipio.

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Lejos de estereotipos y prejuicios, Purchena ha normalizado la presencia de estos adolescentes en sus calles. Les conocen por sus nombres y comparten con ellos muchas actividades. En Navidad montan el Belén de la parroquia de San Ginés, se visten de Reyes Magos y reparten caramelos en la cabalgata. En Semana Santa ayudan en las procesiones. En verano imparten talleres y clases de árabe. Acuden a pilates y juegan al fútbol. “No hay actividad en la que no participen. Les necesitamos”, dice Dolores Sáez, trabajadora social del municipio. “Son parte de Purchena”, añade Pedro García, propietario del bar Los Merlos. Entre cabezas de jabalí colgadas en las paredes y conversaciones sobre la cosecha de aceituna, los parroquianos presentes coinciden. “Dan mucha vida al pueblo”, dice Miguel Sánchez apurando su solo descafeinado.

El aterrizaje de Los Cármenes no ha sido repentino. Purchena cuenta con una larga historia de centros dedicados a diferentes grupos de menores desde 2004, todos financiados por la Junta de Andalucía, que tiene la competencia. Aquel año se inauguró un centro de inserción laboral con una treintena de plazas para niños con medidas judiciales. En 2007 abrió La Casa, donde hay 22 menores de edad con trastorno de conducta. En los dos centros, la inmensa mayoría son niños andaluces. En octubre de 2012, un alojamiento rural acogió un programa de emergencia para menores extranjeros no acompañados, que acabó ampliándose hasta las 57 plazas. Finalmente, en otoño de 2018 abrió Valle del Almanzora, donde residen 35 niñas, algunas, posibles víctimas de trata.

“El pueblo ha visto crecer poco a poco esos recursos”, afirma el alcalde socialista Juan Miguel Tortosa, en el cargo desde 2002. El regidor pide que no se politice “la vida de unos críos” y critica que se criminalicen, como viene haciendo Vox, la muleta de ultraderecha en la que se han apoyado PP y Cs para gobernar en Andalucía. La formación de Santiago Abascal logró el 10-N en Purchena 144 votos, el 17%, diez puntos menos que en el conjunto de la provincia.

Tortosa cree que su pueblo es un ejemplo de éxito gracias a la colaboración entre el Ayuntamiento, la Junta, el personal de los centros, el colegio y el instituto. Los vecinos, defiende el alcalde, han tenido una importancia clave, al concienciarse de la riqueza que las instalaciones han traído a un lugar dedicado a la agricultura y la piedra.

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Los centros han creado 122 puestos de trabajo directos (el 55%, mujeres), muchos de ellos para jóvenes del pueblo. La economía local se ha reactivado con nuevos alquileres de viviendas y el servicio médico, las instalaciones deportivas o la biblioteca se han consolidado gracias a los nuevos vecinos y al aumento de población.

También el instituto Entresierras ha notado los cambios. Sus clases tienen 160 alumnos, 53 de ellos extranjeros, la mayoría residentes en el centro de menores. Proceden de diez países distintos y el reto no ha sido fácil. “Hemos hecho un gran esfuerzo, pero la normalización es total”, dice Francisco Fernández, director de un espacio que hoy cuenta con 26 docentes, cuatro llegados este año para cubrir el aumento del alumnado y para agilizar la enseñanza del castellano.

Todos los estudiantes aprenden con rapidez. En solo unos meses dominan el idioma. Lo demuestran Frida, Kadiatu y Fátima, de 16 años, que participan dos tardes por semana en un taller de robótica impartido por Mari Carmen Domenech, jefa de estudios del instituto. En sus aulas también están Álvaro, Julia, Javi e Ibrahim. “La diversidad es muy beneficiosa para todos”, dice la docente tras explicar cómo encender un led desde un pulsador virtual. “El pueblo es tranquilo, pero aquí estamos muy a gusto”, cuentan las chicas, que en verano cuidan de niños pequeños en la piscina municipal. “Nos gusta ayudar”, aseguran con timidez y una suerte de acento almeriense. Otras compañeras pasan la tarde en un curso donde aprenden los secretos del catering.

“Jamás hemos tenido un problema con ellos, son unos purcheneros más”, asegura José Juan Sánchez, oficial de la Policía Local. En el interior de los centros tampoco hay problemas. Son pocos quienes los abandonan voluntariamente, según la Junta.

Trabas del sistema

El esfuerzo de los jóvenes, sin embargo, se topa con las trabas del sistema. Muchos no tienen su documento de residente por la lentitud burocrática. Sin él, no cuentan en las estadísticas como residentes del pueblo y no tienen acceso a la educación más allá de la obligatoria. Los obstáculos crecen cuando cumplen 18 años y tienen que marcharse a otros alojamientos o se quedan en la calle. No siempre pueden acabar sus estudios y los profesores han tenido que promover colectas para pagar un alojamiento y ayudarles a que terminen el curso y obtengan el título de Secundaria.

Para ellos, conseguir un permiso de trabajo es casi una quimera. Bien lo sabe José Antonio Alonso, propietario de la carpintería San Ginés, que ha intentado fichar a dos de los chicos que han hecho prácticas en su negocio. “Aquí es muy difícil encontrar gente y ellos tenían ganas, pero fue imposible contratarlos”, se queja el empresario, que critica que la administración “deje tirados” a los niños cuando llegan a los 18.

A hora y media en coche de Purchena, en Granada, vive uno de sus antiguos vecinos. Nancel Djolla, un camerunés de 19 años llegó con 15 a las costas de Tarifa. Pasó dos años en Los Cármenes. Por las mañanas se formó en el sector de la piedra natural. Por las tardes se sacó el graduado de Educación Secundaria de Adultos. “Allí me cambió la vida”, cuenta el joven que hizo hasta de Baltasar en la cabalgata de los Reyes Magos y sacó pasos en Semana Santa. “La formación que recibí fue la base de mi futuro”, dice en perfecto castellano. Hoy estudia Bachillerato para ir a la universidad. Prefiere no entrar en política ni opinar sobre quienes criminalizan a jóvenes migrantes. Purchena ya habla por él.

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