La última hora de Feijóo

El presidente de la Xunta, cuya relación con Rajoy no va más allá de la cortesía y lealtad política, ya no está solo a disposición de Galicia

Mariano Rajoy y Alberto Núñez Feijóo, el pasado mes de abril.Foto: atlas | Vídeo: Óscar Corral

“Yo no soy un Judas”, dijo hace 12 años Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, Ourense, 1961) tras ser elegido sucesor de Manuel Fraga al frente del PP de Galicia. Tenía 44 años, había sido apadrinado por José Manuel Romay Beccaria y, tras pasar por el Insalud y Correos, fue depositado antes de tocar cumbre al frente de Política Territorial, la conselleríaintocable de Xosé Cuiña, el eterno delfín de Fraga.

Esta declaración de intenciones la ...

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“Yo no soy un Judas”, dijo hace 12 años Alberto Núñez Feijóo (Os Peares, Ourense, 1961) tras ser elegido sucesor de Manuel Fraga al frente del PP de Galicia. Tenía 44 años, había sido apadrinado por José Manuel Romay Beccaria y, tras pasar por el Insalud y Correos, fue depositado antes de tocar cumbre al frente de Política Territorial, la conselleríaintocable de Xosé Cuiña, el eterno delfín de Fraga.

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Esta declaración de intenciones la repitió hace unos días sobre Mariano Rajoy: “Nunca seré un Judas”. Hay una diferencia sustancial entre las dos, más allá de que por el camino Feijóo se haya convertido en el valor electoral más prometedor del PP. En referencia a Fraga, ya tenía el poder y no traicionaría su legado; en referencia a Rajoy, el pontevedrés era su presidente y él no se movería para ocupar su sitio. Todo cambió este martes y, de nuevo, por enésima vez en los últimos tiempos, todos los focos vuelven sobre él.

No deja de ser curioso que la mejor explicación del acercamiento de Núñez Feijóo al PP nacional sea, precisamente, su cálculo electoral distanciándose de él. El origen de su baraka se data en Pontevedra, año 2009, cuando decidió arrancar la campaña en la que recuperó la Xunta del posfraguismo en la plaza de toros. “Si la llenamos, ganamos”. La llenaron, pero el mensaje no estaba tanto en el escenario como en la afición: miles de banderas y pancartas con los colores de la bandera gallega, apenas alguna bandera española suelta. La campaña fue Feijóo09, con el logo del partido apenas perceptible. En la siguiente campaña no había ni siglas: Feijóo, En Galicia Si y Galicia Primeiro, Feijóo 2012. Salió hasta María Dolores de Cospedal, secretaria general del partido, a quitarle hierro al asunto para decir que vio las siglas del PP “en algún acto” y que Feijóo era suficientemente conocido.

En Galicia el PP es sitio distinto, un partido desmarcado electoralmente de la marca nacional no solo por razones de reputación, sino porque buena parte de su granero de votos es el nacionalista de centroderecha, un votante huérfano de partidos en Galicia que confía desde hace años en un modo de hacer política cuyos máximos exponentes eran Fraga, el fallecido Cuiña Crespo o Xosé Luis Baltar; es famosa la frase del propio Cuiña avisando de que su partido se situaba al “borde de la autodeterminación”, así como su humillación a Rajoy en un congreso del PPdeG sentándolo en el gallinero.

Feijóo, cuya relación con Rajoy no va más allá de la cortesía y lealtad política (nunca fueron amigos), comprendió a tiempo tan particular idiosincrasia, si bien él bajó varios grados para no terminar en la cuneta, o más bien para terminar en Madrid. En su entorno se cree que está acabando el tiempo de la contención, las declaraciones en las que su corazón solo lo ocupaba el amor a Galicia (“Galicia no me da nietos”, le avisó su madre hace nueve años; ya tiene uno). Ahora ya está a disposición de Galicia y también de su partido, como no podía ser de otra forma. Es la lenta y pesada burocracia de la ambición, que tan mal se paga.

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En 2009, en una entrevista que le hizo Karmentxu Marín en EL PAÍS, la periodista le preguntó por sus aficiones y Feijóo se lo tomó a la tremenda: ir a Marruecos, pasar temporadas en el Caribe, tomar el sol en Salvador de Bahía y perderse por México. “O sea que en Galicia no le pillan ni harto de vino”, contestó Marín. Y Feijóo, queriendo salvar la bola pero metiéndola dentro (como cuando dijo sobre sus viajes con Marcial Dorado que recordaba “mucha nieve”), dijo que en Galicia había 1.300 kilómetros de playas “y le puedo asegurar que en estos cuatro años no voy a salir de aquí”. Le toca decidir, después de una larga espera, si deja las dos cosas para el verano.

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