El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.Javier López (EFE)

Por sorpresa, sin responder a las preguntas de los periodistas, en el confortable refugio del plató televisivo que el PSOE tiene en la madrileña calle de Ferraz, lejos de posibles abucheos o réplicas de otros compañeros de partido, Pedro Sánchez intentó, a última hora del viernes, establecer los términos del debate que debería producirse en el comité federal de este sábado. Da igual que lo que esté en cuestión sea la legitimidad de una comisión ejecutiva de la que...

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Por sorpresa, sin responder a las preguntas de los periodistas, en el confortable refugio del plató televisivo que el PSOE tiene en la madrileña calle de Ferraz, lejos de posibles abucheos o réplicas de otros compañeros de partido, Pedro Sánchez intentó, a última hora del viernes, establecer los términos del debate que debería producirse en el comité federal de este sábado. Da igual que lo que esté en cuestión sea la legitimidad de una comisión ejecutiva de la que han dimitido más de la mitad de sus miembros, o que el sector crítico del partido cuestione incluso que Sánchez siga siendo de iure el secretario general de la organización. No importa que lo que realmente se quiera discutir es si el congreso debe resolverse antes o después de que en España haya un Gobierno. Y por supuesto, atrás quedó el necesario análisis de unos resultados electorales históricamente desastrosos tanto en Galicia como en el País Vasco.

Pedro Sánchez quiere hacer creer a la militancia socialista que el debate de fondo, el que subyace a este trágico y desgarrador comité federal, es el que enfrenta a los que, como él, no quieren un Gobierno de Rajoy, y los que quieren permitir que el PP siga en el poder. Es una argucia que no se sostiene. Los asuntos a dilucidar son mucho más urgentes y afectan directamente a su continuidad en el cargo. En primer lugar, si debe ser una gestora la que asuma las riendas del partido hasta que se celebre un congreso extraordinario. En segundo lugar, si ese congreso —que sí, debe celebrarse, así lo dicen los estatutos y es algo que nadie discute— debe ser cuanto antes o debe esperar a que se resuelva un asunto mucho más urgente para otros dirigentes socialistas: la gobernabilidad de España.

Amenaza Sánchez con dimitir si sale adelante la opción de una gestora, porque según ha sugerido con cierta malicia, esa gestora solo tendría como propósito promover la abstención de los diputados socialistas para que Rajoy pueda gobernar. En su argumentación, él no podría llevar adelante una decisión en la que no cree y que, explica, sería el fin del PSOE. Pero si esa gestora saliera adelante —y ahí está la trampa en el falso dilema establecido por Sánchez— no hará falta que dimita: le habrán echado. 

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