Feijóo ya no es pijo

En una década el presidente de la Xunta ha borrado su imagen de niño bien de Vigo y se proyecta como chico de la aldea de Os Peares, ‘galego coma ti’ en la mejor tradición de Fraga y Cuiña

Núñez Feijóo celebra los resultados electorales.Foto: atlas | Vídeo: OSCAR CORRAL | ATLAS

En Galicia las cosas se hacen siempre a lo grande. Para poder pasear por el centro de Ferrol vestido de almirante y ser la sensación de los señoritos que le miraban por encima del hombro, Franco hizo una guerra, o eso decía Torrente Ballester. Esta campaña Feijóo hizo el anuncio electoral definitivo: nos prometió un bebé. Años antes, José Luis Baltar dejó en herencia a su hijo una provincia, Ourense. Lo señaló para ponerle a cargo de la Diputación y de algo aún más poderoso, el partido: una máquina ...

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En Galicia las cosas se hacen siempre a lo grande. Para poder pasear por el centro de Ferrol vestido de almirante y ser la sensación de los señoritos que le miraban por encima del hombro, Franco hizo una guerra, o eso decía Torrente Ballester. Esta campaña Feijóo hizo el anuncio electoral definitivo: nos prometió un bebé. Años antes, José Luis Baltar dejó en herencia a su hijo una provincia, Ourense. Lo señaló para ponerle a cargo de la Diputación y de algo aún más poderoso, el partido: una máquina de ganar votos y hacerse imprescindible en Santiago. El heredero también hace las cosas a lo grande: tras declararse fan eterno de The Beatles contó que guarda en casa como oro en paño un recuerdo de la banda por el que pujó en internet con éxito: unos calcetines "usados" de John Lennon.

Baltar hijo, José Manuel, sigue el patrón de las segundas generaciones de esos hombres hechos a sí mismos en el crimen y en la política. Al contrario que su padre, cacique de una época despreocupada, hombre de entierros y trombones, colocador a tiempo completo, afable, campechano y siniestro, José Manuel Baltar es moderno: tiene estudios. Ejerce el poder de forma más delicada que su padre, al menos en público; en la intimidad una mujer lo denunció porque dice haberse acostado con él a cambio de un empleo. Hubo sexo, dice ella, pero no trabajo, de ahí la denuncia. 

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Cuando Feijóo sucedió a Fraga se habló de la victoria absoluta de un sector, ‘los del birrete’, que había librado una larga batalla contra ‘los de la boina’. Aquella lucha tuvo momentos espectaculares: en 1997 el todopoderoso Cuiña mandó en un congreso regional del PP al ministro Rajoy al gallinero. Los dos eran los más famosos de sus bandos, Rajoy como segundo de Romay Beccaría. 

Unos hablaban gallego, no tenían carrera, presumían de ser tan galleguistas que se declaraban “al borde de la autodeterminación” (¡el PP!) y mandaban en sus instituciones como en su casa, sin ninguna discreción, con exhibiciones resumidas en la de Baltar y sus enchufes (“si no eres del Pepé, jódete”); de ellos salió a mediados de los noventa un infundio sobre la sexualidad de Rajoy que se propagó, como todas las patrañas, con éxito. Otros eran chicos de estudios superiores, educados en la burguesía, con una forma más elegante y presentable de hacer política, que en realidad también podía llegar a ser una forma más elegante y presentable de corromperse, y a los que no le salía una palabra en gallego ni de casualidad (Rajoy ha llegado a hablar en japonés antes de decir “bos días"). 

Los primeros querían mandar en toda Galicia a su manera, hacer de ella un cortijo y tener la misma fuerza en Madrid que los nacionalista del PNV y CiU; la ambición de los segundos siempre fue Madrid como símbolo de refinamiento político, como manera de regresar diciendo que se ha triunfado (Rajoy, dice uno de sus amigos en la frase más afortunada que se conoce sobre él, siempre quiso ser ex presidente del Gobierno).

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Ganó el birrete y se aplastó a ‘los de la boina’ descabezando a Cuiña Crespo, que jamás se recuperó del golpe. Y de aquello surgió la figura de Feijóo, al que había llevado Romay a Madrid. Feijóo era la representación del birrete, pero se encontró en Galicia un electorado que por primera vez en dos décadas le había dado el poder a la izquierda. Fraga siempre decía que el PP tenía que parecerse a los gallegos; los gallegos, de parecerse a alguien entre Cuiña y Rajoy, se parecían a Cuiña. Un galleguismo intacto, irreductible; recibir la corrupción como una exageración de realismo mágico, reírle las gracias y fabricar leyendas. 

En su primera campaña la mayor prueba de sacrificio de Feijóo hacia los miles y miles de votantes de ‘los de la boina’ fue renunciar a la gomina. En esta última, como muestra del nivel premium alcanzado, se presentó en campaña directamente embarazado. Proclamó ya hace cuatro años estar casado con Galicia mientras alertaba contra los populismos. Aquel poderoso sector ruralita del PP fue tumbado en los despachos, pero la maquinaria electoral seguía intacta y los votos tenían dueño. Muertos Cuiña y Cacharro, el virrey de Lugo, tener a José Manuel Baltar mandando en Ourense es el recordatorio del gatopardismo emprendido por Feijóo en Galicia. Y él mismo —entre declaraciones de amor exacerbado a su tierra con el objetivo final de La Moncloa— anda por ahí con la boina por Galicia y el birrete por Madrid.

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