España me necesita

Rajoy reclama la gran coalición en un discurso autocomplaciente y mecánico que añade escepticismo a una investidura fallida

Mariano Rajoy en el Congreso este lunes. FRANCISCO SECO APFoto: reuters_live

"España me necesita". No incurrió Mariano Rajoy en semejante ejercicio de arrogancia, pero sí pareció el mensaje subliminal de su discurso de investidura. No ya como bastión contra el radicalismo y la incertidumbre, sino como artífice de una hoja de servicios —economía, empleo, crecimiento— que le confiere por aclamación popular el liderazgo de un gobierno "estable y duradero" en una situación de pre-emergencia nacional.

Rajoy se presentó, en efecto, como un timonel clarivide...

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"España me necesita". No incurrió Mariano Rajoy en semejante ejercicio de arrogancia, pero sí pareció el mensaje subliminal de su discurso de investidura. No ya como bastión contra el radicalismo y la incertidumbre, sino como artífice de una hoja de servicios —economía, empleo, crecimiento— que le confiere por aclamación popular el liderazgo de un gobierno "estable y duradero" en una situación de pre-emergencia nacional.

Rajoy se presentó, en efecto, como un timonel clarividente en el ojo del huracán. Fue un discurso grisáceo, administrativo, evasivo con la corrupción, que no enfatizaba tanto los objetivos del porvenir como los nefastos peligros que implicaría retirarle de la comandancia de la nave. Cualquier solución distinta de su propia renovación en la Moncloa conllevaría la fatalidad de que el difunto recayera en plena resurrección.

Se explica así la ambición de incluir al PSOE en la superstición de gran pacto transversal, pero la invitación a Pedro Sánchez se resintió de la propia inutilidad del discurso, del debate y de la semana. Sabemos el resultado del partido antes de empezar, como sabíamos que una arenga embriagadora, iluminada, sobrecogedora de Mariano Rajoy no podría alterar el gatillazo ni el desenlace del simulacro.

Quizá por ello desmintió y descuidó hasta las cualidades de gran orador que le atribuyen sus hagiógrafos. No hubo asomo de socarronería ni de términos decimonónicos. Predominó a cambio, una intervención mecánica, aséptica, limítrofe con la somnolencia y el sopor. Lo prueba la ausencia de algarabía y los demuestran los aplausos desapasionados, anorgásmicos, de sus propias señorías. O "srías", como los llamó Mariano Rajoy comiéndose las vocales mientras lo mecía el oleaje artificial de las ovaciones de su bancada.

Porque no reaccionaron los soldados de Rivera. Ni siquiera cuando les agradeció Rajoy la relevancia del pacto bilateral. El líder de Ciudadanos recomendó la disciplina de la inexpresividad. O no pareció cautivarle la actitud exasperantemente pedagógica del presidente en funciones, atrapado Rajoy en una jornada política estéril.

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Tan estéril como lo fue la de Pedro Sánchez. Los números no alcanzaban en marzo, pero las hemerotecas recuerdan con oportunidad que Mariano Rajoy consideró entonces que la iniciativa del líder socialista era "una impostura, un engaño y un fraude" porque la había forzado sin reunir los apoyos necesarios para formar Gobierno.

No los tiene el presidente en funciones. Ni puede que los tenga en octubre, cuando sus allegados y costaleros ya ubican una nueva intentona gracias al hipotético resultado balsámico que proporcionarían al PP los comicios vascos y gallegos.

Estamos en el ensayo general. El problema es que el estreno podría dilatarse hasta 2017. Produce escalofrío la fecha porque las "primeras" elecciones se convocaron en 2015.

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