Una necesaria cura de humildad

Todos hemos cometido el error de pensar que en algún momento Rajoy dejaría de ser Rajoy

Mariano Rajoy, el 19 de julio, en el Congreso.Francisco Seco (AP)

Sería necesario que todos entonáramos un mea culpapor haber cometido el error de pensar que en algún momento Rajoy dejaría de ser Rajoy.

Nos hubiera ahorrado mucha especulación estéril rescatar las palabras del candidato del PP la noche del 22 de enero, cuando explicó por qué había rechazado el ofrecimiento del Rey: “Mantengo mi candidatura a la presidencia del Gobierno, pero todavía no tengo los apoyos para someterme a la investidura”.

Cuando este jueves acuda ...

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Sería necesario que todos entonáramos un mea culpapor haber cometido el error de pensar que en algún momento Rajoy dejaría de ser Rajoy.

Nos hubiera ahorrado mucha especulación estéril rescatar las palabras del candidato del PP la noche del 22 de enero, cuando explicó por qué había rechazado el ofrecimiento del Rey: “Mantengo mi candidatura a la presidencia del Gobierno, pero todavía no tengo los apoyos para someterme a la investidura”.

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Cuando este jueves acuda a su encuentro con el Monarca, la situación será exactamente la misma. Y se demostrará un error ese convencimiento generalizado de que esta vez sí, de que esta vez era imposible que el líder del PP volviera a negarse y a colocar al Rey y a las instituciones en un callejón sin salida. O que desde una posición electoral reforzada se habían reafirmado sus posibilidades de culminar con éxito el intento. O incluso que, en esta ocasión, la idea de una alternativa a su candidatura se había desvanecido y no había otra opción que ir a otras elecciones, algo que ningún partido quería.

Y, sin embargo, Rajoy ha malgastado de nuevo un mes con la esperanza de que sus problemas se los resolvieran otros. Como lleva ya unos cuantos años acumulados en la política, es evidente que su lectura del escenario fue desde el primer momento la que muchos manejaban: no podía contar con el voto a favor del PSOE —quién sabe si más adelante con su abstención—, y tenía que esforzarse por lograr un bloque sólido que solo podía pasar por su alianza con Ciudadanos (en un principio se añadió a la suma a Coalición Canaria e incluso al PNV). Es decir, su objetivo principal, desde el primer minuto, debía ser conquistar la voluntad de Albert Rivera.

No lo tenía fácil. Había despreciado a Ciudadanos por irrelevante durante toda la campaña. Siguió incluso en esa línea después del 26-J, cuando no se cansó de repetir que lo único que le interesaba era el apoyo o la abstención de los socialistas. ¿Podría haber hecho algo más? Era complicado, porque el partido de Rivera es cuña de la misma madera que el PP y entregarse a un pacto les podría acabar diluyendo. Habían firmado además, en los meses previos, un acuerdo con el PSOE que establecía el límite claro de sus exigencias y era una enmienda a la totalidad a las políticas de los cuatro años anteriores. Y finalmente, con su aparente gesto de generosidad —una “abstención técnica” en segunda votación—, Ciudadanos se atrincheró en una posición que ha reafirmado hasta el último minuto.

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Rajoy podría haber ofrecido 5, 10, 15 propuestas concretas en asuntos de los que Rivera ha hecho bandera. Optó, sin embargo, por enviar un resumen vago de su programa electoral y esperar que su interlocutor accediera a negociar. No se le pasó por la cabeza que ese movimiento acabara siendo interpretado más como una provocación que como un gesto de acercamiento.

Ahora toca empezar de cero, pero con la necesidad de ofrecer una cura de humildad que restañe heridas y equilibre las posiciones: bien sometiéndose a una primera investidura fallida —poco probable—, bien reconociendo de nuevo que no está en condiciones de presentarse porque sigue habiendo más diputados en su contra que a su favor.

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