"Fuera del cristal de esa taquilla de cine no hay nada para mí"

"Ya ni somos una generación. Mi compañera de trabajo supera los 40 años y entró en mis mismas circunstancias, no encontraba nada más"

Ni mileuristas, ni acomodados, ni satisfechos. Ya ni somos una generación. Este cinturón que aprieta y consume el aliento mientras se acerca el día del ingreso de nómina (cuando éste existe), abarca a padres, hermanos mayores y menores. Todos, bajo el yugo de un salario escaso, unas condiciones precarias y unos contratos inseguros. Horarios que apuran nuestra vida familiar, social y personal, consultas de psicólogos abarrotadas de ansiedades y caras poco alegres en cualquier ciudad. El pan nuestro de cada día.

Yo empecé a trabajar con 16 años, sirviendo muestras de salchichas y dando a ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Ni mileuristas, ni acomodados, ni satisfechos. Ya ni somos una generación. Este cinturón que aprieta y consume el aliento mientras se acerca el día del ingreso de nómina (cuando éste existe), abarca a padres, hermanos mayores y menores. Todos, bajo el yugo de un salario escaso, unas condiciones precarias y unos contratos inseguros. Horarios que apuran nuestra vida familiar, social y personal, consultas de psicólogos abarrotadas de ansiedades y caras poco alegres en cualquier ciudad. El pan nuestro de cada día.

Yo empecé a trabajar con 16 años, sirviendo muestras de salchichas y dando a probar café en grandes almacenes. A aquello le siguió un contrato de verano en unas grandes superficies del ámbito del deporte. En ambos trabajos, el sueldo por hora era casi el doble del que cobro actualmente. Poco después empecé a estudiar Periodismo y para costearme los gastos me convertí en taquillera de un cine del centro de Madrid. Uno de esos trabajos en los que una cree que está de paso, mientras sueña con un futuro próspero y un trabajo cualificado de aquello para lo que se prepara y tanta vocación tiene.

Terminé la licenciatura e hice un Máster en Sociología y Comunicación, movida por mi inquietud de siempre aprender más y de moverme en más campos, por aquello de abrir puertas. Por entonces aún se escuchaba esa voz en nuestras cabezas que nos empujaba a seguir preparándonos, más y más, a consumir nuestras neuronas si queríamos optar a algo de calidad. Pero, lejos de alimentar la esperanza, los currículos enviados, seguían sin obtener respuesta y la ilusión se consumía como una vela encendida durante mucho tiempo.

Tras esto, y por aquello de gastar la última bala, me matriculé en el programa de Doctorado y hoy, con 27 años, vivo inmersa en la fase de investigación, redactando mi tesis doctoral por las mañanas y por las tardes, vendiendo entradas de cine. Mientras espero que algún organismo convoque y me conceda alguna beca predoctoral, cobro un salario de apenas 600 euros, una cantidad de la que, por cierto, no me puedo desprender. Lo que empezó siendo un trabajo provisional (a la espera de algo mejor) se ha convertido en lo único a lo que puedo agarrarme para poder llevarme algo de comer a la boca y contribuir a mi independencia. Las largas jornadas (8 horas con un descanso de 20 minutos), fines de semana y festivos sacrificados, la pérdida de calidad de vida social, el estrés y la ansiedad que supone trabajar de cara al público y evitar que no les salpique a ellos mi amargura, pasan a segundo plano cuando se trata de subsistir.

Y digo que no somos ya ni siquiera una generación. Tengo como compañera de taquilla a una mujer que ha superado los 40 años y que entró en el cine en mis mismas circunstancias; había terminado Filología y no encontraba nada más. Fuera del cristal de esa taquilla no hay nada para mí. Más de 100 currículos enviados a todo tipo de trabajos (precarios también) en el último año, de los que sólo obtuve respuesta de tres. Negativa, claro. Ni licenciatura, ni posgrado, ni doctorado, ni cursos paralelos, ni tres idiomas. Todas las lecciones que nos enseñaron nuestros mayores están hoy caducadas. Ya ni siquiera vende estar bien preparado, tampoco dispuesto. Hoy lo único que sirve es saber sobrevivir con muy poco y no dejar de soñar y de luchar por algo mejor.

Laura Bautista

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En