Análisis

Cenizas de trastienda

Imagino los puños apretados de padres de familia desempleados, a los que el Estado inyecta en vena recortes que alejan el trabajo y que otean perplejos en televisión la cascada de políticos y ayudantes de cámara que desfilan ante jueces de algunos rincones de España por corrupción, que es sinónimo de llevárselo crudo. Mallorca, Valencia, Sevilla, Galicia… Sobrecogen los últimos partes que llegan de esos lares.

Con la que está cayendo, lo de menos es ya el color del pelaje. Lo angustioso es constatar la embriagadora alegría con que unos (se) repartieron dinero de todos y lo escondieron b...

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Imagino los puños apretados de padres de familia desempleados, a los que el Estado inyecta en vena recortes que alejan el trabajo y que otean perplejos en televisión la cascada de políticos y ayudantes de cámara que desfilan ante jueces de algunos rincones de España por corrupción, que es sinónimo de llevárselo crudo. Mallorca, Valencia, Sevilla, Galicia… Sobrecogen los últimos partes que llegan de esos lares.

Con la que está cayendo, lo de menos es ya el color del pelaje. Lo angustioso es constatar la embriagadora alegría con que unos (se) repartieron dinero de todos y lo escondieron bajo piedras. Y, sobre todo, intuir que los billetes que se esfuman por las cloacas del hedonismo jamás retornan. ¿Quién abriga hoy la esperanza de que Roldán devuelva los diez millones de euros que los jueces certifican que escondió en opacos países lejanos? ¿O los cincuenta y tantos que Correa, el jefe de Gürtel, enterró en agujeros no más cercanos? ¿O los que pueda haber atesorado el duque de Palma, o amasado el de los ERES sevillanos? ¿O los de la Malaya marbellí? Espeluznante rosario. La prima de riesgo parece cebarse con España en proporción a la ola corrupta que arrasa los cuatro puntos cardinales del país.

Un funcionario de Hacienda desgrana lo que pueden ocultar los trajes del expresidente

En la Valencia de los trajes, donde se acerca la hora del jurado, no se aferran al aforismo de mal de muchos, consuelo de tontos; allí se agarran a un placebo irreal (¿qué son tres trajes comparados con los latrocinios que consumen estos días los telediarios?). Sabido es que la mentira repetida adquiere apariencia de certeza. Ha sido la doctrinilla que el PP valenciano enarboló tras estallar el caso Gürtel y que hoy reitera con más ahínco aún, a sabiendas de que el juicio de Camps, tras 20 sesiones plagadas de pruebas, da sus últimos coletazos y que se acerca inexorable al veredicto. Lo de los tres trajes es una verdad a medias; o sea, casi una mentira. Porque no son tres trajes. Son 25 prendas (entre ellas, 11 americanas, 14.021 euros) las regaladas a Camps por la Gürtel. Es semiverdad que 14.021 euros resultan peccata minuta frente a las decenas de miles que han dilapidado otros. Pero en Valencia las certezas se hallan ahora en una suerte de limbo judicial. Cuando afloren, quizás desnuden por fin la falacia de los “tres tristes trajes”.

Un funcionario de Hacienda desgranó ayer con pincel de experto lo que puede guardar esa eufemística trastienda. Y es que en la época gloriosa de Alvarito / El Bigotes, el Gobierno de Camps otorgó a la red Gürtel 76 contratos troceados, a dedo. Siete millones de euros (lo dice el experto). Pero entre tormentas, arriman sus sardinas a ascuas que vomitan cenizas sin ave fénix. Y agitan dientes apretados de inocentes. Posdata obligada: añadir supuestamente allí donde falte.

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